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Crítica de The Young Pope, la impredecible ¿ofensa? de Sorretino en HBO

Paolo Sorretino es seguramente el director italiano con más relevancia internacional en la actualidad. Tuvo una carrera meteórica en su país natal con trabajos muy personales, donde ya apuntaba cierto interés hacia la institución de la Iglesia y hacia el sentimiento religioso, con especial relevancia en Il Divo. Conmovió con La Gran Belleza y se llevó un merecido Oscar por ella. Fue continuista con la fórmula (que no falto de ideas) con La Juventud, en la que Harvey Keitel y Michael Caine brillan en su actuación mientras sus personajes se apagan en esa vejez melancólica, con lamentos de vitalidad perdida, que muestran entre encuentro y conversación. Y sorprendió a todos al anunciar que su próximo trabajo sería una miniserie para la HBO. Perdón, no una miniserie, sino una película de diez horas, como le gusta decir. Quizás a estas alturas no debiera sorprendernos que talentos del cine hagan incursiones en la televisión: ya dieron el paso antes David Lynch, Martin Scorsese, Woody Allen o Lars Von Trier. Más aún las nuevas generaciones, en las que David Fincher, Steve McQueen o Guillermo del Toro también han dado el salto. La gran pregunta es: ¿Ha conseguido Sorretino manejarse en los mecanismos de la televisión? La respuesta es sí pero no. Porque ha sabido manejarse…Pero se ha saltado los mecanismos de la televisión.

Fumata dorada

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La premisa es tan ambiciosa en medios como aparentemente sencilla en planteamientos: el Cónclave ha escogido a Lenny Belardo (Jude Law) —norteamericano, huérfano y en apariencia intachable moralmente— como nuevo Papa cuando éste cuenta solamente 47 años. Muchos han querido compararla, tras ver sus dos primeros episodios en la Mostra de Venecia, con House of Cards (hasta cierto punto comprensible por algunos de sus planteamientos sobre el poder) o incluso con Juego de Tronos (¿esta gente ha visto realmente Juego de Tronos?). Si bien a medida que avanza la serie queda claro que estas referencias no son tan válidas como podían parecer, pues The Young Pope tiene una marcada identidad propia, se hace difícil descifrar el propósito (o propósitos) de la serie hasta sus últimos episodios.

Sorretino es un genio visual y encuentra en la imaginería cristiana, y en el Vaticano como escenario, un filón artístico. La serie es tan bipolar en sus medios creativos como su protagonista en sus intenciones. Y, también como el joven Papa que encarna Law, forma un conjunto sólido y sin fisuras a pesar de esta aparentemente constante contradicción. La narración visual de la serie es lírica y también iconoclasta, irreverente pero también profundamente respetuosa con el fondo, posmoderna pero clásica, altiva pero también calmada. Y, como mencionaba, destroza muchos de los esquemas televisivos. Evita la construcción de una trama de grandes giros y constantes traiciones. De hecho, asume el principio de su personaje la ausencia es presencia; porque, como Belardo, Sorretino es consciente de que el hermetismo del misterio es más fuerte que cualquier revelación apresurada. Porque esa es la diferencia entre el milagro creativo y el exhibicionismo artificioso. Lo da todo en la construcción de persoanjes. Rechaza el cliffhanger como ya hiciera The Wireanulando la necesidad de crear más expectación para ver el siguiente episodio de la que genera el propio interés por seguir descifrando a su protagonista. De hecho, los episodios suelen cerrar con momentos de calmada reflexión y densos —que no sobrecargados— diálogos. O simplemente silencios y miradas. Porque The Young Pope es una serie que, sin dejar de manejarse bien con afiladas y rápidas conversaciones, destaca en la narración en imágenes.

Las formas lo son todo

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The Young Pope construye una estética y un ambiente, entre el dorado de los escenarios y lo solemne de las situaciones, contrapuesto a lo banal, lo sucio, lo más terrenal. Contrapone música clásica y temas sinfónicos grandilocuentes con cortes bruscos de la banda sonora, notas discordantes, radios que se entrecortan y pop-rock. Sí, la banda sonora es excepcional y acompaña cada momento reforzando los conceptos que Sorretino propone, como esa deconstrucción de la imagen del Papa, lo atormentado y contradictorio de su persona o lo inestable de su entorno. La música está ahí cuando se viene arriba y cuando se derrumba, muy a menudo con tan poco tiempo entre medias que parece que estamos siendo sacudidos por Sorretino. Quien, por cierto, no necesita abandonar sus calmados travellings, sus cámaras estáticas o su fotografía impecable para transmitir toda esta frenética transformación que acompaña a los personajes. Porque es consciente de cómo mantener una coherencia formal en una propuesta tan atrevida para que el espectador se sienta zarandeado pero no insultado. Y que al final estemos conmocionados y no indiganados ante lo que, en manos de otro, podría haber sido una propuesta fallida o una inmensa tomadura de pelo.

Volviendo a la banda sonora, es imprescindible mencionar que incluso genera sensaciones que serían imposibles de otra forma, como la indiferencia cansada de Lenny en varios momentos de los últimos episodios o el molesto pero a la vez inspirador mal funcionamiento de la radio en el primero. La música va a la par de la serie ya desde su cabecera, en la que hace un recorrido por obras de arte de la pintura para hablarnos de la visión de Lenny, quien camina al son del All along the watchover de Devlin (salvo cuando decide cambiar la música y mostrarnos el poder de cambiar el sonido sin tocar la imagen). O cuando decide omitir la cabecera para hablar del estado de ánimo del personaje de Law, de lo desamparado que está , de sus inseguridades y de la figura que cree haber construido, mientras Sorretino dispara sus imágenes sin dejar que nos pongamos cómodos ni tampoco tener la tranquilidad de saber qué esperar de su protagonista. Y menudo protagonista.

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El Pío XIII de Jude Law fuma constantemente y desayuna una coca-cola zero sabor cereza (“la coca-cola light es una herejía”, afirma). Sus sueños son premonitorios: sale a rastras de una montaña de bebés abandonados y apilados, despojados de toda imagen de naturalidad. Y camina hacia el patio de luces y sombras. Sueña también con escandalizar a los fervorosos creyentes que esperan su primera aparición en público con un discurso que es diametralmente opuesto a sus plantemientos morales y religiosos ultraconservadores, como más tarde iremos comprobando. Pero eso es indiferente: porque, como rezan los carteles promocionales de la serie que inundan Nueva York, su religión es la revolución. Porque le importa más sacudir los cimientos de la Iglesia y demostrarse ser un Dios en la Tierra que tener el más mínimo atisbo de apoyo entre los suyos. O eso nos hace creer Sorretino en el primer segmento de la serie, en el que Law se pavonea frente a quienes creían tener control sobre él y se prepara para entrar en la Capilla Sixtina mientras la óptica de Sorretino le convierte en un ególatra desmedido e impredecible al son del Sexy and I know it, para acto seguido retomar la pretendida solemnidad y hacer a sus obispos besarle los zapatos en un acto de devoción hacia su persona que retuerce la institución.

Nada es lo que parece

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Sorretino comentó con motivo del estreno de The Young Pope que no creía que hubiera motivos para que el Vaticano se sintiera ofendido con su última producción. De hecho, también recomendó ver todo el arco argumental antes de lanzarse a hacer críticas apresuradas. Y razón no le faltaba: el panorama de Internet está colmado de críticas en base a los dos primeros episodios, que parecen hablar de una serie distinta. Sí, hay humor y mucho atrevimiento a la hora de utilizar ciertas figuras, pero de esto a una ofensa gratuita y provocativa por el simple hecho de serlo hay un trecho. La serie no se corta a la hora de criticar, en forma de sátira algunas veces y poniéndose seria en otras, a la Iglesia en general y al Vaticano en particular. Pero sus momentos surrealistas, su humor descarado y su impredecible desarrollo obedecen a un mensaje que, una vez terminado, se hace visible como la idea original de Sorretino.

Hay una progresión brutal en el personaje principal y en muchos de quienes le rodean. Se convierte The Young Pope en una gama enorme de matices que acaba tornándose en una versión megalómana y arrinconada del San Manuel Bueno, Mártir de Unamuno. Es decir: todo lo contrario a lo que cabía esperar. Es una serie que consigue el logro de aunar una visión capaz de resultar atractiva a creyentes y no creyentes. Aunque ciertas comununidades del primer grupo hayan optado por tildarla de pecaminosa ofensa y ciertos grupos de los segundos la consideren una descarada “apología de la fe” (y cito literalmente). Lo cual, por cierto, confirma que es una serie capaz de conjugar dos visiones diametralmente opuestas. Porque Sorretino sabe lo que hace, y porque nada es lo que parece.

Inclasificable y despolarizado

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Paolo Sorretino nos ha dado, una vez más, una muestra de su talento. Heredero de Fellini en formas y estilo, pero despolarizado e inclasificable en ninguna tendencia rígida, ni artística ni de pensamiento. Es un autor polifacético en el buen sentido de la palabra. Un caso raro. Y The Young Pope ha sido su oportunidad de oro para mostrar de lo que es capaz con un gran presupuesto entre manos. Era una jugada arriesgada, y el resultado puede no agradar a todos, pero su sorprendente creatividad, su despliegue de medios, su calmada elegancia y sus brillantes interpretaciones (Jude Law en cabeza) la convierten, en mi opinión, en la serie más sorprendente de este año. Y, por impredeciblemente emocional, una apuesta que no deja nada por tocar. Una grata sorpresa.

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10 COMENTARIOS

  1. Me agradaría ver algunos capítulos y, podré dar una opinión, pero desde ya les comento que me incomoda la forma en que tratan de golpear a la Santa Iglesia Católica.
    Hay otros temas que pueden ser de interés general como los pobres del mundo, los desplazados, los explotados, los constructores de armas letales y, cientos de temas que si podrán en tela de jucio la fortaleza moral y, espiritual de sus autores
    Alejandro Sotero Cisneros
    Lima, Perú

    • Gracias por el comentario, Alejandro. Opino que, siendo la Iglesia una institución de relevancia internacional, está expuesta a críticas como cualquier otra. De cualquier manera, como comento en mi crítica, la serie tiene una progresión interesante que podría sorprender a más de uno esperando que la serie quedara en simple y ácida ofensa, como más de un colectivo ha afirmado molesto (aún reconociendo no haber visto más allá del primer episodio). Creo que para valorar una serie, tanto como una película o un libro, es necesario llegar hasta el final. Por cierto, Paolo Sorretino, su director y guionista, ya manifestó en La Gran Belleza bastante respeto hacia la religión acompañado de una crítica a la institución, así que lo sorprendente de la serie habría sido quedarse en algo simple. Le invito a disfrutarla y compartir su opinión aquí. Saludos

  2. No es de extrañar que le hubieran dejado filmar dentro de Vaticano. Los caminos del señor son inescrutables.
    Cuesta encontrar una critica aceptable. Buen trabajo. Las leídas referidas a esta serie se quedan en superficie del mensaje.

    • ¡Muchas gracias! Se agradece el apoyo. A mí me ha sorprendido que apenas haya críticas que hablen de lo que la serie propone más allá del episodio piloto. Una pena. Saludos

  3. A mi, como creyente, me parece una burla y una basura auténtica esta serie, encima miren que siempre tratan de mostrar cruces invertidas! Auténtica serie hecho por un satánico escandaloso!.

    • Hola, gracias por comentar. No estoy en absoluto de acuerdo. Primero, creo que es importante diferenciar que la serie sea buena o mala con el acuerdo o desacuerdo ideológico con la misma; la frase “como creyente me parece una basura de serie” parece reflejar que los creyentes tiene una visión diferente del lenguaje del cine. Según ese argumento, un ateo no podría disfrutar de cine cristiano. En segundo lugar, te recomendaría ver la serie al completo y no quedarte en el primer episodio, conclusión que extraigo del comentario de las cruces invertidas (que yo recuerde, ocurre una vez en el piloto). A lo de satánico escandaloso no acabo de encontrarle sentido dada la predisposición cristiana de su director, impulsor y guionista y dado el propio mensaje de la serie. Las ficciones televisivas tienen un arco y el planteamiento no es igual que el desenlace, al igual que la aparición de un personaje con una visión del mundo no determina la postura de la serie sobre el tema. Lo hace cómo trata a ese personaje y sus circunstancias con la cámara y el guión. Un saludo.

  4. A pesar de haber visto solo unos pocos capítulos de la serie, me parece fascinante, debo reconocer que la serie “me atrapó” . Empecé a verla pensando que era solo una burla de la Iglesia católica y que va, va mucho mas alla!!! No soy crítico de cine, pero el casting es inmejorable, el vestuario, la iluminación y la escenografía me parecen impecables. 20 puntos para Sorrentino.

  5. Comencé a ver la serie hace poco, voy en el episodio 8, la tuve almacenada un tiempo en DVR, a pesar de no ser un católico consumado y menos consumido, le había sacado un poco el cuerpo porque los avances la vendían como una sátira y quizás hasta inmoral, (escenas de sexo inmediatamente después de que una mujer le dice al Papa que es muy guapo) pero creo que condensa los problemas políticos y de la vida en celibato que muchos sacerdotes se pasan por alto, con un Papa anacrónico con ideas conservadores y según el ritmo de vida actual hasta medievales que quizás pueda ser un hombre milagroso que vive entre contradicciones y la búsqueda perenne de su fe. Amen del casting, Voiello y Gutierrez son 2 actorazos, opacan a un Jude Law brillante, sobretodo el italiano, voy a empezar a buscar su filmografía porque su interpretación es sublime

  6. Has definido la serie a la perfección, Diego. Sobre el actor, hice lo mismo nada más terminar la serie. Le debe mucho a la gran dirección de actores de Sorretino, que siempre saca lo mejor de cada cual. Un saludo

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