La nueva entrega de Outlander retoma la trama revolucionaria e introduce un giro inesperado con un personaje al que considerábamos muerto. Analizamos el cuarto episodio de esta séptima temporada, que lleva por título Una Mujer por demás Incómoda. La serie, creada por Ronald D. Moore y basada en la exitosa saga de novelas de Diana Gabaldon, es emitida por Starz, pudiendo ser vista en España por Movistar+ y en América Latina por Star+.
Bienvenidos, una vez más, forasteros y viajeros del tiempo, para analizar otra entrega de Outlander, en este caso la cuarta de esta séptima temporada. Un episodio de ritmo pausado que, aun con algunas inverosimilitudes y encuentros demasiado casuales, retoma al menos la trama de la revolución americana y pareciera dar a la temporada un rumbo más definido, además de traernos el regreso de un personaje al que ya no creíamos volver a ver…
Pasemos ya a analizar esta entrega, no sin antes advertir que SE VIENEN SPOILERS DE LA TRAMA ni dejar de recordar que pueden leer aquí nuestros análisis previos.
Duendes en Lallybroch
Comenzamos con los esposos Mackenzie en el siglo XX y más específicamente en 1980: de hecho, vemos ya a los niños bastante crecidos. Brianna y Roger están remodelando Lallybroch, pero los presupuestos se vuelven astronómicos. A la vez, el pequeño Jeremiah está dando algunos problemas como destruir un radiodespertador y echarle la culpa a los duendes: si no saben lo que es un radiodespertador es porque tienen menos de cuarenta y cinco años y jamás tuvieron uno…
Obviamente, Brianna no toma en serio a su hijo, pero Roger parece intrigado de que haya mencionado duendes en lugar de hadas, banshees o brujas, más caras a las tradiciones escocesas. Por otra parte, ha encontrado el oro dentro de la bala de mosquete y por un momento sugiere la posiblidad de que Jeremiah pudiera ayudar a encontrar el lugar en que se halla el resto, pero Brianna no ve con agrado la idea y prefiere que, por su bien psíquico, el niño crezca fuera de misterios y viajes en el tiempo, lo cual hasta ahora y por lo que se aprecia, tampoco es que dé mucho resultado…
El Mensajero
En el siglo XVIII, nos encontramos con que el clima revolucionario ya está del todo instalado y letreros por las calles que promocionan la declaración de independencia son arrancados intempestivamente por los “casacas rojas”, entre ellos William. Toca a este presenciar una escena de lo más desagradable cuando un oficial quema a una prostituta por haberle ocultado una enfermedad y es celebrado por el resto de la tropa. Molesto, reacciona (algo tarde, diré) y logra extinguir el fuego, pero es inútil: la pobre mujer ya está exánime.
Al otro día, el capitán Richardson le llama a su despacho, pero no para regañarle ni arengarle, sino, por el contrario, para felicitarle por su valentía en enfrentarse a todo el resto. Lo considera, de hecho y por eso mismo, como el sujeto ideal para llevar un mensaje hasta Dismal Town, localidad junto a un gran pantano en que se hallan acantonados tres militares aliados que se apellidan respectivamente Cartwright, Carver y Harrington. Por un momento fugaz me vino a la cabeza la película 1917…
El Regreso de los Muertos Vivos
Jamie y Claire están camino de embarcar hacia Escocia junto a Ian. Por el camino, el primero está desesperado por hallar manzanas con el argumento de que estarán tres meses en alta mar (¿no es demasiado?) y teme al escorbuto. Ian, en tanto, sigue traumado por haber dado involuntariamente muerte a la señora Bug y está obsesionado con la amenaza de su esposo Arch, a quien cree ver acechando detrás de cada árbol. No es que tema por él, sino por sus tíos, ya que la sentencia de Bug fue precisamente que, para hacer justicia, debía perder “algo que valga la pena”.
Jamie logra calmarlo momentáneamente, pero las cosas se complican impensadamente al llegar a la ciudad y reencontrarse con Cornelius Hartnett, patriota fundador de los Hijos de la Libertad que pretende reclutarlo para la milicia y le pone prácticamente entre la espada y la pared al darle como única alternativa el designar un reemplazo en su lugar.
Ello obliga a aplazar por algún tiempo el viaje a Escocia y si bien Jamie prometió a su hermana que le llevaría a Ian, nunca especificó cuándo. Claire está dispuesta a acompañarlo al frente argumentando que necesitarán médicos. Ian dice que ofrecerá sus servicios a Hartnett para llegar hasta los aborígenes y convencerlos del bando a tomar en la revolución. Lo que más preocupa a Jamie es, sin embargo, la posiblidad de combatir contra su propio hijo, algo que había querido evitar partiendo hacia Escocia…
Pero la mayor sorpresa se la lleva Claire cuando en las calles se cruza con… ¡Tom Christie! No solo eso, sino que este le estampa un beso en plena boca antes de que llegue a reaccionar.
Ambos se consideraban mutuamente muertos: ella por pensar que ya habría sido ajusticiado tras asumir como propio el crimen de Malva y él por enterarse del incendio a través del periódico. Incluso le pregunta si Jamie también sobrevivió y aunque dice alegrarse cuando le responde que sí, pareciera dejar escapar algún deje de desilusión…
Consultado acerca de cómo se salvó, Tom dice que el gobernador le conmutó la pena al darse cuenta de que era culto e instruido y podía ayudarle en tareas de secretario. Podrían haber pensado algo más imaginativo, pero bueno: un deus ex machina (otro más) de los que abundan en la serie.
Y si aun queda más terreno para nuestro asombro, Jamie se toma con toda tranquilidad no solo el saber vivo a Christie, lo que no sería nada, sino también el asunto del beso, al punto de incluso preguntar a Claire si le gustó. Pareciera que todo eso les alimenta el morbo y así caemos en una de las clásicas escenas fanservice anticlima e innecesarias para la trama pero no seguramente para mantener el interés de una parte del público. Lo peor es cuando él recuerda con mórbido placer que ella le pinchó varias veces el trasero con sus “asquerosas agujas”…
Cuáqueros
En el camino hacia Dismal Town, una serpiente espanta a la cabalgadura de William, que se encabrita y huye al galope dejándole en el suelo y con una rama incrustada en el antebrazo. Por suerte (no hay que olvidar que esta es la serie de las grandes casualidades), se cruza con Ian, que lo asiste extrayéndole las astillas y vendándolo, aunque está claro que necesita otro tipo de atención.
Conversando, se ponen al tanto de sus amistades y relaciones, particularmente de que Ian conoce al padre de William por ser amigo del suyo: no le dice nada, desde luego, de que sean primos entre sí. Lo lleva hasta la cabaña de los hermanos Hunter, cuáqueros que, según ha indagado, son lo más parecido a médicos por los alrededores.
El primer diagnóstico de estos es terrible y pretenden amputar el brazo. William dice que prefiere morir, pero Ian le convence de que no tiene alternativa y que debe reunir valor para la drástica cirugía. Por fortuna, sin embargo, la sierra da con la bilis que envenena el brazo y la hace salir, por lo que ya no hace falta la amputación: vaya rapidez la de estos hermanos para dar diagnósticos y vaya fortuna que la sierra, por azar, diera justo con la infección porque, de lo contrario, William tendría para estas horas un brazo menos…
Hay cierta atracción mutua entre Ian y la muchacha cuáquera, cuyo nombre es Rachel. Él, no obstante, se marcha para cumplir con su misión y deja a William al cuidado de los hermanos junto con unas monedas para que se compre un nuevo caballo y… el crucifijo de Jamie.
Pero cuando William vuelve en sí, también hay de su parte cierta afinidad con Rachel que se nota particularmente mientras ella le afeita: también aquí pareciera haber un triángulo pidiendo pista…
William se sorprende gratamente al saber que ella conoce al tal Cartwright y podría llevarlo ante su presencia, aunque su semblante se ensombrece al enterarse que tanto ella como su hermano adhieren a la revolución que él combate.
Marchando junto a la Muerte
Vueltos al siglo XX, vemos a Brianna teniendo una audiencia laboral en la planta de una corporación, pero el ser mujer pareciera ser una traba y más cuando lo que requieren es una secretaria y sus credenciales para la solicitud son de inspectora. Con acidez, dice no entender “qué parte del trabajo de un inspector requiere de un pene” y, valiéndose de los conocimientos hidráulicos adquiridos en el siglo XVIII, señala uno a uno todos los problemas que tiene la represa de la compañía y que bien podrían devenirle a futuro en pleitos legales.
La cuestión es que regresa a casa con el trabajo bajo el brazo pero, contrariamente a lo que podía esperarse, la noticia no cae bien en Roger, quien manifiesta preocupación de los compañeros que pudieran tocarle y el modo prejuicioso en que podrían tratarla. Él juró a sus padres que la cuidaría y no sabe si en el nuevo contexto será capaz de hacerlo…
Amén de ello, el pequeño Jeremiah sigue causando problemas. No solo tiene tendencia a encerrar a su hermana, sino que ahora además han desaparecido las galletas y dice que fue un nuckelavee, demonio con forma de caballo de la mitología nórdica. Admite que lo de los duendes no era cierto, pero afirma que esto sí lo es y Roger, que parece creerle todo, se muestra intrigado de cómo puede su hijo estar al tanto de tal criatura mitológica. No veo por qué: ¿no había libros en 1980?
De regreso al siglo XVIII, una última escena nos muestra a la milicia revolucionaria marchando hacia Fort Ticonderoga mientras Claire reflexiona en off acerca de la mezcla de valor y temor con que los hombres van hacia la guerra: como si la muerte marchase junto a cada uno de ellos…
Balance del Episodio
Me llaman la atención los abruptos cambios de ritmo en esta temporada de Outlander, con momentos en que la trama se acelera y otros en que se cuece a fuego lento como en este episodio, que pareciera una entrega de transición a lo que viene, aunque a la vez da por fin a la historia un eje y ello es bienvenido. Tenía que reaparecer la revolución americana como aquí lo ha hecho y si los Fraser se embarcaban hacia Escocia se esfumaba uno de los conflictos potencialmente interesantes de la historia: el de poner a Jamie ante la posiblidad de enfrentarse a su propio hijo.
El giro que ni por asomo vimos venir fue la reaparición de Christie, de quien justamente me preguntaba en el análisis anterior si debíamos dar su muerte por sentada sin más. Contando a Adso, ya es el segundo “gato de Schrödinger” que sale de la dualidad y solo nos queda Brown, de quien sería bueno que en algún momento nos contaran si Jamie lo mató realmente o no: la reaparición de Christie me da alguna esperanza… Eso sí: la historia de cómo escapó a la horca fue bastante pobre e inconsistente, por no decir sin imaginación…
Por otra parte, sus sentimientos hacia Claire hacen entrar la historia en zona extraña. No se me ocurre que podamos estar ante un triángulo más o menos creíble, pero es rara la forma en que la cuestión es asumida por Claire y lo mismo por Jamie, de quien cabía esperar alguna reacción más intempestiva o violenta. ¿Qué quedó de aquel rudo escocés de las montañas que conocimos en la primera temporada?
Y si hablamos de personajes que han cambiado, Christie es otro: la beatífica sonrisa de Buda que exhibe de un tiempo a esta parte no se condice con el carácter autoritario e intolerante que le hemos conocido y más aún siendo un hombre que dice haber condenado a su esposa por “prostituta y bruja”. Pero a la vez podría dar lugar a un tratamiento interesante del personaje si aciertan en manejarlo más como contradicción que como evolución.
Curiosamente, los mejores momentos y diálogos tuvieron que ver con la religión. El vínculo filial entre Jamie y William, por ejemplo, queda representado en el crucifijo, cuya significación en la historia excede a la iconografía cristiana y puede competir con la bala de mosquete por ser el Macguffin de la temporada.
También es interesante, en la misma línea, cómo Rachel justifica su adhesión a la revolución en el don de la libertad que Dios otorga: un fundamentalismo pseudo religioso común a muchos discursos patrióticos. O las dudas de Roger acerca de si al cambiar la historia habrá interrumpido el plan de Dios o, por el contrario, fue parte del mismo…
Es interesante asimismo que Ian y William se hayan encontrado, más allá de lo poco creíble de la forma. Y parte de ese interés reside en que solo uno de ambos conozca el parentesco que les une, perfectamente graficado cuando Ian señala que su perro Rollo reconoce a William como “de la familia”. Por cierto, muy buen desempeño de Charles Vandervaart en el papel de este último.
En cuanto al triángulo que podrían llegar a tener con Rachel, quizás hubiera merecido más tiempo de desarrollo para que supiéramos más de ella, que hasta aquí parece una muchacha de “ir al frente” y no sé hasta qué punto ello congenia con su filiación religiosa…
No sé cómo tomar los aspectos mágicos que persisten en aparecer en esta temporada, pues la serie siempre mantuvo como regla no escrita que la única magia residía en las gemas y los viajes en el tiempo. Pero en el episodio anterior hemos tenido a Jamie soñando con Jeremiah y ahora este parece seguirle por el camino de lo sobrenatural con duendes y caballos demoníacos. Qué tanta realidad tendrá todo esto no lo sabemos, pero llama la atención que Roger no se manifieste del todo incrédulo.
Por último, pero no menos importante, el tratamiento de la misoginia y su verosimilitud al ser puesta en contexto de época. Divertido y ocurrente, por cierto, el comentario de Brianna acerca de la no necesidad de un pene para ser inspector, pero es difícil de creer que en 1980 hubiera salido del lugar con empleo después de decirlo. Más creíble me parece el comentario conservador de Roger al sentir culpa de no estar cuidando a su esposa.
En el balance, no ha sido un mal episodio a pesar de ciertas incongruencias y demasiados encuentros casuales. Por lo menos ha ayudado a direccionar la temporada sobre un eje determinado y ha introducido un giro interesante con lo de que Tom está vivo, lo que de algún modo hace que la trama de los Christie no esté tan cerrada como parecía dos episodios atrás.
Agradeciendo su tiempo en leer, les espero e invito a analizar la próxima entrega. Hasta entonces y sean felices…