Filmin sigue apostando por cine de calidad al que no tendríamos acceso porque no los veríamos en las carteleras habituales. Es el caso de El club del odio, bautizada por su campaña de marketing como la película más polémica y salvaje del año 2022 en Estados Unidos.
¿Merece ese apelativo?
El club del odio narra la historia de un grupo de mujeres blancas que se reúnen en una iglesia para compartir opiniones sobre la deriva de Estados Unidos, cada vez más alejada de los valores nacionales, y las oportunidades que se dan a los inmigrantes en detrimento de los estadounidenses. Lo que prometía ser una reunión íntima acaba teniendo consecuencias imprevisibles tras un encuentro fortuito.
La película es el debut en el largometraje de Beth de Araujo, cuya propuesta captó el interés de Jason Blum, el conocido productor de algunos de los mayores éxitos del cine de terror de la última década. Por ejemplo, la saga de Insidious.
Sin embargo, que nadie se engañe. El club del odio no es una película de terror. O, al menos, no del terror que uno espera en sagas como la citada Insidious, Sinister o Expediente Warren.
Porque el terror, como la comedia, son géneros cuyo impacto depende de cada uno. Los hay que le aterran los fantasmas. Otros, los montruos deformes. O los asesinos en serie. O las ideologías extremistas de algunas personas.
Los villanos que nos hacen felices: nazis de ficción
Aunque El club del odio no está adscrita los cánones del cine de terror, sí que refleja una situación francamente terrorífica que no revelaré. Lo que importa es que todo surge de una reunión informal e inofensiva.
Y esto es de lo que habla El club del odio. Beth de Araujo, director inmigrante en Estados Unidos, aborda sin tapujos los peligros de la ideología de extrema derecha que ha terminado ocupando un lugar en la democracia estadounidense. Y en muchas otras.
Este peligro se refleja de forma bastante gráfica. En la película suceden dos acontecimientos iniciales. Uno es un gesto aparentemente trivial de un niño con una limpiadora inmigrante en un colegio. Y otra es la reunión de las mujeres blancas y supremacistas que buscan compartir su frustración y su odio en un club en el que, claro, solo están hablando. No hacen daño a nadie.
Hasta que lo hacen.
De Araujo no solo establece un paralelismo entre la inauguración del club con el asentamiento de los grupos de extrema derecha en el poder y sus posibles consecuencias, sino que retrata lo fácil que supone pasar de las palabras a los hechos. Que cualquier ideología, libro o, directamente, cualquier idea, puede ser el germen de algo positivo o, por el contrario, de un atrocidad.
Para ello, utiliza un recurso impropio del cine de terror que los que la producen suelen estrenar. El plano secuencia.
Este tipo de enfoque, basado en la (normalmente falsa) narración de una historia sin cortes, ayuda a aportar tensión y cohesión a la trama (si no, que lo digan algunas de las mejores series de televisión de la historia). Un ejemplo sería 1917, narrado en dos enormes planos secuencia que ayudaban a sumergirnos literalmente en la Primera Guerra Mundial.
Crítica de 1917. No es de guerra. Es la guerra.
En este caso, El club del odio está narrada sin cortes para mostrar lo rápido que puede escalar la violencia a partir de un reunión. Lo que, por otro lado, puede llegar a generarnos dudas acerca de la libertad de expresión con aquellos que promueven el odio.
Además, El club del odio toma la valiente decisión de apostar por unas villanas protagonistas que son mujeres. Pocas veces había sido retratado el supremacismo blanco desde el punto de vista de sus mujeres más afines.
Lástima que, conforme avanza el relato y las palabras se convierten en hechos, parte de la fuerza de su premisa se pierde para abrazar los tópicos del terror.
En definitiva, El club del odio es una interesante película sobre el peligro de dar voz a las ideologías extremistas (en este caso, la derecha). Un thriller con componentes de terror que basa su fuerza en el plano secuencia para enfatizar la delgada línea del pensamiento al acto y en la tensión que consigue el narrar sin cortes. Una pena que su mensaje se diluya conforme aumenta la escalada de actos del club de mujeres ultraconservadoras.
¡Un saludo y sed felices!
¡Nos leemos en Las cosas que nos hacen felices!