El viernes 8 de marzo, en consonancia con el Día Internacional de la Mujer, Netflix ha estrenado Damsel, producción que, con dirección del español Juan Carlos Fresnadillo y con la ascendente Millie Bobby Brown como protagonista, declara como propósito dar un giro a las historias tradicionales de “damiselas en apuros”. Con una trama de fantasía épica algo lineal, el filme consigue bastante menos de lo que se propone, pero aun así lo que consigue no está mal…
“Hay muchos cuentos de caballería en que el heroico caballero salva a una damisela en apuros. Este no es uno de ellos”. Así se presenta Damsel, dejándonos en claro con qué nos vamos a encontrar y, por si hubiera alguna duda, coincidiendo su estreno en Netflix con el Día Internacional de la Mujer. Lo curioso es que pareciera en tal declaración haber un cierto alarde de originalidad, cuando desde Frozen hasta aquí, lo normal y corriente son precisamente las historias en que la doncella o damisela es reconvertida en heroína al apañárselas para salir de apuros por cuenta propia.
Siempre se ha hablado de directores que tienen actores o actrices fetiche, pero en este tiempo de las plataformas, parece que las mismas también los tienen: Millie Bobby Brown, quien protagoniza este filme, es para esta altura y junto a Jenna Ortega una de las actrices fetiche de Netflix tras haber interpretado a Eleven en Stranger Things y a Enola Holmes en dos películas y una tercera en desarrollo. El español Juan Carlos Fresnadillo (28 Semanas después, Intruders) es quien tiene a su cargo la dirección, en tanto que el guion corre por cuenta de Dan Mazeau (Ira de Titanes, Fast X).
Damsel (literalmente “damisela”) es una película de fantasía épica mezclada con cuento de terror que remite, desde ya, a innumerables relatos clásicos de la tradición europea, pero apuntando a una óptica más contemporánea, feminista y hasta inclusiva.
La Historia
El filme comienza con un rey (o al menos su corona lo delata como tal) que, acompañado por una partida de hombres armados, ingresa en la guarida de un enorme dragón, aparentemente para darle muerte. La cosa termina al revés, con toda su guardia socarrada, mientras que de él ya nada sabemos, aunque más avanzada la película seremos puestos al tanto de su destino, así como de que esa primera escena ocultaba detalles que no nos habían mostrado y que serán claves para entender la trama.
Un salto temporal nos transporta siglos después a una “tierra lejana”: un frío y árido reino que no la está pasando bien económicamente, lo que lleva a Lord Bayford (Ray Winstone) a ofrecer a su hija Elodie (Millie Bobby Brown) para ser unida en matrimonio al príncipe de un opulento reino insular llamado Aurea.
De más está decir que la muchacha no ha sido consultada al respecto y que se trata en principio de una típica boda arreglada por conveniencia (ya sabremos que para la otra familia es más que eso), por lo que, un poco en barco y un poco en carruaje, ella debe trasladarse al reino que será su nuevo hogar en compañía tanto de su padre, como de su madrastra Lady Bayford (Angela Bassett) y su alegre y dicharachera hermana menor Flora (Brooke Carter).
Apenas llegar, se dan cuenta a simple vista de la opulencia de Aurea en contraposición con su reino: sus campos deslumbran de verdes y su arquitectura es bella e imponente (incluso diría entre renacentista y dieciochesca, a diferencia del aspecto de alta edad media que luce el reino del que vienen, cuyo nombre nunca sabemos).
A pesar de todo, el príncipe Henry (Nick Robinson) no da en principio trazas de ser mal tipo y trata bastante bien a su prometida tras conocerla, manifestándole incluso no saber que venía obligada: con el correr del filme, sin embargo, irá mostrando su hilacha. Bastante más fría y maquiavélica parece ya desde un primer momento su madre, la reina Isabelle que, en gran guiño al papel que hiciera alguna vez en The Princess Bride, es interpretada por Robin Wright, quien asume aquí por contraste el papel de principal villana en la historia.
Pues bien: lo del matrimonio acaba por ser un mero engaño. La verdadera razón por la cual han llevado allí a Elodie es para fusionar su sangre con la de la familia real y entregarla al gran dragón que, desde mucho antes que cualquier humano, habita en una enorme cueva de la isla y, como el Minotauro de Creta, debe recibir cada tanto sangrientas ofrendas para ser mantenido en calma: en este caso, tres princesas de la familia real. La mezcla de sangres, por lo tanto, es una forma de engañar al dragón entregándole gato por liebre…
A partir de allí, se desarrolla una trama en la cual, arrojada al interior de la caverna, Elodie encontrará allí los cuerpos (e incluso los espíritus) de las damiselas antes asesinadas y, por supuesto, deberá recurrir a su determinación, valentía e ingenio para tratar de escapar a los dientes, garras y fuego de la monstruosa criatura que allí habita.
Ritmo Irregular
Voy a insistir en lo que dije al principio: la historia de la damisela puesta al revés de la visión tradicional no es ya novedad por estos días, con lo que la premisa, a diferencia de lo que pretende, está lejos de ser original o disruptiva. Aclarado eso, queda por determinar si, de todas formas, el filme cumple como entretenimiento y, sobre todo, como aventura épica, género que tiene en el mundo legiones de incondicionales amantes, de esos que no se pierden absolutamente ningún estreno (presente) y dentro del cual las películas de dragones constituyen ya casi un subgénero.
En ese sentido, la historia muestra algunas disparidades en su dinámica narrativa. La primera media hora carece de originalidad y sorpresa, pero está bien llevada. Sin embargo, una vez que Elodie es arrojada a la guarida del dragón, la cosa cambia y hay momentos que se vuelven tediosos y estirados hasta recuperar el ritmo hacia la segunda mitad y traernos algún giro sobre el final.
Es imposible no reconocer mucho del clásico cuento de Barba Azul, siendo las damiselas muertas en la guarida del dragón el elemento más claramente reconocible. Pero tampoco podemos negar que Juego de Tronos se ha convertido, en los últimos tiempos, en referencia obligada del género de espada y hechicería, casi a la par de los libros y adaptaciones de Tolkien: de hecho, y sin hacer spoiler, Elodie adquiere, hacia el final, características que la acercan sutilmente a Daenerys Targaryen. Y no faltan, por otra parte, reminiscencias estéticas de videojuegos de los ochenta, especialmente Dragones y Mazmorras.
Fortalezas, Debilidades y Contradicciones
Más allá de las mencionadas irregularidades, la trama logra en todo momento mantener el interés gracias a una sólida Millie Bobby Brown que, cada vez más madura actoralmente, es una especialista en contagiarnos el miedo de sus personajes y cuenta ya con bastante experiencia en encarnar a muchachas que resuelven enigmas o se enfrentan con monstruos, pero que siempre, en definitiva, se las acaban arreglando por cuenta propia.
En cuanto al resto, hay una fantástica Robin Wright dando vida a la pérfida reina Isabelle y también, a pesar de no tener tantos minutos en pantalla, interesantes trabajos de Nick Robinson, Brooke Carter y Ray Winstone encarnando respectivamente a Henry, Flora y Lord Bayford. Y si dejo a Angela Bassett para el final es porque la oscarizada actriz no necesita casi presentación o credenciales, pero lamentablemente su personaje (una madrastra muy diferente en perfil a las de los cuentos tradicionales) está desaprovechado por el poco lugar que el guion le otorga.
No obstante y si hablamos de personajes, no podemos olvidar que en las historias de dragones también ellos son protagonistas, por lo que es fundamental, por ejemplo, que haya una buena voz detrás de los mismos, como la de Sean Connery en Dragonheart (Rob Cohen, 1996). Y tenemos allí un punto fuerte, ya que la criatura cuenta con la que es para mí una de las mejores voces del cine y tv de hoy en día, como la de la actriz iraní Shohreh Aghdashloo (The Expanse, Renfield, Casa de Arena y Niebla).
Sin embargo y más allá del gusto y placer de oír a Shohreh, estamos quizás ante el dragón más tonto del mundo, capaz de tener a su joven presa a escasos metros sin verla e incluso quemarse a sí mismo, sin que se entienda por qué en ocasiones incinera con tanta rapidez y facilidad a personajes secundarios, pero no hace lo mismo con Elodie, que siempre logra escapar a sus llamas o, a lo sumo, se lleva vestido y tobillos chamuscados.
Y si hablamos del dragón, ello nos lleva a hablar de los efectos visuales, que lucen muy bien en algunos tramos del filme pero algo anticuados en otros. En el caso de la criatura, particularmente, se ve más ominosa y convincente cuando permanece oscura y difusa que cuando finalmente la vemos al completo y con lujo de detalles: allí, paradójicamente, deja de dar miedo y parece un dragón de los ochenta, lo cual no deja de ser deliciosamente nostálgico, pero no cuadra con las exigencias que hoy en día este tipo de cine requiere.
En cambio, es absolutamente magnífico el trabajo de vestuario y ambientación de interiores, más convincente en los castillos que en la guarida del dragón. En cuanto a los exteriores, el distrito de Santarém, en Portugal, da a la historia el marco natural adecuado, amén de una gran recreación del reino de Aurea por más que ciertos toques Disney den al conjunto un aspecto algo pueril y el castillo parezca sacado de pastel de cumpleaños (o de boda, en este caso). La fotografía está muy bien, pero se luce justamente más en esos exteriores que en los ambientes oscuros, como la cueva del dragón.
La banda sonora, a cargo de David Fleming y con producción de Hans Zimmer, es también otro punto alto y les recomiendo estar atentos a no permitir que Netflix les saque los créditos finales para poder oír tanto la bella canción Ring of Fire, interpretada por la cantautora sueca Lykke Li, como el bello y épico tema de cierre orquestal, que es una lástima que no haya sido utilizado en el resto de la película (se los dejo más abajo). Édith Piaf, en cambio, que sonaba como fondo en el tráiler, no se deja oír en ningún momento de la misma.
Algo más por decir y que nuevamente tiene que ver con la pretendida originalidad inicial de la historia: hay gran contradicción entre el tono feminista que se pretende dar al filme (insisto incluso en la fecha del estreno) y el que las partes de la anatomía de Elodie vayan quedando cada vez más expuestas (incluso desde ángulos que llevan al morbo) en la medida en que su vestido se va rasgando o quemando. Y no lo digo desde una moralina barata ni porque particularmente me importe, sino para remarcar lo fácil de caer en contradicciones cuando, como en este caso, se quiere asumir un discurso ideológico demasiado evidente.
Balance Final
Damsel no tiene, como hemos dicho, la originalidad que pretende, además de incurrir en contradicciones al presentarse como filme feminista. Pero si se la toma como mero entretenimiento o fantasía épica para descansar la mente (lo que en definitiva y quizás a pesar suyo, es), se puede decir que la película, aun con sus defectos y sin que le sobre nada, cumple.
Entre lo mejor, debemos destacar el gran trabajo de una cada vez más madura Millie Bobby Brown, así como la voz del dragón a cargo de Shohreh Aghdashloo y la magnífica villana interpretada por Robin Wright. También una trama que, aun con sus irregularidades, es mayormente entretenida y con algún que otro giro hacia el final, así como cabe igualmente destacar la banda sonora, el gran trabajo de vestuario y algunos (repito, algunos) efectos visuales.
Entre lo peor: las pérdidas de ritmo ya señaladas y cierta previsibilidad que afecta a la mayor parte del filme ya que, incluso con los giros del final a la vista, también la resolución se vuelve algo previsible de allí en más. Ello además de ciertos momentos discursivos demasiado obvios que, afortunadamente, no son tantos como para cortar el clima y, por último, lo poco convincente de algunos (repito, algunos) efectos visuales.
Hasta la próxima y sean felices…