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Crítica de La quimera (2023), una cinta mágica sobre el expolio artístico y nuestro vínculo con los antepasados

Este viernes 19 de abril se estrena en España La quimera (2023), la nueva película de la directora y guionista italiana Alice Rohrwacher, nominada a la Palma de Oro en Cannes 2023. La cinta sigue el realismo mágico de su anterior y reconocido trabajo Lazzaro feliz (2018), para construir una original historia sobre el expolio artístico y el pasado colectivo con un Josh O´Connor protagónico insuperable.

Tráiler de La quimera (2023) de Alice Rohrwacher

Todos tenemos una quimera, algo que deseamos hacer, tener, pero que nunca encontramos. Para la banda de ‘tombaroli’, los ladrones de antiguas tumbas y de yacimientos arqueológicos, la quimera es soñar con dejar de trabajar y hacerse ricos sin esfuerzo. Para Arthur, la quimera se parece a Benjamina, la mujer a la que perdió. Con tal de encontrarla, Arthur se enfrentará a lo invisible, indagará por todas partes, penetrará en la tierra, decidido a encontrar la puerta que lleva al Más Allá de que hablan los mitos. En su osado recorrido entre vivos y muertos, bosques y ciudades, fiestas y soledades, los destinos de los personajes se cruzan, todos en busca de su quimera.

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Póster de La quimera (2023) de Alice Rohrwacher

Una originalidad mágica. Los dos mundos

Si algo tiene la película de Rohrwacher es que, aunque le cuesta un poco arrancar, atrapa desde el primer momento con una atmósfera de incertidumbre mágica en la que no sabes muy bien por qué sucede lo que sucede. El retorno al pueblo italiano de un inglés recién salido de la cárcel −vuelta al hogar muy fordiana− sirve para descubrir poco a poco los elementos centrales del filme y su personaje principal, así como el tono de su construcción, pero el halo de lo desconocido permanece en todo momento y el curioso don de Arthur −suerte de zahorí arqueológico− lo refuerza.

Arthur es una persona extravagante que acentúa esta sensación de misterio, es reservado y físicamente disonante. Llega con un traje impoluto y rasurado a una suerte de chabola en la que vive, en un pueblo de aspecto más bien pobretón: parece un pez fuera del agua. No obstante, con el transcurso de la película su aspecto va decayendo. Su atuendo se mancha, la barba descuidada enturbia su rostro y parece alejarse progresivamente de esa inmaculada apariencia inicial, para fundirse con el entorno casi como las reliquias que su grupo profana.

La obsesión del inglés por desenterrar tesoros etruscos, no es sino una representación del profundo anhelo por reencontrarse con su querida Beniamina, joven italiana fallecida que introdujo a Arthur en el pintoresco grupo de profanación. Beniamina es su quimera −así como, aunque de forma distinta, la de su madre Flora (Isabella Rossellini)−, su bien deseado, que se materializa mediante proyecciones fugaces de su imagen y que le da un sentido más profundo a la película y personaje.

La escena final se encarga de cristalizar el concepto de fusión entre los dos mundos −el exterior y el interior, el presente y el pasado, el finito y el infinito, el de vivos y el de muertos− que cohabitan en la película y de los que Arthur actúa como vínculo. Porque, realmente todo −y todos− se convierte en víctima del inexorable monstruo del tiempo y termina siendo una reliquia de la naturaleza, incluso aquellos sacrílegos que las usurpan.

En su construcción formal, la italiana alterna constantemente formatos y velocidades de imagen, para dinamizar su narrativa y diferenciar los dos mundos que plantea. Hasta en dos ocasiones, realiza un lento giro de cámara vertical de 360º para dar la vuelta a sus personajes y vincular lo real con lo soterrado, para demostrar la inseparable relación del ser humano y sus antepasados. Un gesto técnico propio de una maestra.

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Crueldad y capitalismo. El expolio artístico

La repelente magnate a la que da vida Alba Rohrwacher −hermana de la directora− dice en un fragmento de la película a los protagonistas algo así como “vosotros solo sois los engranajes del mecanismo” (perdón por la imprecisión). Esta sentencia tan llamativa, alude directamente al modelo capitalista imperante y su inherente jerarquía de poderes que la cinta trata de desenmascarar exponiendo la crueldad en que deriva su asunción y la desvalorización artística que conlleva.

Italia (Carol Duarte) es constantemente humillada por Flora (Rossellini) de acuerdo a su relación de poder. Así como un barman −en una escena muy breve y concreta− tiene que soportar la violenta reprimenda de su superior, o los saqueadores protagonistas aceptar las precarias condiciones económicas de unos pagadores que subastan las reliquias entre distinguidas personalidades. Una descripción mediante detalles del funcionamiento del sistema que culmina con la lapidaria frase de la empresaria.

En relación con el arte en sí, la película plantea las consecuencias de su capitalización. Su enorme valor histórico y cultural queda subyugado por el monetario. Los saqueadores de La quimera destruyen sin reparo obras artísticas milenarias con fin de malvenderlas ilegalmente a una corporación millonaria para poder subsistir. Realmente no están haciendo otra cosa que profanar a sus propios antepasados −como seguro les profanarán a ellos sus descendientes−, en una muestra de cómo el rédito económico puede vencer cualquier otro interés.

Arthur es el único que parece esconder un vínculo singular con los restos arqueológicos, en representación del lado humano más emocional así como de la conexión colectiva con nuestro pasado, y, a pesar de su participación activa en las exhumaciones, termina mostrando una férrea defensa y aprecio por el arte cuando lo ve peligrar, que supone ser rechazado por el grupo. Da la sensación de que −quizá− ha experimentado una toma de conciencia tras la muerte de Beniamina.

La inocente pero firme Italia, se escandaliza al descubrir, tras un tiempo de cercanía con Arthur, a lo que realmente se dedica junto a sus compañeros. “No es digno de ojos humanos”, espeta con vehemencia la chica refiriéndose a los ajuares que van a mancillar. De esta forma, se instala una de las cuestiones principales de la película: ¿es legítimo “devolver a la vida” a los muertos tomando sus pertenencias? ¿o estos restos deberían descansar eternamente? El espectador, igual que los personajes, puede tomar la postura que crea. No obstante, siento que el poso de reflexión final, tal y como demuestran Italia y su sociedad femenina en la antigua estación de tren; es que es posible tratar con respeto el pasado.

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Conclusión

Alice Rohrwacher toca el cielo con una historia que abraza el pasado con nostalgia, mediante una originalidad pasmosa y un realismo mágico que rima con su anterior Lazzaro feliz (2018). La quimera expone el saqueo del arte por parte de instituciones privadas y su destructiva capitalización, para jugar con un subtexto más intimista entorno a la búsqueda emocional de su protagonista, un magnífico Josh O´Connor que personifica ese vínculo entre el mundo actual y nuestros antepasados, con sus connotaciones existenciales.

Es una película para dejarse llevar por la belleza de sus imágenes y personajes, sin necesidad de ofuscarse constantemente con su significación. La magia que trasmite Rohrwacher es suficiente para transitar una experiencia cinematográfica única y una de las mejores producciones de 2023. ¡No perdáis la oportunidad de verla en pantalla grande!

Muchas gracias por leerme e id al cine.

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Darío Serrano Gómez
Darío Serrano Gómez
Apasionado del cine en constante aprendizaje. Me gusta ver películas y escribir sobre ellas.
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