Hoy hacemos repaso de Conexión Tequila (1988), clásico de los ochenta dirigido por Robert Towne y protagonizado por Mel Gibson, Kurt Russell y Michelle Pfeiffer. Dos antiguos amigos que han seguido caminos opuestos y en el medio una muchacha y un restaurante, todo ello en un contexto de crimen, narcotráfico y una trama siempre cambiante.
Bienvenidos una vez más a nuestra sección de retro-análisis, hoy para sacarle polvo a Conexión Tequila (Tequila Sunrise, 1988), conocida en América Latina como Traición al Amanecer. Un filme bien de los ochenta que constituye para el californiano Robert Towne su segundo trabajo como director, luego de haberse ganado un gran prestigio como guionista en más de un filme de Roger Corman, pero sobre todo con Chinatown (Roman Polanski, 1974).
En el elenco, un Kurt Russell que venía de 1997: Rescate en Nueva York y La Cosa (ambas de John Carpenter), un Mel Gibson en transición desde la saga Mad Max hacia la de Arma Letal y una Michelle Pfeiffer en ascenso que venía de títulos emblemáticos como Scarface: El Precio del Poder o Lady Halcón, aunque aún no había dado en lo actoral el gran salto que llegaría al año siguiente con Los Fabulosos Baker Boys.
No se podía pensar en una combinación más explosiva para una historia que mezcla intriga y romance en una localidad costera del sur de California que no se designa con precisión, pero que pareciera no estar lejos de Los Angeles. En fin, recordemos (o veamos) de qué iba la cosa…
La Historia
Nick Frescia (Kurt Russell) y Dale McCussik (Mel Gibson) son amigos del pasado y ex compañeros de colegio, pero la vida les ha llevado por caminos distintos. Mientras que el primero es policía y está a punto de ser ascendido a división de narcóticos, el segundo se ha dedicado al tráfico de drogas aunque dice estar ya retirado del asunto: dice…
Un agente de la DEA llamado Hal Maguire (J.T. Walsh) está tras él porque parece estar traficando nuevamente, pero su amigo Nick no está dispuesto a enviarlo a la cárcel y, de hecho, facilita su huida durante un operativo y lo aborda después en privado para ponerle al tanto de que lo están investigando y oyendo sus conversaciones en un restaurante italiano de la zona.
El mismo está regentado por Jo Ann Vallenari (Michelle Pfeiffer) y es adonde Dale (o Mac, como Nick lo llama) concurre a comer pastas y beber “tequila sunrise”, aunque sospechan que la realidad es otra: en la DEA tienen indicios de que está queriendo arreglar un arribo de cocaína con un pesado narcotraficante mexicano llamado Carlos. En principio, Nick no lo cree, pero Hal le promete que si se vale de su amistad con Mac para arrestar al tal Carlos, se encargará de que su amigo ni siquiera vaya a juicio.
Ello deja a Nick en la paradoja de que si quiere ayudar a su amigo tiene que investigarlo y desbaratar lo que sea que esté haciendo. Para ello, el mejor camino es acercarse a Jo Ann, a quien brinda ayuda en un entuerto legal con un cocinero indocumentado. Está descontado que habrá romance, como también triángulo involucrado , pues cualesquiera otras intenciones o negocios turbios tenga Mac en agenda, una de las razones de su asidua concurrencia al restaurante es precisamente Jo Ann…
No quiero contar mucho más, pero se dispara una red de sospechas y traiciones con una sucesión de giros que hasta el final de la película no dan respiro mientras nada es lo que pareciera ser.
Y la trama narco se complica todavía más con la intervención de un agente federal mexicano apellidado Escalante (Raúl Juliá), lo que da lugar a nuevos giros hasta acabar en una escena de tiros y explosiones que constituyen no solo el clímax de la película sino también su único momento de acción sin que ello signifique que sea aburrida.
Amor, Drogas y Giros
Si uno ve la película hoy sin estar anoticiado del director, posiblemente presuma que es un filme de Tony Scott: el de los ochenta, claro, no el de Amor a Quemarropa o Marea Roja. Pero al estar escrita y dirigida por Robert Towne y ser este responsable de Chinatown, estamos ante una trama mucho más cambiante y enrevesada. Allí reside el principal problema de Conexión Tequila: la historia del triángulo amoroso entre Nick, Mac y Jo Ann es atractiva, como también la laberíntica intriga de tráfico de drogas, pero ambas cosas juntas no acaban de funcionar del todo bien…
Es que, por más que este sea básicamente un filme neo-noir con inconfundibles elementos de los cuarenta o cincuenta, no deja de ser una historia de los ochenta y, como tal, cobran importancia detalles estéticos clásicos de la década que remiten a videoclip o aviso publicitario.
Aunque dosificadas y sin llegar a lo empalagoso, no faltan las consabidas escenas de sexo con fondo de saxo o saxo con fondo de sexo y amantes húmedos en el jacuzzi o entre las olas: estamos en los años de auge del thriller erótico y del tardío impacto (vía Europa) de Nueve Semanas y Media.
Hay escenas que parecen sacadas de esos pósters que poblaban las tiendas de la época y acostumbrábamos regalar a nuestras novias para sumar puntos. Algunas muy logradas, como Nick y Mac dialogando sobre sendos columpios mientras las inconfundibles siluetas de Russell y Gibson se recortan de perfil contra un fondo en el que cuesta distinguir mar, arena, cielo y neblina entre una gama de tonos naranja que hace acordar, claro, al trago que da título a la película en idioma original. La fotografía de Conrad Hall, incluso, le ha valido al filme su única nominación al Oscar.
Pero por otra parte, estamos ante una trama retorcida que no deja respiro y, como consecuencia, tampoco tiempo para detenernos mucho en la contemplación. En Chinatown, la estética era tan ascética y minimalista que nos obligaba a zambullirnos de lleno y sin concesiones en la trama mientras que inversamente, en aquellos filmes ochenteros de Tony Scott, la trama era tan sencilla y lineal que podíamos deleitarnos en los momentos visuales sin culpas ni remordimientos.
Conexión Tequila busca hacer ambas cosas y allí está su error: quiere ser Chinatown en la era del videoclip, pero no deja tiempo para lo uno ni lo otro a pesar de las casi dos horas de metraje y termina por ser, haciendo honor a su título original, un cóctel demasiado cargado.
Ojo: no es que sea una mala película o no se disfrute. Tiene en su centro el poderoso triángulo Gibson – Russell – Pfeiffer, casi de lo mejor que se podía conformar en la época, tanto que amerita preguntarse qué podía salir mal.
Los tres, por cierto, cumplen bien, aunque el personaje de Gibson, si bien rico en ambigüedades, no es un traficante muy creíble o bien será el más bueno del mundo y casi pobre víctima: si trabaja para un narco mexicano, es porque tiene una deuda con este por haberlo sacado de la cárcel; si trafica drogas es porque necesita pasarle dinero a su ex esposa para la mensualidad de su hijo. Quizás hubiera sido más interesante hacerlo algo más podrido y que aun así el personaje de Pfeiffer sintiese atracción por él: una especie de hibristofilia. Pero estaríamos ya analizando una película que no existe…
Y la parte actoral, de todos modos, no se agota en el trío: un formidable Raúl Juliá da vida a Escalante y el mismo calificativo cabe para J. T. Walsh en el papel de Hal: una sociedad que puede ser forzada, cambiante o antagónica y que guarda sus secretos, pero que lamentablemente la preponderancia dada al triángulo deja muy en segundo lugar y es una pena…
La banda sonora de Dave Grusin (ganador del Oscar al año siguiente por Un Lugar llamado Milagro) es muy de la época, pues era común en los thrillers y policiales de los ochenta el preferir arreglos bien groove o smooth jazz con mucho viento y bajo con slap antes que acompañamientos orquestales más bien reservados para grandes producciones épicas.
Y no faltan artistas ligados a la década como Duran Duran, The Church, Ziggy Marley o Andy Taylor y, en una burbuja temporal cincuentera que para nada desentona con el tono neo-noir, The Everly Brothers. Pero el párrafo aparte se lo lleva la canción Surrender to Me que, compuesta especialmente por Richard Marx y Ross Vannelli, es interpretada en el final a dúo por Ann Wilson, de Heart, y Robin Zander, de Cheap Trick: un baladón de esos capaces de derretir los corazones más gélidos que se convirtió en éxito y clasicazo indiscutible de los ochenta.
Valoración Final
A veces tengo mis reservas para usar el término envejecimiento cuando se habla de un filme que tiene sus años. Supongo que entiendo de todos modos lo que significa: algo así como decir “de ser hecho hoy, se haría de otra forma”. Pero soy de la idea de que una película, como todo, tiene siempre un contexto de época y así debe ser vista. Además, las tendencias y modas pueden ser cambiantes, pero también recurrentes y no sea cosa que en algún momento ciertos conceptos fílmicos regresen y lo que parecía antiguo pase súbitamente a tener otra vez vigencia.
A lo que voy: está claro que Conexión Tequila se haría hoy de modo totalmente distinto, pero su mayor problema no está allí sino en algo que es deficiencia incluso para la época y que, como he dicho a lo largo del artículo, es superponer una historia de romance, celos y sospechas con una laberíntica trama de narcos sin tiempo suficiente para desarrollar ninguna de las dos. Se me ocurre que quizás Robert Towne pudiera estar muy preocupado por lo que dijera la crítica y ello le haya llevado a llenar de giros argumentales la película para que no fuera simplemente calificada como un blockbuster pasatista de los ochenta. Sea como sea, el resultado termina perdiendo solidez…
De hecho, y en este tiempo donde los remakes de los ochenta están a la orden del día (se viene en pocos meses De Profesión: Duro) , no estaría mal que alguien la rescatase, pero me permito humildemente sugerir que sea serie y no película, lo cual permitiría un mejor desarrollo de personajes y subtramas, así como menos vértigo y desenfreno en la avalancha de giros. Ok, ya lo he dicho: ahora hagan lo que quieran…
Pero aun con sus problemas, no se puede decir que Conexión Tequila no sea una película disfrutable. Tiene un poderoso triángulo en su centro, dos grandes actores algo más en sombras y una hermosa fotografía que, con su paleta de colores (sobre todo en escenas de exteriores), hace honor al título. Y una balada inolvidable en el cierre. ¿Es poco?…
Un apunte más en relación al título. El “tequila sunrise” o “amanecer de tequila” es un trago que tiene más de una versión, pero que se prepara mayormente con tequila, jugo de naranja y granadina, lo que produce a la vista un bello degradé de amarillo a naranja profundo a medida que descendemos al fondo del vaso: tan bello que hasta da pena bebérselo. En la película es mencionado una única vez cuando Mac lo pide en el restaurante de Jo Ann y más bien tiene, como antes dije, un sentido estético y simbólico.
Ignoro si los distribuidores en países de habla hispana habrán juzgado que dicho cóctel no era suficientemente conocido por nuestros lares o simplemente hayan pensado que era un título sin gancho, pero en España se llamó Conexión Tequila y en Latinoamérica Traición al Amanecer. Ambos toman algo del título original, pero ninguno termina de atinarle al sentido poético y metafórico. En el primer caso, parecería ceder al clásico lugar común de relacionar al tequila con México y, por extensión, a los mexicanos con el narcotráfico. En cuanto al segundo, es cierto que hay traiciones en la película, pero son tantas que no se sabe a cuál alude el título y, que yo recuerde, ninguna se produce al amanecer.
Conexión Tequila es, en definitiva, una película atractiva más allá de sus defectos y, sobre todo, nos hace añorar la época en que se hacían filmes así. Pueden verla con una buena compañía y un par de tequilas sunrise si se animan a consultar un tutorial y prepararlos pero, en caso de hacerlo, deténganse un momento a contemplar sus hermosos colores antes de beberlo y dar play.
Salud y sean felices…