Desde hace unos días se encuentra disponible en Disney+ (Star+ para América Latina), Coppola, el Representante, serie argentina original de la plataforma que, creada por Ariel Winograd y con Juan Minujín en el papel protagónico, recrea buena parte de la vida, esplendor, decadencia y miserias de quien, además de manager de Diego Maradona, fuera ícono de los noventa, década del país en la cual, rayando en lo obsceno, la buena vida, los lujos y el despilfarro fueron sello distintivo.
Los años noventa suelen ser referidos en Argentina como los de “la pizza y el champagne”. No es una referencia al azar: esa combinación representa perfectamente una época en que una falsa sensación de prosperidad económica mantenida especialmente durante la primera mitad de la década, llevó a que las pautas de consumo del jet set local se fusionaran grotescamente con las de la plebe. Guillermo Coppola, entonces manager del astro mundial Diego Maradona, fue quizás la cara más visible y mediática de esos años, por lo que es justo que, en doble lectura, la serie se titule Coppola, el Representante, pues lo fue tanto del ídolo futbolístico como de una época.
La Sombra del “Diez”
La serie comienza en Nápoles a mediados de los ochenta (magnífica toma inicial de la ciudad con Luciano Pavarotti de fondo) para ir después, a través de seis episodios, recorriendo y desgranando distintos momentos de la vida de Coppola incluyendo las fiestas, los autos caros, las mujeres fáciles, las drogas, la cárcel y sobrevolándolo todo, por supuesto, su ascenso como representante de jugadores en el fútbol argentino hasta tener bajo su ala nada menos que a Maradona, en ese momento máxima estrella mundial.
Uno de los rasgos que hace original e interesante a la serie es que Coppola y Maradona no compartan una sola escena, al punto que Diego, en gran acierto, no es actuado por nadie. Se lo ve en imágenes reales de filmaciones o fotografías de diarios y revistas de época, o bien brindando entrevistas en televisión, pero no hay nadie que lo interprete: cuando habla con Coppola al teléfono no escuchamos su voz y si ha pasado por algún sitio lo sabemos por los destrozos vandálicos que su paso ha dejado.
Ello crea una sensación de omnipresencia y da lugar a la idea de que Coppola, en definitiva, vive de él y por él justifica sus lujos, pero a la vez vive bajo su sombra al punto de tener permanentemente que salir a cubrir sus desmanes y excesos. Porque si bien a Coppola le gustan también la buena vida, las juergas, las mujeres o la bebida, su representado siempre conseguirá ir un paso más allá para meterle en problemas e incluso obligarle a tener que poner la cabeza en la guillotina en su lugar.
El Hombre que lo tenía Todo
Juan Minujín entrega un trabajo realmente soberbio, lo cual es doble mérito si se considera que, no habiendo ningún Maradona a la vista, la serie lo tiene a él en pantalla prácticamente todo el tiempo y su rostro debe mostrar convincentemente tanto sus triunfos como sus miserias. Coppola juega a ser un personaje omnipotente, que puede conseguirlo todo, hasta una Ferrari negra mandada a hacer especialmente para Diego por el propio Enzo (Rodolfo Ranni), anécdota ciento por ciento real que contará una y mil veces para presumir ante amistades, relaciones, extraños e incluso presos, cuando le toque durante tres meses el infortunio de la reclusión.
No pueden faltar las mujeres que jalonaron su vida: actrices, modelos, vedettes o bataclanas, siendo uno de los más sonados su romance con Amalia “Yuyito” González (Mónica Antonópulos), pero también desfilando por allí Alejandra Pradón (Adabel Guerrero), con quien fingió una relación para alejar rumores de Diego, o la modelo alemana Monique Modlmayer (en la serie rebautizada como Sophie e interpretada por la chilena Mayte Rodríguez), quien le regalara el famoso jarrón en el que tiempo después apareciera la cocaína que lo llevaría a la cárcel en uno de los mayores escándalos mediáticos.
A propósito de ese hecho, el episodio dedicado al mismo, que es el cuarto, parece por momentos adquirir algunos lugares comunes de serie carcelaria, pero afortunadamente todo se desvía para bien y con una vuelta de tuerca más que interesante, aunque sorprende la no mención (supongo que no lo habrán permitido) de dos muchachas que por esos días ocuparon todas las portadas de revistas argentinas por su vinculación con dicho escándalo. Pero la trama de la cárcel, insisto, está muy bien llevada y de modo divertido e ingenioso, pasando Guillermo, gracias a su carisma, de indeseable recién llegado a ídolo de los reclusos.
La Frívola Levedad del Ser
Y si hablamos de época, no pueden faltar los personajes a los que las revistas de cotilleo dedicaban por ese entonces largas páginas, como la actriz, modelo y conductora Susana Giménez (María Campos) o “Poli” Armentano (Joaquín Ferreira), el “dueño”de la noche porteña que tenía el delirante proyecto de unir tres locales bailables top con una línea ferroviaria y que acabara asesinado en un episodio poco esclarecido y al cual incluso se vinculó en un momento al propio Coppola.
Tampoco faltan personajes ligados al mundo de la política de entonces, como Carlos Menem Jr. (Agustín Sullivan), hijo del entonces presidente que perdería la vida en un misterioso accidente de helicóptero, o el campeón de motonáutica Daniel Scioli (Federico Barón), que acabaría siendo gobernador de la provincia de Buenos Aires y vicepresidente de la nación. A propósito, muy creíble María del Cerro en el papel de su esposa Karina Rabolini, por ese entonces modelo de renombre que hizo a Guillermo de “celestina” con su pretendida alemana antes mencionada.
Sin olvidar, por supuesto, a Mariano Cúneo Libarona (Nicolás Mateo), hábil, joven y desconocido abogado que logró sacarlo de prisión y demostrar que la droga había sido plantada, convirtiéndose así en el jurista más buscado por la farándula y acabando hoy como ministro de justicia de la nación.
Estética Lograda e Impecable
El otro gran detalle de la serie es que cada uno de los seis episodios se caracteriza por un estilo propio y distintivo, con estética ajustada a la época. Los primeros, ambientados en los ochenta y noventa, presentan créditos y cartelones con gráfica y colores muy de aquellos años e incluso una textura de imagen semejante a la que se estilaba. Punto a favor también la música (Sergei Grosny), que en el capítulo de cierre acompaña cada discusión o negociación de Guillermo con un solo de batería rematado en redoble cuando consigue lo que quiere.
El episodio más particular en estética es el quinto, un gran flashback de la juventud de Coppola (interpretado en sus años mozos por Santiago Bande) presentado como si fuera una falsa película de los primeros ochenta e incluso con el logo de Aries, sello cinematográfico que producía la mayor parte del cine argentino de esos años. Eso sí: es también el episodio con más licencias, sobre todo en lo referente a la cronología y orden de los sucesos entre su paso como representante de futbolistas del club Boca Júniors y su llegada al mundo Maradona, presentándose los mismos algo alterados o confusos.
Hay momentos surrealistas interesantes como las ilustraciones en amarillo que acompañan las explicaciones suspendidas en el aire o los frecuentes homenajes cinéfilos, como la escena en que, con la Cabalgata de las Valkirias de Richard Wagner como fondo y en evidente tributo al filme Apocalypse Now (1979), Coppola llega a la embajada alemana en helicóptero para ser maestro de ceremonias en la fiesta de cumpleaños de su potencial suegro. Chiste aún más fino si se considera que dicho filme estaba justamente dirigido por alguien de su mismo apellido…
También hay guiños a publicidades argentinas de época, como una de colonia masculina emitida hacia la segunda mitad de los ochenta que a su vez parodiaba una escena de Highlander (Russell Mulcahy, 1986), película conocida en España como Los Inmortales y de la cual pueden aquí leer nuestro retro-análisis. Pero son detalles suficientemente bien dosificados como para que no abrumen y pasen desapercibidos para quien no conozca las referencias originales, que puede perfectamente seguir viendo sin que ello haga diferencia: de hecho, esa debe ser siempre la idea detrás de todo guiño.
Balance Final
Coppola, el Representante es una serie que puede atraer a un público muy diverso, ya que tiene los ingredientes como para ser degustada tanto por fanáticos del fútbol como por los que nunca en su vida vieron un partido y tanto por los amantes de la nostalgia (aunque admito que de algunas cosas no me gustó acordarme) como por los buscadores de propuestas novedosas.
Tiene además el mérito de hacernos difícil tomar partido. Gracias al formidable trabajo de Juan Minujín, Coppola está recreado como el personaje pintoresco, desmedido y rocambolesco que fue y que es, habiendo momentos en que lo detestamos y otros en que nos provoca lástima, particularmente cuando se siente superado por las desmesuras de su representado (que superan largamente a las suyas) o cuando debe purgar cárcel por algo que no hizo.
Y la ausencia de Maradona (o de alguien que lo interprete) ayuda a darle a Coppola el lugar central en la serie con una existencia que, paradójicamente, está dictada por su omnipresencia, casi como si el astro ausente fuera un dios que lo gobierna desde afuera, que da y quita al mismo tiempo y que puede ser igual de benévolo que de destructivo…
La miniserie es muy ágil y jamás aburre, lo que se da gracias al oficio de Ariel Winograd (que no solo es showrunner sino también director de cinco de los seis episodios), así como de la dupla de guionistas integrada por Mariano Cohn y Gastón Duprat, a los que se suma aquí Emanuel Diez para conformar un trío que es casi garantía absoluta, pues los tres son los responsables de Nada (aquí análisis de un servidor) y El Encargado (aquí análisis de mi compañera Lucía).
Ambas producciones, al igual que la que nos ocupa, confirman el buen momento de las series argentinas en streaming, lo cual para alguien que, argentino como yo y normalmente prejuicioso de las producciones nacionales (muchas veces con razón), no puede ser sino una gran noticia . A dar una chance…
Hasta pronto y sean felices…