2023 es un año distinto. El primero desde hace muchos en el que ninguna serie parece convertirse en un fenómeno, ninguna película de superhéroes es particularmente esperada y las dos producciones más ambiciosas de lo que queda de año son producidas por Apple y estrenadas parcialmente en las salas de cines. Pero también el año en el que el séptimo arte nos está regalando grandes experiencias en una frecuencia que hace años que no se contemplaba.
Y claro, 2023 es el año del regreso de Martin Scorsese, un director cuyos proyectos deberían ser considerados eventos en sí mismos solo por los 80 años que atesora. Dicho de otra forma, cada película que estrena Scorsese bien podría ser la última de toda su carrera. Y solo por eso ya merece toda nuestra atención. Como así la ha tenido Los asesinos de la luna, desde ya otra de las obras maestras de su director y firme candidata a mejor película del año.
Crítica de El irlandés, la anterior película de Martin Scorsese para Netflix.
Los asesinos de la luna sitúa su acción en Oklahoma en los años 20. La nación india de los Osage, recluida en una mísera reserva dentro del estado, se ha convertido en el pueblo más rico de la Tierra tras encontrar petróleo dentro de su territorio. En este contexto, Ernest Burkhart (Leonardo DiCaprio), veterano de la Primera Guerra Mundial, acude a la reserva Osage para buscar trabajo con su tío William Hale (Robert De Niro), el cacique blanco de la reserva. Mientras tanto, una serie de asesinatos de indios sacuden a la zona sin que ninguna autoridad tome medidas al respecto.
Dirige Martin Scorsese, probablemente el mejor director en activo del mundo. Le avalan los más de cuarenta años de obras maestras que lleva regalándonos. Y, pese a ser un cinéfilo empedernido y, con ello, un amante del western, Los asesinos de la luna es la primera película que puede enmarcarse dentro de este género.
Sí, se sitúa en los años 20, lo que lo alejaría del marco habitual del Oeste americano. Pero hay ranchos, cowboys, indios y el omnipresente conflicto entre la salvaje tradición de los indios americanos y el arrollador paso de la civilización abanderada por el hombre blanco.
De todos los géneros cinematográficos, el western es el más puramente americano de todos ellos. Creado cuando muchas de sus leyendas todavía estaban vivas, el western ha ayudado a cimentar la imagen de un pueblo americano nacido de la colonización, la valentía, el trabajo duro y el emprendimiento. Y, frente a ellos, los salvajes indios, con sus costumbres aberrantes y su empeño en traicionar los tratados que pacíficamente habían pactado con el gobierno norteamericano.
Todo mentira.
En su primer (y, probablemente, último) western, Martin Scorsese ajusta las cuentas con el mito fundacional de su propio país. Sí, hay colonos. Pero estos son los que encerraron a los nativos en reservas de tierra improductiva. Y hay emprendedores. Porque el hombre blanco es capaz de hacer cualquier cosa con tal de robarle el petróleo al indio. Y hay cowboys, unos cuantos. Pero estos son brutos incapaces de caminar al paso de los tiempos y que malviven con trabajos de poca monta que les permitan ir subsistiendo.
El director invierte tres horas y media, la película más larga de su carrera, no para narrar la investigación de los asesinatos en serie de la nación Osage. Esto solo se reserva a una parte del filme. Los asesinos de la luna se centra en profundizar en la comunidad, en la atmósfera que rodeó a todos estos asesinatos. Y lo hace sin buscar la lágrima fácil ni posicionar al espectador. Porque, entre otras cosas, es muy fácil posicionarse moralmente simplemente atendiendo a los hechos que ocurrieron. De hecho, es una película en la que es muy difícil empatizar con prácticamente todos los personajes.
Empezando por DiCaprio, más actor de método que nunca, con gestos que recuerdan al Brando de El padrino. Su papel es tremendamente desagradecido porque interpreta magníficamente a un personaje que no tiene nada de interesante. Es un mentecato, un tipo estúpido y manipulable que, si tiene dobleces morales, deja que otros le digan cuáles son esas dobleces. Muchos afirman que es el mejor papel de su carrera. No puedo estar más en desacuerdo. DiCaprio es un maestro y lo demuestra en cada una de sus películas, pero ni el papel que interpreta ni la interpretación que consigue, siendo magníficos, están a la altura de El lobo de Wall Street o Érase una vez en Hollywood.
Luego tenemos a De Niro, otro de los actores a los que habría que celebrar tener en pantalla con la edad que tiene y entre tanta mala producción en la que actúa. Qué voy a decir. No le cuesta nada bordar uno de los papeles más desagradables de toda su carrera, lo que ya es decir mucho. Y aparecen otros actores, como Brendan Fraser (oscarizado por La ballena), John Lithgow o Jesse Plemons. Ninguno destaca por encima de los demás porque esta no es una película de interpretaciones, sino de situaciones.
De todos ellos, la única que aporta luz a la película es la desconocida Lily Gladstone. Toda una mona lisa, una esfinge de dignidad que apenas se sostiene en pie frente a lo que le está ocurriendo a su familia…pero que se sigue sosteniendo, pese a todo.
Olvidaros del Scorsese de El lobo de Wall Street o Uno de los nuestros. Tratándose de una película basada en hechos reales, no esperéis el montaje rápido marca de la casa del director. Está tan comprometido con lo que quiere contar que se toma su tiempo…sin detenerse. No es lenta, pero sí solemne. Como un metrónomo cuyo ritmo está destinado a hacer crecer poco a poco la indignación en el espectador.
En definitiva, Los asesinos de la luna es un milagro cinematográfico, otro más, marca de la casa Scorsese. Es el antiwestern por antonomasia. Una película perfecta en la recreación de su época y en su ritmo cadencioso, perfecto para conseguir el calado de su mensaje. Un disparo a quemarropa al vientre del mito fundacional americano y un tratado sobre la Maldad, con mayúsculas. Es la película que los oprimidos nativos americanos necesitaban y, por encima de todo, es una brutal obra maestra.
¡Un saludo y sed felices!
¡Nos leemos en Las cosas que nos hacen felices!
Vaya, parece que he escrito yo esta crítica. Se que no es mía porque está mucho mejor escrita. Pero coincidimos punto por punto