Últimamente, en la ficción televisiva, ya estamos acostumbrados a que grandes nombres provenientes de la gran pantalla se embarquen en la pequeña como aventura narrativa, subiéndose así al carro del boom serial. Pero los casos que quizás pasen más desapercibidos son los contrarios. Las series han alcanzado unos niveles de relevancia más que respetables como medio narrativo y el hecho de empezar en el medio, puede llegar a suponer para muchos darse a conocer y llegar al cine. Este es el caso de Benedict Cumberbatch, actor prácticamente desconocido hasta que protagonizó Sherlock, serie que lo catapultó rápidamente al estrellato, permitiéndole trabajar junto a grandes como Spielberg o ser un nombre digno tras el que poder sustentar blockbusters.
Quizás porque la televisión fue el medio que le vio nacer, la miniserie Patrick Melrose supuso el ansiado regreso del actor al formato serial. Basada en las 5 novelas homónimas del autor Edward St Aubyn, la serie pone sobre la mesa un retrato hábil y desagradable, que respira un aire distinto desde sus primeros minutos.
Amarga e incomoda
La historia se centra en Patrick Melrose, un joven británico politoxicómano de padre abusivo y madre negligente repleto de problemas. A raíz de su presentación con la muerte de su padre, la serie busca abarcar en sus cinco capítulos algunos de los momentos más relevantes y traumáticos de su vida. Patrick Melrose no está diseñada para ser agradable, a pesar de su ácido humor y el continuo cariz sarcástico que desprende, los temas centrales son angustiantes y determinadas situaciones pueden tornarse opresivas. Gran parte de ese trabajo se debe a la estelar actuación de Benedict Cumberbatch, que brilla como nunca interpretando a un personaje repleto de traumas e incapaz de controlar sus propias emociones. De hecho, la serie en ocasiones parece ser un mero escaparate para que el actor se luzca, pero es tal el espectáculo que se puede pasar por alto.
Patrick Melrose tiene un ritmo especial. Quizás sea por su peculiar número de episodios o por los lapsos de tiempo que pretende abarcar, pero la serie tiene un caminar distinto, sufriendo cambios de tempo radicales en el mismo capítulo. Por supuesto que en todas las series hay momentos de mayor y menor intensidad, pero aquí el contraste es abismal, como si el respirar del episodio y del protagonista fueran idénticos, fomentando una sensación de intranquilidad similar a la de todo aquel que rodea a Patrick, esperando la inevitable explosión de un hombre consciente de sus traumas pero incapaz de controlar el dolor de su recuerdo.
Estética cinematográfica
Gran parte de la capacidad evocadora de la serie, se debe a su componente estético. Vivimos en una sociedad que cada vez se rige más por lo visual y la mayoría de productos artísticos y de ficción, ya procuran ser agradables a la vista o resultar cautivadores. Pero, a pesar de este auge en la relevancia de lo estético, rara vez se produce una simbiosis con el mensaje y tonalidad. Son muchas las series agradables a la vista, pero pocas trascienden la vacuidad superficial y convierten la estética en una arma evocadora capaz de conmover. En Patrick Melrose sí.
El trabajo puesto en la dirección de fotografía es impecable. Tanto las puestas en escena como las variaciones y contrastes en las paletas de color, contribuyen a crear una atmósfera cautivadora, modulando las tonalidades en función de la emoción predominante y consiguiendo que hasta las situaciones más angustiantes resulten atrayentes sin perder un ápice de la amargura del momento. Una faceta estética muy evocadora que se ve reforzada por la fuerte presencia de estupefacientes y traumas, elementos que le permiten a la serie jugar con simbolismos y mundos oníricos de manera puntual que afianzan la emotividad y hacen más refrescante su visionado.
La importancia del tiempo
Pero si hay alguna característica por la que la serie es especial, es por su uso del tiempo. Al estar cada capítulo dedicado a una fase concreta de la vida del protagonista, se consigue que cada entrega sea una pequeña historia que, al ser lo suficientemente autoconclusiva, satisface parte de la necesidad de clausura del espectador, pero contribuyendo también a la creación de una potente y más interesante imagen de conjunto. De hecho, da la sensación de que cada capítulo podría estar asignado a una de las cinco fases del duelo, robusteciendo y profundizando de este modo en las distintas etapas por las que pasa Patrick a lo largo de su traumática vida repleta de esnobismo y malas compañías.
Patrick Melrose es el amargo relato de la conciliación con las experiencias traumáticas, la historia de una persona rota que se mueve por el miedo y sin mirar atrás, buscando alejarse de quiénes le causaron dolor pero alejándose de todos. Una miniserie confeccionada con mucho mimo y que pone sobre la mesa toda una serie de propuestas en cuanto a ritmo y evocación merecedoras de respeto o, al menos, de un visionado.