Bienvenidos, auténticos creyentes, a La Tapa del Obseso.
Llegas tarde a casa. Otra vez.
El consuelo es algo que tenías en la nevera. Algo no muy sano que tenías en un tupper. Enciendes la televisión. No sabes bien la razón. A pesar de lo triste de tu situación actual te atreves a hacer toda una crítica trascendente de lo que estás viendo. Haces un análisis crítico y despectivo en voz alta, criticando lo mierda que es la tele, lo bobos que son los presentadores, como todo es amarillismo y patetismo. Te sientes mejor, superior moralmente a todo eso. Ha sido bueno decirlo en voz alta. Es una pena que nadie te haya escuchado.
Sobrevives con fantasías de poder y control sobre el mundo hasta que vas a trabajar. Crees tener el control absoluto de todo, las razones para todo. Al llegar al trabajo el peso de la realidad vuelve para aplastarte. Se supone que a tu edad deberías haber llegado más lejos en tu carrera laboral. Crees percibirlo en el resto de tus compañeros, en la (poca) gente con la que te relacionas, en las chicas a las que conoces. Tu empleo de poca monta es poco gratificante, con tu jefe patético y baboso al tanto. Tus compañeros no quieren saber de tus asombrosas teorías intelectualoides sobre la televisión o los cómics. Tras mil años que caben en un día consigues salir de allí. Te llama tu novia.
Tras un inicio prometedor, recuerdas al poco de estar con ella lo patético de vuestra relación. No es raro que ella te desprecie y muestre abiertamente que cree que eres poca cosa. A esas demostraciones tampoco respondes con nada. Eso lo hace la gente con autoestima. Con algo de amor propio o algo de dignidad. Son cosas que tienes en tus fantasías, sólo en tu cuarto, en tu piso. Aquí no. Con alguien más no. Al fin y al cabo sólo tienes treinta y tantos años.
Aún no está todo perdido. Aún puedes dejar ese trabajo pagado casi con un cuenco de arroz al día y hacer algo serio. Tuviste una oportunidad hace tiempo que no salió del todo bien, pero puedes volver a intentarlo. Esta vez sí tienes experiencia y las cosas claras. Tras ponerte con ello y someterte a prueba te la pegas. No parece que tus nuevos esfuerzos sorprendan a nadie. Escuchas preguntas sobre tu edad, escuchas acusaciones sobre que no eres especial, que lo que uno hace es producto de lo que uno es. Y que sin una vida interesante no hay trabajador interesante. Parece irrelevante que sujetos que conoces que tampoco lo son tengan un éxito que a ti se te niega. Parece irrelevante que esa gente de éxito simplemente tuviera mejores contactos o viniera de una clase social superior a la tuya.
Vuelves tarde a casa. Otra vez.
Vuelves a hablar solo, criticando con erudición otra serie de televisión, otro cómic, otro libro, otro programa de televisión. No eres un cualquiera, tienes estudios, tienes cultura, no eres parte de esa masa amorfa que sólo ve telebasura y ni piensa, como si fueran zombis. Tu piso es pequeño. Tu trabajo está mal pagado y tu jefe es un baboso. Tu relación actual es patética por muchas cosas, entre ellas la insistencia de tu novia de compararte con su ex dejándote en mal lugar casi siempre. Te sentirías aislado, sólo y deprimido si no fuera por que eres un héroe. Un héroe que tiene todo bajo control, que tiene todas las respuestas e incluso va al club de tiro. Sólo la última cosa pasa fuera de tu casa.
No te das cuenta de que pasa algo. O quizás no pasa. Hay sucesos violentos a tu alrededor. Pero tú estás en tu nube, en tu mundo fantástico. La masa sin cerebro con la que te cruzas por la calle de repente es más violenta de lo normal. Unas personas se atacan a otras, se muerden. Pero muchas otras personas al ver estos ataques no reaccionan. En las películas de zombis todo el mundo huye al ver a los monstruos devoradores de carne humana. Tú a veces ves que alguien es mordido por otra persona sin que el resto del vagón se inmute: creen que es algo de la televisión, o un gamberro que ataca a alguien (ante lo cual es mejor no meterse) o simplemente no creen nada. Simplemente ver cómo alguien muerde a alguien no consigue que la masa amorfa devoradora de telebasura se inmute. Pero tú, que eres un rarito, perdón, un héroe si lo ves. Ves ataques, ves sangre y sus gritos no te parecen salidos de un programa de televisión ni parte de una propaganda comercial.
Te cagas vivo, te pasas mucho tiempo atascado de manera patética en una puerta, corres sin tener plan ni idea, demuestras a cada paso con tus decisiones que mereces morir en todo este apocalipsis que hay gente que ve y gente que no. Llegas a un bosque y pasas la noche al raso. Todos tus demonios internos (¿o son externos?) se reúnen para atormentarte. Miras el reloj cada dos minutos, te quedas sin batería de móvil. Sabes que vas a morir. Algo ha pasado, hay gente que muerde a otra, hay gente muriendo y hay llamas por muchos sitios. En tu habitación serías un héroe, pero aquí, en lo que quiera que esté pasando (o no) que hace que la gente muerda a otra y haya muertos andando por las calles vuelves a ser el del trabajo, el de tu novia, el de tu vida en realidad.
Sin saber cómo, despiertas. En medio del bosque. Sin haber comido desde hace ni se sabe. Sólo con tu rifle. Muerto de frío. Sin saber si lo que pasa es parte de las frecuentes alucinaciones que tienes desde hace tiempo, fruto de tus ensoñaciones y fantasías heroicas. Pero en este punto da igual. Has sobrevivido, aunque no sabes la razón. No importa. Eres un héroe.
Todo esto es, ni más ni menos, el resumen del principio de I am a Hero, el manga de Kengo Hanazawa, publicado en España por Norma Editorial. Como puede uno imaginarse al leer lo anterior, habla de las lacras de los adultos actuales: infantilización, patetismo, huida de la realidad y frustración vital. Y lo hace con una crudeza aplastante. Con una narrativa visual impactante, sobre todo cuando usa varias páginas dobles consecutivas en el mismo “plano”. De lo más recomendable que he leído en manga en mucho tiempo.
Sed felices.
Perfectamente descrito Raúl. A mí me resulta tan lento que me pone hasta nerviosa. Es como una peli de miedo a cámara lenta, creepy total.
Además, el protagonista tiene una extraña convicción de seguir viviendo con algunas reglas de un mundo sin apocalipsis que me desconcierta.
Lo leí hace poco y le tenía muchas ganas, pero para mí no acabó de cuajar, muy existencialista.
Pues sí, tal cual. 😉