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Análisis de One Piece. Temporada 1: Netflix nos cerró la boca

Finalmente, hacer una buena adaptación de manga o anime a live action era posible: One Piece lo demuestra. La serie de Netflix es no solo dignísima, sino también brillante y el mérito es aun mayor al haber detrás una obra original tan icónica. Analizamos lo que nos ha dejado la primera temporada…

Vaya que sentimos miedo cuando nos enteramos que Netflix iba a hacer una adaptación de One Piece. Miedo no: pánico… Pero cuando (muy mal predispuestos) fuimos a echar un vistazo al primer tráiler hace algunos meses, nuestra expresión comenzó a cambiar y aun sin tener todavía a la vista el producto terminado, el comentario general fue que no lucía tan mal y merecía una chance.

Y no es que nuestro miedo no estuviese fundado: las adaptaciones de manga o anime a live action tienen detrás una pesada historia de la cual Netflix no ha sido único responsable, pero sí formado parte. Sin embargo y habiendo visto ya al completo la primera temporada de One Piece (en mi caso la devoré), los temores quedaron por el camino…

Pasemos a ver qué nos ha dejado la misma aclarando que este artículo no contiene spoilers de la trama en sí: apenas lo mínimo para poder hacer un análisis.  Por otra parte y si así lo desean, pueden echar ojo a la cantidad de artículos que tenemos en esta web sobre One Piece en sus distintos formatos.

Un Universo Pirata

One Piece, por si falta hace recordarlo, es un manga creado por Eiichiro Oda que, publicado por primera vez en 1997 y con más de cien volúmenes a la fecha, se ha convertido en el más vendido de la historia, además de haber dado lugar a una exitosísima serie de anime que, con más de mil episodios en su haber, se continúa emitiendo al día de hoy.

El universo creado por Oda, deudor de Stevenson y de las grandes novelas de piratería, es riquísimo en personajes e historias, pero además dotado de un tono tan surrealista que hacía realmente impensable que la cosa pudiera funcionar con actores. Estamos hablando de un muchacho que se estira como goma, un payaso que se fragmenta en partes, gaviotas que llevan la correspondencia, caracoles que funcionan como teléfonos o megáfonos y todo ello en un mundo oceánico, plagado de islas y con una única y delgada franja continental que le atraviesa y que es conocida como la Línea Roja.

Por cierto, confieso que mi mayor alivio al ver aquel primer tráiler fue ver estirarse el brazo de Luffy y saber así que no estaba en los planes de la serie hacer a la historia menos delirante y más realista, lo que casi sin duda la hubiera vuelto sosa y sin encanto. Supongo que el hecho de que el propio Eiichiro Oda haya oficiado como asesor y productor ejecutivo puede haber tenido que ver en ello, pero sobran ejemplos en que la presencia del autor original no garantiza nada…

Personajes con Carisma

La serie está creada por Marc Jobst, Tim Southam, Emma Sullivan y Josef Kubota Wladyka, quienes, además, se reparten de manera igualitaria la dirección de los ocho episodios: dos cada uno. Esta primera temporada se inicia con la icónica ejecución del pirata Gol D. Roger (Michael Dorman), la cual debía supuestamente servir para disuadir a otros de seguir su camino pero, contrariamente, contribuyó a alentar sueños de piratería y provocar una desbandada general en busca del famoso tesoro One Piece que, según sus últimas palabras, dejó escondido e invitó a buscarlo.

A partir de ello, transitamos la historia de quienes integrarán la emblemática y querible tripulación de los “sombreros de paja”, comenzando por Monkey D. Luffy (Iñaki Godoy) y su sueño de encontrar el mencionado tesoro y convertirse en rey de los piratas, seguido por la ladrona Nami (Emily Rudd) y el cazador de piratas Zoro (Arata Mackenyu), a quien Luffy rescata de su cautiverio en lo que constituye en el manga uno de los momentos más icónicos.

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A ellos se acabarán sumando Usopp (Jacob Gibson), el muchacho de la sonrisa ancha y buen corazón que vive contando dudosas hazañas marinas y, por último, Sanji (Taz Skylar), el mesero seductor que sueña con ser cocinero y posee gran habilidad para la lucha.

Todos cargan con pérdidas en sus respectivos pasados y los flashbacks, bien dosificados y sin jamás saturar ni cortar clima, ayudan a ir deconstruyendo a los personajes, enterándonos así de la amistad de Luffy con el capitán Shanks (Peter Gadiot) o del origen del sombrero de paja y las propiedades elásticas de su cuerpo por haber ingerido la llamada “fruta del diablo” en su variante “goma goma”.

También sabemos de la infancia de Zoro y su amistad con Kuina, la muchacha con la cual se prometieron mutuamente que uno de ambos sería el mejor espadachín del mundo y que le terminaría legando Wado Ichimonji, la temible y especial espada que siempre porta consigo.

O la triste historia de Usopp, esperando a temprana edad el regreso de su padre embarcado y llorando la muerte de su madre, además de dejarlo todo por su mejor amiga, la niña rica Kaya (Celeste Loots), muy enferma y en manos de un pérfido mayordomo que esconde secretos (incluso de identidad) y aspira a quedarse con su astillero. También hay atisbos del tormentoso pasado de Sanji junto al pirata Zeff (Craig Fairbrass) y su búsqueda del Azul Infinito, en tanto que el de Nami es el último en ser visitado y no conviene decir demasiado por los secretos que guarda.

Lo primero para decir de la tripulación es que funciona. A pesar de que les cuesta comenzar a llevarse bien, la química entre los actores se percibe desde temprano y va creciendo hasta demostrar cabalmente por qué están allí. Godoy da a la perfección con el personaje de Luffy, al punto de haber sido elegido por el propio Oda: recrea de maravillas la sonrisa a puro diente y el estilo cínico que le caracterizan sin dejar de lado su gran corazón. Pero todos calzan bien más allá de alguna ligera diferencia de personalidad o fisonomía con respecto al material original y lo más importante es que cada uno de ellos es carismático: difícil encontrar eso en cinco de cinco.

Y la cosa no se agota en ellos: lo mismo vale para Koby (Morgan Davies), el cadete que, a las órdenes del vicealmirante Garp (Vincent Regan), vacila entre sus deberes para con la Marina, que persigue a los piratas, y su amistad con Luffy. O villanos magníficamente recreados, como el propio Garp (cuyo vínculo con Luffy conoceremos avanzada la temporada) o los malvados Buggy, Arlong, Alvida, Kuro o Mihawk, algunos de los cuales, ya veremos, tienen matices y no son a fin de cuentas tan “villanos”…

La fidelidad al material original emociona. Ojo: no es que sea ciento por ciento igual. Podrán objetarse la ausencia de lentes en Kaya o de ceja arremolinada en Sanji, como también que la nariz de Arlong no sea tan larga como en el manga. O la brevedad del duelo entre Luffy y el payaso Buggy (Jeff Ward), así como que este último sea más oscuro y menos cómico. O que algún personaje muera (no diré cuál) cuando en el manga es “solo” herido de gravedad. Pero son todos cambios con buen criterio que respetan la esencia original o hasta le aportan alguna ganancia: es el caso de Buggy, que me gusta más en esta versión siniestra…

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Uno de los problemas que siempre mostraron las adaptaciones de manga a live action ha sido la sobreactuación, pero aquí se las arreglan para convertir eso en virtud al darle los suficientes ribetes de absurdo como para dejarnos claro que la mejor forma de tomarse un manga en serio es justamente no tomarlo en serio, como equivocadamente hicieron muchas adaptaciones con actores.

Y es digno de mención que Netflix no haya cedido a la falsa moralina habitual en los últimos tiempos ni intentado forzar un supuesto producto familiar: como en el manga, hay elementos gore, Sanji fuma y toda la banda bebe alcohol, además de matar cuando las circunstancias lo demandan.

Un Producto Impecable

Netflix no se ha andado escatimando en gastos y cada episodio tiene un costo promedio de diecisiete millones de dólares, lo cual se nota. Pero los costes astronómicos hubieran caído en saco roto si, por ejemplo, se hubiera convertido a la serie en una exagerada y empalagosa exhibición de CGI que, sin embargo y por fortuna, está utilizado en justa medida más allá de lucirse especialmente en monstruos marinos o escenas de estiramiento y fragmentación corporal.

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Pero la escenografía está llena de elementos que, lo sean o no, se ven deliciosamente artesanales sin por eso verse cutres, sino más bien todo lo contrario. Hay un delicado y esmerado trabajo en la recreación de la mansión de Kaya o del Baratie, por ejemplo.  Ni qué decir de los barcos: una maravilla el Going Merry

La fotografía es asimismo encantadora, como también la paleta de colores, que capta de manera maravillosa los tonos primarios del anime sin descuidar matices y claroscuros que la magnífica iluminación acentúa en escenas nocturnas o espacios cerrados.

Son de destacar también los encuadres y ángulos originales que, con primerísimos planos o tomas en “ojo de pez”, logran acercarse bastante al efecto de las viñetas originales, al igual que las pantallas divididas en dos o en tres.

A ello hay que sumar una banda sonora que, en manos de Sonya Belousova  y Gianna Ostinelli (misma dupla de The Witcher) sabe cuándo ser épica y cuándo ominosa, cuándo oriental y cuándo hispánica, cuándo emocional y cuándo dramática.

Por último, pero importantísimo: las coreografías son magníficas y hay puntualmente una o dos por episodio, además de duelos memorables.

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Balance de Temporada

Lo único para decir acerca de esta primera temporada de One Piece es que Netflix lo ha logrado. Ha pasado por encima de todo prejuicio que pudiéramos tener y aprendido de sus errores ( y los de otros) para entregarnos una adaptación que no solo es dignísima, sino también excelente. Se nota que está hecha con gran amor por el manga y el anime, lo cual supongo que será apreciado por los fans si no se dejan llevar por un fundamentalismo cerrado.

Contribuyen al resultado una puesta visual impactante pero criteriosa y un elenco que, mostrando perfecta química, permite una fácil empatía merced al buen desarrollo que de los personajes hace el guion sin abusar del flashback ni empastar la historia principal.

Y si alguno entiende que no estoy encontrándole a la serie un solo defecto, solo puedo decir que en efecto no lo encuentro. O sí, perdón: la versión infantil de Luffy no se parece físicamente a la juvenil tanto como las de sus compañeros de tripulación.  Y ya que hablamos de ello, la de Sanji es interpretada formidablemente por el niño Christian Convery, que se luce de igual modo que en Cocaine Bear o en Sweet Tooth.

Ojalá que esto sirva para entender cuál es el camino de aquí en más. No solo a Netflix, sino a todos quienes vayan a intentar llevar un manga a live action, pues doy por descontado que si esta propuesta es exitosa (hasta donde sé lo es), devendrá en un aluvión de nuevas adaptaciones. De ser así, roguemos para que showrunners, productores y guionistas entiendan el mensaje que acaba de dar One Piece…

¿Habrá segunda temporada? Ya sabemos que con Netflix nunca se puede afirmar nada y más considerando los costes desorbitantes de que antes hemos hablado, pero las cifras de audiencia parecen ser por estas horas alentadoras y ello nos da buenas esperanzas de que la cosa continúe. De hecho, tienen muchísimo material de base para unas cuantas temporadas.

Si aún no han entrado a la propuesta o tienen temor de hacerlo por tantos años de malas adaptaciones, solo puedo decirles que lo dejen de lado y estoy casi seguro de que no saldrán decepcionados. Más aún: amarán la serie. Y si nunca han leído una sola viñeta de One Piece o visto un minuto del anime, tampoco teman: la adaptación es tan buena que permite incluso ser disfrutada sin información previa.

Hasta pronto y sean felices…

Rodolfo Del Bene
Rodolfo Del Bene
Soy profesor de historia graduado en la Universidad Nacional de La Plata. Entusiasta del cine, los cómics, la literatura, las series, la ciencia ficción y demás cosas que ayuden a mantener mi cerebro lo suficientemente alienado y trastornado.
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