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Los relatos que me hicieron feliz: El hombre que evolucionó

Mi afición a los relatos cortos se remonta a mi niñez. Desde muy pequeño empezaron a caer en mis manos libros que recopilaban estas historias que se le ofrecían al lector como unas píldoras livianas que iban despertando en mí el hambre por la literatura. Empezó a fascinarme el hecho de poder disfrutar de un relato en unas escasas páginas que lo encerraban todo. Comienzo, nudo y, si el relato era de calidad, un final majestuoso que rebotaría durante semanas en la fina membrana sensible que se desarrollaba en mi interior infantil.

Uno de los primeros relatos que recuerdo, y que leí recomendado por la sabiduría infinita de mi padre, se llamaba  ¨ El hombre que evolucionó ¨ y venía recopilado en el fantástico libro de Asimov ¨La edad de oro de la ciencia ficción ¨. El relato se leía de una sentada y aunque no es una maravilla en cuanto a calidad literaria, el argumento que ofrecía y sobre todo el perfecto final planteado hacía que estuvieras pensando en esa historia durante mucho tiempo ( más de treinta años en mi caso ). Por si fuera poco, el relato estaba escrito por Edmond Hamilton, nacido en 1904 ( el relato que nos acontece pronto alcanzará un siglo de antigüedad, ahí es nada ), prolífico autor de relatos y nada menos que uno de los primeros escritores regulares de DC Cómics.

El hombre que evolucionó 3 Las cosas que nos hacen felices

 

En ¨ El hombre que evolucionó ¨ un joven científico cita en su casa a dos compañeros de la facultad con la solapada pretensión de cenar y disfrutar de un fin de semana en compañía. Una vez que los dos jóvenes ( uno de los cuales relata la historia ) llegan a la casa, su anfitrión, llamado Pollard, les desvelará que el motivo de la reunión es mucho más profundo de lo que imaginaban. El científico les hace partícipe en el laboratorio de la casa de su gran invento, un condensador de rayos cósmicos que facilitan de una manera acelerada la evolución de la persona que los reciba. Concretamente quince minutos de exposición a dichos rayos equivaldrían a cincuenta millones de años de evolución en la raza humana. Parece ser que la vida en la Tierra comenzó con un simple protoplasma unicelular que fue evolucionando muy lentamente hasta el día de hoy en el que seguimos el camino evolutivo irremisiblemente. Pollard hace partícipes a sus interlocutores de su intención de usar esa máquina consigo mismo hasta averiguar cúal es el último eslabón evolutivo del ser humano.

A partir de aquí se inicia una serie de secuencias de quince supuestos minutos en los que el científico usa el invento sobre su persona. A raíz que Pollard va evolucionando (cincuenta millones de años por sesión) su cuerpo va mutando a la vez que su inteligencia va desarrollándose de una manera increíble. Curiosamente mientras que su capacidad cerebral y por ende, intelectual, se ve incrementada exponencialmente, sus sentimientos irán mermándose, llegando a ver a sus dos amigos como unos míseros simios trogloditas a los que cada vez trata con más desidia y arrogancia. En el penúltimo paso hacia el desencadenante final de la evolución Pollar ya no es más que un inmenso cerebro sin extremidades ni facciones humanas que se comunica con sus interlocutores por telepatía. Anuncia que sabe que la siguiente sesión le llevará por fin a descubrir la evolución definitiva del hombre, su estado más perfecto y superior. Los quince minutos que transcurren con Pollard dentro de la máquina son vivídos con gran ansiedad por los dos jóvenes, uno de los cuales empieza a perder la cordura para siempre. Transcurrido ese tiempo, la máquina queda en silencio y nuestros protagonistas se acercan para conocer el estado de su otrora amigo y compañero pero lo único que encontrarán será una masa gelatinosa y casi inerte en el suelo del laboratorio. Pronto identificarán ese charco transparente como un simple protoplasma unicelular. La evolución volvía a su origen de una manera circular, coronando este fantástico relato de una manera brillante.

El hombre que evolucionó 2 Las cosas que nos hacen felices

Muchos años he pensado en este relato y aún hoy en día lo hago. Es la verdadera magia de la literatura, la interpretación que cada uno hacemos de lo que leemos y que incluso evolucionará dentro nuestra con el paso del tiempo y la madurez adquirida. Otras historias me hicieron feliz y conformaron al escritor que soy ahora. Mi intención es ir acercándolos a vosotros. Con vuestro ilustre permiso.

Un abrazo a todos.

Enrique Ortega
Enrique Ortega
Escritor y superviviente. Autor del libro ¨Mi faro en las Estrellas ¨ disponible en Amazon. Pienso y algunas veces acierto.
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2 COMENTARIOS

  1. Hola Enrique

    Me ha resultado toda una sorpresa este post, lo cierto es que yo también tengo el libro de Asimov y recuerdo que este fue uno de los relatos que más me gustaron y que mas mella hicieron en mí.

    Me parece un ejemplo ejemplar, valga la redundancia, de cómo en la época dorada de la ci-fi los autores cogían conceptos novedosos y, aunque no los trataban con verdadero rigor científico, sí que los convertían en relatos que derrochaban imaginación y que abrían las mentes de un público hambriento de experiencias nuevas alejadas del fantástico tradicional.

    Deseando leer que otro relatos compartes con nosotros, un saludo.

    • Hola Álvaro, perdona la demora en responderte pero también he estado evolucionando estos días 🙂 Como dices, se tomaban licencias científicas con tal de contar la historia y lo celebro. El final de este que nos ocupa es perfecto y solapa todo lo demás. Intentaré acercaros más relatos.

      Un abrazo !!!

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