Bienvenidos, auténticos creyentes, a La Tapa del Obseso, la sección de Raúl Sánchez.
Osamu Tezuka es el Dios del Manga. Él fue el que definió las características de lo que sería el manga desde entonces. Influenciado por Disney, Tezuka tuvo un ritmo frenético de creación, enfermizo y casi seguramente irrepetible. Hablamos de alguien que está entre las cuatro o cinco personas más importantes de la Historia del Cómic. Lo que nos ha llegado a Occidente es una fracción ridícula de todo lo que ha creado. Suele decirse que publicó más de 100 000 páginas (sí he puesto bien los ceros). Por hacernos una idea, Fénix (1954), la obra que él tenía como su cumbre, lo hemos visto publicado por España hace apenas unos años.
Hoy hablaremos de unas de las primeras obras que pudimos leer en español, Adolf (1982-1985).
Me temo que sí, que va de El Tema Eterno: la Segunda Guerra Mundial. Los nazis. Hitler. En fin, hay toda una sobresaturación en casi cualquier medio sobre esto (incluídos los videojuegos, claro), y empezar a hablar de algo relacionado con el tema que pueda aportar algo diferente es complicado. Pero con este manga estamos ante uno los escasos resquicios que quedan para pensar sobre ello.
Todo empieza con un periodista japonés anciano, Toge, visitando la tumba de tres Adolf: Adolf Kaufmann, Adolf Kamil y Adolf Hitler. A partir de ahí recordará su vida desde las famosas Olimpiadas de Berlín de 1936 en la Alemania nazi hasta la creación del Estado de Israel. ¿Qué importancia tiene el protagonista que cuenta la historia, Toge? Es el hilo conductor, empezando por cubrir los Juegos Olímpicos para encontrarse con que su hermano estaba metido en una intriga de espionaje con unos documentos que demostrarían, ni más ni menos, que el mismísimo Adolf Hitler es judío. Se verá perseguido por policías secretas, será torturado, escapará, se revolverá como pueda, pero Toge nunca deja de ser un protagonista bonachón, sin dobleces morales.
El autor aprovecha la historia para criticar claramente la actuación del Japón oficial en el conflicto, no tapando en absoluto su xenofobia, machismo y la inculcación de ideas racistas sobre los pueblos conquistados. Quien conozca los habituales conflictos diplomáticos de Japón en relación a criminales de guerra a los que se da homenaje oficial podrá darse cuenta de lo valiente que fue el autor. Más aún cuando criticar en el sentido que hizo Tezuka es algo muy raro en Japón, siendo hasta hace no tanto un tabú. Estamos menos hechos a ver las historias del día a día japonés en aquella época, y menos aún a lo que cuenta de modo muy creíble el autor. No sólo lo cuenta a través de lo que dicen los personajes: la misma manera de dibujar a los japoneses racistas intenta, en la mejor tradición clásica de Disney, transmitir su maldad interna a través de dibujos grotescos y trazos gruesos. El propio protagonista es dibujado con dignidad y nobleza, cosa de la que carecen sus adversarios totalitarios, que son caricaturescos. El hecho de que luego las “caricaturas” sean capaces de hacer las cosas que hacen para lograr sus objetivos resulta aún más violento por esto mismo. Pero cuidado: Tezuka dibujara como muy varoniles y apolíneos a varios alemanes nazis, siendo más raro en el caso japonés.
Aunque sólo con esto, creo, hubiera sido una historia más. Quiero decir, una historia de espías más o menos bien contada, divertida y frenética, muy limpia visualmente y deformando gráficamente a quienes están deformados en lo humano. Lo que hace elevarse al manga por encima de la mayor parte de relatos sobre la Segunda Guerra Mundial y el nazismo es la historia de los otros dos Adolf, contada en paralelo a la vida de Hitler desde 1936. Un Adolf judío, otro Adolf con sangre alemana y japonesa. Amigos de la infancia. Infancia con la que empieza la historia, con las clásicas batallitas de uno de los dos amigos defendiendo al otro de los golpes de unos chicos.
Dos niños que son amigos a pesar de estar en escuelas muy distintas, pero que son amigos. Niños que crecen en un mundo en el que parece inevitable la guerra, las bombas, el racismo y la persecución política. Y, sobre todo, en un mundo que está creando el estado previo mental a la violencia entre grupos: la deshumanización del otro, del distinto, del que no es de tu tribu. El proceso por el cual desde instancias públicas se fomentan las ideas de que dentro del país hay ciudadanos y no-ciudadanos, y que los segundos lo son por sus pensamientos o creencias religiosas. Ante momentos de mucha incertidumbre económica y social, es fácil y seductor caer en explicaciones que nos libren de la responsabilidad de lo que está pasando, es fácil cargar con nuestro dolor del día a día a “el otro”. Todo esto no es sólo un relato sociológico o un debate entre gente aburrida que escribe libros con palabras poco comunes. Este proceso es real, se vive a nivel de calle, en las personas corrientes que malviven como pueden. Personas que tienen amigos, que tienen familia, que van a trabajar y tienen sus pequeños vicios. Una multitud de personas normales y corrientes que se ven inmersas en campañas oficiales de odio a una escala ante la cual son insignificantes. De todo esto hemos visto mucho menos en los mil y un relatos de la Segunda Guerra Mundial, y el manga lo muestra con toda su crudeza. Los dos Adolfs, amigos desde niños, ven pasar los grandes acontecimientos del mundo, hacia la violencia que se atisba en el horizonte, y todo esto no puede pasar como si no pasara nada. Eso les va a afectar en lo personal, en lo íntimo, en su amistad.
En los momentos que la violencia parece cercana y tiene toda una acción política sistemática de facilitar la deshumanización del otro detrás esto ha pasado, pasa y seguirá pasando. En los innumerables casos de personas que nunca pasarán a la Historia, en los pringados que poblamos todos los sitios del mundo. En esa gente. Es la quiebra de la amistad, de las relaciones personales, del más mínimo signo de consideración y del esfuerzo por disimular los propios sentimientos al dirigirse al otro. Gente que se quería, que bromeaba, que compartía secretos, que empiezan poco a poco a ser extraños y terminan siendo algo peor que enemigos. Gente que termina justificando las mayores barbaridades y que las termina llevando a cabo: hay una famosa escena en el manga en la que sale una serpiente imaginaria como metáfora de una de las barbaridades. Escena que es imposible de olvidar por la tremenda brutalidad de lo que está pasando en la realidad. Como dijo Clint Eastwood en, creo, Gran Torino, lo peor no es lo que haces a ordenes de otro, lo peor es lo que haces tú sin que nadie te diga nada. Ese es el momento en que ya no sea necesario que actúe ninguna propaganda ni que tengas que interiorizar nada, habrás dado el último paso para alejarte de la mínima dignidad humana. Todo ese inicio político, toda esa continuación a nivel personal y sentimental posterior, son, casi siempre, el preludio de muchos de los peores episodios de la Historia moderna, en los que ya no es necesario vender más nada porque la gente actuará por sí misma, carcomida por las heridas que nunca cicatrizarán de todo con lo que han roto. Si el manga es la maravilla que es tiene que ver con el proceso detallado de toda esta degradación personal de la relación entre los dos Adolf amigos de la infancia.
Es un proceso que no acaba con la Segunda Guerra Mundial, que sigue en la creación del Estado de Israel. Allí ya, al final de la historia, hay cosas peores que el odio. La quiebra de la amistad genera cosas peores que enemigos. En esos momentos es especialmente doloroso volver a las primeras páginas, las de la infancia o incluso las de las primeras dudas y desencuentros. Otros desde despachos han decidido que todas esas miles y miles de rupturas de lo más bello del ser humano, la creación de lazos sentimentales, emocionales y solidaridad más allá de la religión, la raza o la opinión, eran un precio a pagar (¡por otros!) para conseguir su particular versión de un mundo mejor. Al final, Alemania y Japón fueron dirigidos por monstruos que llevaron a cabo una campaña de dolor, muerte, tortura y genocidio, pero todo eso hubiera sido imposible sin todas las decepciones y destrucción de millones de relaciones personales de afecto. Siempre hablamos de lo primero, pero casi nunca de cómo vivieron las hormiguitas normales y corrientes desde sus sentimientos todo el transcurrir de los enfrentamientos, acusaciones, decepciones y odios. Osamu Tezuka sí lo hace. De manera valiente, por ser quien es él y criticar el racismo de su propio país en el proceso. Toda esta destrucción fue responsabilidad de gente en concreto y de un bando en concreto. No hay equidistancias posibles aquí.
En resumen, una historia desde un foco poco habitual de la Segunda Guerra Mundial, el foco de los sentimientos de las gentes normales que vivían, querían y morían en aquellos tiempos. Una historia de tristeza, de decepción y complicada de asimilar. Más aún si, a otra escala por supuesto, lo de la ruptura de la amistad ante conflictos que pintan mal en el futuro te ha tocado de cerca alguna vez.
Sed felices.
Excelente post, compañero son cosas que cuando no te ha tocado vivirlas puedes dar por entendido que soportarías. Muchas veces para la gente de a pie como nosotros no es el caso es duro sentir que vives en el lugar correcto pero con las personas equivocadas, al final terminamos defraudados y es aprendiendo de nuestros errores que recapacitamos en nuestros extremismos, cuando nos equivocamos en silencio sin aceptarlo y ya hemos perdido mucho. Además luego de que los intereses se mueven para un bando o el otro, para ti como persona común la vida continua de la misma forma y es triste el no poder retractarte de tus palabas y tus actos cuando te vuelves a encontrar con esas personas de la que te alejaste por una diferencia ideológica que en nada los beneficia emocionalmente. El sentir que tienes la razon no implica que bajo el punto de vista de alguen mas la tengas.
Un saludo!