Netflix nos trae una pequeña joya, La maravillosa historia de Henry Sugar, lo nuevo de Wes Anderson protagonizado por Benedict Cumberbatch, Ben Kingsley, Ralph Fiennes, Dev Patel y Richard Ayoade. Se trata de una adaptación de una historia de Roald Dahl, lo que siempre implica un mínimo de calidad.
Mediometraje con aroma a cuento clásico
El propio Roald Dahl (encarnado por Ralph Fiennes) nos cuenta La maravillosa historia de Henry Sugar, un millonario de esos que abundan, que no son especialmente dañinos pero tampoco buenas personas y cuya máxima afición en esta vida es acumular dinero. Henry Sugar conoce la historia de Imdad Khan (Ben Kingsley), un anciano hindú (aquí no han sido muy sutiles porque es inevitable recordar Gandhi) que llega a dominar una técnica ancestral para poder ver sin usar los ojos.
Dicha técnica le servirá a Henry para algo tan prosaico como hacer trampas en los casinos. Como no puede ser de otra forma en una historia de Roald Dahl, al final tendremos moraleja y el millonario descubrirá que el dinero no lo es todo en este mundo.
Wes Anderson escribe y dirige La maravillosa historia de Henry Sugar y la lleva a su terreno, adaptando la obra original a su estilo, con un acabado visual muy particular y optando por que sean los actores quienes cuenten la historia, tal como si leyésemos el libro. En ese aspecto, el director saca el máximo provecho de Benedict Cumberbatch, Ben Kingsley y Ralph Fiennes, especialmente de los dos primeros.
Con una paleta de colores pastel marca de la casa (esos amarillos y naranjas son inconfundibles), la historia se nos cuenta de forma que los actores permanecen prácticamente estáticos en el encuadre y a su alrededor se van moviendo los distintos decorados, tal como si estuviésemos asomados a un teatro.
Con todo este juego, Anderson corre el riesgo de que la cinta se acerque peligrosamente al teatro filmado pero sabe ser original, gracias sobre todo a ser fiel a su estilo y a un uso muy inteligente de esos decorados, así como también a la original puesta en escena. Le ayuda también el haber optado por el formato del mediometraje. La maravillosa historia de Henry Sugar dura apenas 40 minutos y eso se agradece.
Roald Dahl, seguro de vida
Es de agradecer que el espíritu del reputado Roald Dahl, uno de los mejores y más influyentes escritores norteamericanos, permanezca intacto en la cinta. También es verdad que es difícil patinar cuando usas el material original de Dahl y Anderson le ha cogido gusto al tema ya que Netflix estrenará tres cortos dirigidos por él y basados también en la obra del escritor: El cisne(28 de septiembre), El desratizador (viernes 29) y Veneno (sábado 30; no, no es el bodrio de Tom Hardy).
Entretenida e intrascendente
La maravillosa historia de Henry Sugar es entretenida. De eso no hay duda una vez vista. Y mira que los precedentes no invitaban al optimismo. Wes Anderson será todo lo prestigioso e intelectual que se quiere pero también es la encarnación viva del gafapasta, provocando más de un bostezo a quien no comulga con su estilo.
Sin embargo, lo que es su mayor virtud (su brevedad) es también su mayor fallo porque La maravillosa historia de Henry Sugar caerá en el olvido del catálogo de Netflix, allá donde habitan La balada de Buster Scruggs y Noticias del gran mundo, en menos tiempo del que hemos tardado en verla.
En resumen, La maravillosa historia de Henry Sugar es un buena cinta, entretenida, disfrutable y olvidable a partes iguales, por encima de la media de la plataforma (nada difícil), un experimento simpático y entrañable pero del que no nos acordaremos en un mes y habrá servido para que Anderson y compañía hayan ingresado algo más en sus cuentas corrientes. Un saludo, sed felices.