Las circunstancias que rodean a Al otro lado del viento la convierten en una cinta con un componente metaficcional tan evidente que asusta. En el año 1972, el legendario director de cine Orson Welles reunió a un equipo de lujo, que incluía a grandes personalidades del cine como John Huston, para rodar la película que supondría su regreso triunfal a Hollywood, en unos años setenta en los que el encorsetado mundo del celuloide americano empezaba a abrir las puertas a la experimentación. ¿Su historia? Trata de un exitoso director de cine, Jake Hannaford, que reúne a un equipo de profesionales con los que lleva trabajando durante toda la vida para rodar su última gran película, y que les invita a una proyección de lo que lleva rodado para celebrar su setenta aniversario. Sin embargo, tanto Welles como Hannaford se encontrarían con diversas complicaciones a la hora de completar sus obras.
En el caso del director de Ciudadano Kane, el dinero que el cuñado del sha Reza Pahlevi donó al filme le trajo una gran cantidad de problemas legales tras la caída del régimen. Este sería solo el primer problema al que se enfrentaría esta cinta, ya que las batallas legales en torno a ella siguieron poniendo trabas al proyecto incluso después de la muerte del cineasta. Welles apenas pudo montar un par de escenas, pero ya había filmado el metraje que necesitaba y había dado indicaciones para que alguien recogiera el testigo. Finalmente, ha sido Netflix quien ha comprado los derechos y, con el beneplácito de Oja Kodar, coescritora de la película y compañera sentimental del director, nos ofrece Al otro lado del viento más de cuarenta años después. ¿Ha merecido la pena la espera? Quédate con nosotros y te lo contamos.
Un titán del cine
Según palabras del propio Welles, Jake Hannaford está basado principalmente en Rex Ingram, un exitoso director de cine mudo, aunque también hay rasgos autobiográficos muy claros. Y a la hora de hablar de sus influencias resulta imposible eludir al actor que lo interpreta, también un director de éxito: John Huston, cuya presencia impregna todo el filme incluso en los momentos en los que no aparece. Todos los personajes, desde su discípulo Brooks Otterlake hasta la periodista Julie Rich, giran en torno a él. Su figura es un misterio rodeado de leyendas y en el fondo, eso le gusta. El formato de falso documental no hace sino añadirle capas a este enigma.
Primero, le conocemos a través de su cohorte particular y de sus allegados, como ya sucedía con el magnate Charles Foster Kane: hablan sus colaboradores, los directores a los que ha influido, los periodistas que tratan de arrancarle las respuestas, los estudiantes de Cine que nunca podrán ser como él… así, Hannaford se va construyendo a través de lo que los demás piensan de él. La película se resiste hasta a mostrarnos su rostro hasta que ha pasado un tiempo, para crear expectación. Después de esta espera, cuando el protagonista aparece por fin, se nos confirma lo que creíamos: que es un director de la escuela de John Ford o del propio Welles, que hace películas más grandes que la vida y que logra sacar adelante sus proyectos a pesar de las enemistades y las envidias que suscita en la industria. Pero hay más de lo que parece detrás de esta fachada…
El hombre detrás de la leyenda
Durante la fiesta en la casa de este personaje, se proyecta la película que está rodando, Al otro lado del viento, muy experimental y casi muda, en la que Welles (o Hannaford, ya da lo mismo) nos sumerge en un entorno casi surrealista. Estas escenas, al igual que las entrevistas a sus colaboradores o los comentarios de los periodistas, son una ventana al interior del director, sobre todo por la presencia del actor John Dale, joven al que reclutó para sus películas y convirtió en una estrella.
Cuando la película empieza a llegar a su final, descubriremos los secretos que esconde este cineasta, y cómo todo su éxito y sus riquezas no pueden disimular el sufrimiento que experimenta debido a la soledad y la represión. En cierto modo, este personaje es una deconstrucción del estereotipo de director autoritario y varonil, bebedor de whisky y fumador de puros que el propio creador de la película representó en vida. Una reflexión muy valiente, viniendo de una persona de la que siempre se ha dicho que su ego era estratosférico.
Conclusión
Es imposible saber si, de haber terminado la película, Orson Welles la habría realizado de manera distinta. Por lo tanto, debemos juzgar lo que tenemos ante nosotros, aunque siempre quedará esa duda irresoluble. Y, si juzgamos la película, funciona… aunque quizás le ha perjudicado el tiempo que ha pasado desde que sus responsables comenzaran a rodarla, ya que ha perdido el impacto que podría haber tenido en su momento.
Se trata de un filme algo caótico, de planos muy cortos y en constante movimiento, como nos imaginamos que será la vida en el Hollywood de las estrellas. La sátira que hace a la industria del cine no es el tema principal, sino la vida de este Jake Hannaford cuyas películas nos encantaría. En cierto modo, Welles retoma su tema predilecto para su último gran esfuerzo cinematográfico: al igual que hizo con Charles Kane o MacBeth de Escocia, nos cuenta el auge y caída de uno de esos hombres que cambian el mundo o, en este caso, el mundo del espectáculo. No sabemos si el director de Sed de mal se inspiró en sí mismo al dar vida al magnate de la prensa, pero no resulta atrevido afirmar que aportó mucho de su persona a esta película distribuida por Netflix.
La presencia de gigantescos actores como John Huston o Peter Bogdanovich ayuda a disimular las máculas de este confuso filme, que resulta una reliquia curiosa y digna de verse. No sabemos si la versión de Welles habría sido mejor o peor, no sabemos si el director se habría tirado de las barbas al saber que su película se vería en una pantalla diminuta en vez de en un gigantesco cine… pero sabemos que sus colaboradores han dado el visto bueno, y que es positivo que, cuarenta años después, esta cinta haya visto la luz.