En el día de ayer y a los 91 años de edad, nos dejó Carlos Saura, realizador inolvidable de títulos emblemáticos como La Prima Angélica, Cría Cuervos o ¡Ay, Carmela! Para hoy estaba programado entregarle un Premio Goya de Honor, por lo cual se descuenta que la ceremonia tendrá ahora un carácter mucho más especial.
El hecho de que la partida de Carlos Saura se haya producido menos de una semana después de haber estrenado su última película (Las Paredes hablan) y faltando apenas un día para que recibiera el Premio Goya de Honor en reconocimiento a su trayectoria viene a confirmar dos cosas: por un lado que, a pesar de su avanzada edad, el destacado realizador aragonés se mantuvo activo hasta el final; por otro, el reconocimiento de que seguía gozando dentro del mundo del cine.
Nacido en Huesca en 1932, inició su carrera con cortometrajes en la segunda mitad de los cincuenta, pero sería sin duda a partir de su documental Cuenca (1958) y muy especialmente con La Caza (1966) donde iría consagrándose como director con un estilo ya claramente propio que ponía especial acento en las heridas dejadas por la guerra civil española.
La segunda de ambas, en particular, utiliza el contexto especial de una cacería de conejos que tiene lugar en los mismos campos en que combatieron los participantes. Tanto fue el empeño de Saura en rodarla que no bajó los brazos ni aun cuando una decena de productoras le dijeron que no e incluso la mitad del dinero para la realización terminó siendo puesta por su propio padre.
Las preocupaciones de Saura, en general, tienen que ver justamente con las cosas que marcaron fuerte a la sociedad teniendo, además, de la guerra civil, particular presencia en su filmografía la dictadura franquista, aunque casi siempre con historias tangenciales de personajes “pequeños” y ocupando especial lugar los sentimientos, así como las historias de tragedia y venganza.
A La Caza le seguirían títulos como La Madriguera (1969), El Jardín de las Delicias (1970), La Prima Angélica (1973) y la aclamada Cría Cuervos (1975), interpretada por Geraldine Chaplin.
Pero desde los ochenta se dedicó a explorar también el cine musical a través de los filmes que componen su trilogía sobre el flamenco: Bodas de Sangre (1981), Carmen (1983) y El Amor Brujo (1986), en todos los casos con el bailaor Antonio Gades.
Volvería, de hecho, una y otra vez, a explorar ese género musical en filmes como Flamenco (1995) o Flamenco, Flamenco (2010) y también otros, como ocurre con Sevillanas (1991) o Jota de Saura (2016). Hasta profundizó en ritmos no españoles como en Tango (1998, nominada al Oscar en representación de Argentina) o Zonda, Folclore Argentino (2015).
No le fue ajena la gran producción, como lo demostró en El Dorado (1988), la cual, basada en la historia del conquistador Lope de Aguirre, se convirtió en ese momento en la película más cara en la historia del cine español hasta la fecha.
En 1990 se alzó nada menos que con trece Premios Goya con ¡Ay, Carmela!, protagonizada por Carmen Maura, y recordemos que Carlos Saura fue además fotógrafo, escritor (novelizando incluso alguna de sus propias películas) y hasta director de óperas.
Ayer en Madrid y debido a una insuficiencia respiratoria, el viejo maestro nos dejó y de inmediato se hizo eco de ello la Academia de Cine con un comunicado que, con toda justicia, le define como “uno de los cineastas fundamentales en la historia del cine español”.
Otro que no dudó en manifestarse con sentidas palabras fue Antonio Banderas, quien trabajó a sus órdenes en ¡Dispara!, filme de 1997 que coprotagonizara junto a Francesca Neri:
Con Carlos Saura se va, quizás, el último de los grandes directores del cine español clásico y seguramente el homenaje, pautado para hoy en el Auditorio Andalucía de Sevilla con motivo de una nueva entrega de los Premios Goya, adquirirá un carácter muy especial por tener que despedir a alguien que ha dejado tan profunda y duradera huella en el cine español, europeo y mundial.
Hasta siempre, Carlos. Gracias por tanto y gracias por todo.