Con dirección de José Manuel Serrano Cueto, Osario Norte: Los Últimos Días de San Valentín investiga y deconstruye el ocaso del actor Jorge Rigaud para ofrecer una estremecedora y aguda reflexión sobre el olvido como mal social.
No parecería en principio pensable que un actor consagrado en las cinematografías de por lo menos seis países diferentes acabe con sus restos en una fosa común. Tampoco que quien ha interpretado a personajes entrañables que han calado hondo en la estima del público termine sus días en la soledad y el olvido. Sin embargo, ese ha sido el triste destino de Jorge Rigaud y a ello precisamente apunta este documental tan bello como desgarrador de José Manuel Serrano Cueto que es Osario Norte: Los Últimos Días de San Valentín y que acaba de ser estrenado en el 18° Festival de Cine Inusual de Buenos Aires.
De hecho, no deja tal circunstancia de ser un guiño al propio origen del actor, ya que fue justamente esa ciudad la que le vio venir al mundo un 11 de agosto de 1905 como Pedro Jorge Rigato Delissetche. Con una trayectoria cinematográfica que muchos quisieran tener (de nada menos que cincuenta años), fue estrella en la época de oro del cine de su país (años cuarenta y cincuenta), para luego desfilar por las cinematografías española, francesa, italiana, británica e incluso la de Hollywood, a veces como Jorge y otras como George o Georges e incluso, según se llega a apreciar aquí, con el apellido cambiado a Rigaut.
De asombrosa versatilidad, transitó por los más variados géneros, desde la comedia romántica hasta el terror, pasando por el western, el péplum, la ciencia ficción, el thriller psicológico o el cine de aventuras. Y mientras que en su cinematografía de origen interpretó sobre todo a personajes oscuros o psicóticos, en España se le conoció generalmente por personajes de tipo elegante y señorial, quedando indisolublemente ligado a San Valentín, querible ángel que bajaba a la Tierra para recomponer relaciones de parejas en conflicto, al que diera vida en El Día de los Enamorados (1959) y su secuela Vuelve San Valentín (1962), ambas dirigidas por Fernando Palacios.
Compartió cartel con estrellas de la talla de Kirk Douglas, Bette Davis, Jack Palance, Alain Delon, Rita Hayworth, Claudia Cardinale, Peter Cushing, Christopher Lee, Virna Lisi, Klaus Kinski, Ornella Muti, Rex Harrison, Elke Sommer y un largo etcétera. Su tipo físico le hizo especialmente apto para papeles de “gringo” en producciones de western spaghetti y vaya que fue grande mi sorpresa al enterarme que estuvo en Siete Pistolas para los MacGregor (1966), película que he disfrutado en mi infancia cada vez que era emitida por televisión, pero en la cual no lo recordaba. Y si hablamos de subgéneros italianos, también el “giallo” ha recurrido a él en reiteradas oportunidades.
Además, no solo desfiló por la pantalla de cine, sino también por la de televisión, así como por las tablas de teatro y hasta la publicidad, convirtiéndose, de hecho y según aquí se dice, en el primer actor de carrera en grabar spots publicitarios para la televisión española.
Pero Osario Norte no es un mero documental biográfico ni una cronología de su carrera, sino un poderoso llamado de atención: una estocada directa sobre las culpas que como sociedad cargamos al sumir en el olvido a aquellos que nos han hecho pasar grandes momentos y, muy especialmente, a los artistas.
De hecho, comienza por el final: anoticiándonos tristemente de que los restos del celebrado actor descansan hoy en un osario común del cementerio parroquial de Leganés sin siquiera placa o identificación (aunque los créditos finales nos ponen al tanto de que quizás alguna tardía justicia haya llegado gracias a este documental).
Es a partir de ese dato inicial tan devastador que Serrano Cueto desarrolla un profundo y exhaustivo trabajo de investigación a puro pulmón y voluntad pues, tal como se aclara, el filme no tiene subvenciones ni aportes de ningún tipo y, según se aprecia a medida que lo vamos viendo, tampoco demasiado apoyo o respuesta de parte de organismos oficiales para los fines investigativos.
Rigaud falleció un 17 de enero de 1984 en un hogar asistencial de Leganés, después de haber sido atropellado pocos días antes por una motocicleta en la Gran Vía y de haber pasado por un hospital que, en aras de liberar camas, le dio simplemente el alta en una mezcla de indiferencia, abandono, negligencia y desidia. De allí fue a parar una modesta tumba y, después de diez años sin que amigo o familiar alguno intercediese, a un osario junto a otros cuerpos sin identificación. Tal el triste camino que el filme desbroza.
Y allí está justamente lo más importante para destacar de Osario Norte que, como decíamos antes, no es una mera película biográfica. El propio subtítulo Los Últimos Días de San Valentín nos dice a las claras que la intención es deconstruir lo ocurrido en ese tramo final de su vida y tratar de entender cómo habrá lidiado con la cruz del olvido.
Para ello, se recurre a testimonios de quienes le conocieron o le admiraron, destacándose particularmente el del actor Pedro Casablanc. También el de ex empleados de la institución en que tuvo lugar su triste final o bien gente común de Leganés que, al ser interpelada y aun sabiendo de su trayectoria, muestra sorpresa al enterarse que Rigaud murió en su propia comunidad.
Y si bien el propósito declarado del documental es que el actor termine teniendo su justa placa recordatoria, el caso suyo es usado como testigo para llevarnos a reflexionar sobre el trato que damos a nuestros mayores, a nuestros seres queridos y, muy especialmente, a nuestros artistas. Y lo interesante es que no busca la respuesta certera ni la moraleja fácil, sino que en nuestro fuero íntimo nos preguntemos por qué actuamos de ese modo.
De hecho, el del filme es un planteo que perfectamente se puede traspolar. Me fue imposible, mientras lo veía, no relacionar con Beatriz Bonnet, prestigiosa actriz también argentina de vasta trayectoria en cine, teatro y televisión a cuyo funeral, hace unos años, no asistió absolutamente nadie (literal: nadie) y hasta tenía el nombre mal escrito. Uno de los asistentes al estreno, con quien estuve hablando, me transmitió la misma asociación aun sin habérsela yo mencionado.
Ni qué hablar de Laurel y Hardy, increíble dúo cómico americano del cine mudo y sonoro que, sin embargo, fue solo una vez invitado a la televisión de su país y mucha gente se sorprendió de que estuvieran vivos. O Los Tres Chiflados, el trío cómico más grande que haya existido (increíblemente y hasta donde sé nunca emitidos en España), cuyos integrantes acabaron sus días en la pobreza o en asilos.
Balance Final
Para los griegos, la mayor condena que se podía imponer a alguien no era la muerte, sino el destierro, porque ello significaba que tu sociedad te daba la espalda. Pero, claro, lo hacían con quienes habían cometido una falta o delito hacia la comunidad mientras que nosotros, contrariamente y vaya a saber por qué, condenamos al cruel olvido a quienes nos han hecho felices.
Sobre ello, precisamente, nos hace reflexionar Osario Norte, que es al mismo tiempo homenaje, reconocimiento y llamado de atención. Si hay algo peor que la muerte es el olvido y filmes como este constituyen una pequeña, pero a la vez enorme contribución para sacar del mismo a quienes allí hemos arrojado. Pues si, como vemos aquí, la sociedad no se ha percatado de que alguien querido y admirado ha muerto, que al menos se percate de que ha vivido…
Hasta la próxima y sean felices…