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Retro-Análisis: La Mujer y el Monstruo (1954), a setenta años de su estreno

Hacemos hoy revisión de La Mujer y el Monstruo (Creature from the Black Lagoon), película que, conocida en América Latina como El Monstruo de la Laguna Negra, abría una franquicia a la vez que oficiaba de despedida para los filmes de Universal dedicados a monstruos. Una criatura anfibia, una ubicación exótica y una damisela en apuros…

Bienvenidos una vez más a nuestro retro-análisis, hoy para recordar una de las más clásicas películas de monstruos al cumplirse mañana setenta años de su estreno mundial, que efectivamente tuvo lugar un 12 de febrero de 1954. En blanco y negro y dirigida por Jack Arnold (quien venía de estrenar Vinieron del Espacio el año anterior), La Mujer y el Monstruo (Creature from the Black Lagoon), también conocida como El Monstruo de la Laguna Negra, venía a sumar una nueva criatura al que muchos consideran como primer universo cinematográfico (les invito a leer artículo al respecto de mi compañero Máximo Simancas).

Nos referimos, claro, a los monstruos de Universal, que ya contaban en su haber a Drácula, Frankenstein, la Momia y el Hombre Lobo, pasando ahora a incorporarse “Gill-Man” (o “el hombre branquial”), nombre que en realidad le fue dado por el público tras la película que nos ocupa. Llegaba justamente en un momento en que los monstruos estaban en decadencia y venía a dar un renovado aire en los cincuenta con una criatura de estilo enteramente diferente y que marcaría, a su vez, la despedida de todo un universo, ya que sería el último monstruo de Universal en volverse tan icónico y crear franquicia.

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La Historia

La película comienza con un relato en off que cita brevemente el Génesis para girar después hacia un discurso más científico acerca del surgimiento de la vida en el agua y el largo y duro camino que le implicó a la misma ganar la tierra. Ese parlamento inicial, bíblico y darwiniano a la vez, sirve para introducirnos a la posibilidad de que en recónditos lugares de nuestro planeta puedan aún seguir existiendo criaturas que representen el eslabón perdido entre el agua y la tierra.

En una expedición al interior de la selva amazónica, un paleontólogo llamado Carl Maia (Antonio Moreno) encuentra el fósil de una garra prehistórica de dedos palmeados que parecería corresponder a una criatura del período devónico de la cual no hay registros. Suponiendo que pueda haber más restos e incluso reconstruirse el esqueleto completo, necesita armar una expedición con más gente y mejor equipada para adentrarse río arriba a la búsqueda de los mismos.

A tal fin, se traslada al Instituto de Biología Marina en Manaos, encontrándose allí con un amigo suyo, el ictiólogo David Reed (Richard Carlson) que, junto a su sexy novia Kay Lawrence (Julie Adams), se interesa por el descubrimiento y compromete su apoyo, al igual que su jefe Mark Williams (Richard Denning) que, como patrocinador del instituto, financia la expedición. Se advierte de parte de este último algún interés por Kay, lo cual en parte explica sus reales motivos para acompañarlos y presagia un triángulo que se irá ampliando ya sabemos con quién…

Al llegar al lugar del hallazgo, Carl encuentra muertos a los dos ayudantes locales que ha dejado a cuidar el campamento, así como rastros de sangre que conducen hacia el agua. Con respecto al fósil, David especula que podría haber más restos río arriba y resulta que en efecto (no entiendo bien cómo funciona la hidrografía allí), el afluente del Amazonas que navegan desemboca en una laguna negra que los nativos temen, pero nunca faltan, por supuesto, los blancos incautos que no saben escucharlos…

Una vez allí, la embarcación queda encerrada en la laguna y se encuentran con la presencia de una aterradora criatura humanoide y anfibia con branquias y cuerpo cubierto de escamas. No quiero contar mucho más de la trama ni de cómo se resuelve, pero no hace falta decir que esa presencia se convertirá para ellos en serio problema y, como todo monstruo de la época, se interesará especialmente por la damisela en cuestión, en este caso Kay.

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Otros Tiempos

Como hemos dicho al principio, estamos ante la despedida de los monstruos de Universal. Los años cincuenta, claro, no eran los treinta ni los cuarenta: nos hallábamos en plena guerra fría y con las secuelas de una no tan fría en Corea; la ciencia ficción estaba en auge y retrocedía el terror gótico, por lo que era inevitable que las nuevas criaturas tuvieran un estilo distinto.

El discurso evolutivo del inicio (ingeniosamente mixturado con elementos bíblicos) da a la cuestión un mayor cientificismo y juega con el misterio de aquellas cosas que aún no conocemos de nuestro planeta. Algo parecido se plantea más tarde durante una conversación en que David hace referencia a que la humanidad se está lanzando a la conquista del espacio y a un inminente alunizaje sin terminar aún de desentrañar los misterios que guarda la Tierra.

En ese sentido, la elección de un entorno exótico da a la historia un cariz especial que diferencia claramente a la película de las que en décadas previas tuvieran también a monstruos como protagonistas. No hay castillos en ruinas ni bosques europeos, como tampoco espectros o maldiciones: lo que tenemos es un río, una laguna, un ambiente selvático y una criatura que parece ser la única que queda de su especie.

La película estaba hecha además en 3-D, lo cual era toda una novedad para la época y consistía básicamente en superponer dos imágenes de tal forma que el público pudiese captar la sensación tridimensional a través de filtros polarizadores que eran diferentes para cada ojo. Por lo general, ese fue el modo en que el filme fue emitido en las grandes ciudades, en tanto que en las salas más suburbanas o pueblerinas, lo común fue la proyección tradicional en 2-D.

Bella y Bestia

Gill-man” es un monstruo completo: en cada rasgo, en comportamiento y en su total esencia. No hay dilema existencial ni maldición alguna que le condene a un sino trágico ni tampoco ha salido del laboratorio de un científico excéntrico: es una criatura sin ambigüedades nacida de la naturaleza misma y se ubica, por lo tanto, casi en los límites con el llamado terror naturalista.

Es una criatura a la cual incluso le han invadido su ámbito con explosivos y elementos contaminantes (muy gráfica la imagen en que Kay arroja una colilla de cigarrillo a la laguna), pudiendo incluso desprenderse de ello una lectura ecológica. Y su origen, contrariamente al monstruo de Frankenstein, tiene que ver más con la ciencia en sí que con la tecnología propiamente dicha.

Si quisiéramos trazar algún paralelo, habría que relacionarlo con King Kong pues, al igual que este, habita un paraje apartado y exótico con la carga de soledad que implica ser el único de su tipo. La diferencia, no obstante, es que mientras uno es básicamente un gorila de dimensiones ciclópeas, pero identificable como tal, el otro es una criatura imaginaria nunca vista y de aspecto humanoide a la vez que pisciforme.

Respira por branquias, tiene un cuerpo cubierto de escamas y presenta una larga aleta dorsal que le recorre cabeza y espalda, además de tener los dedos palmeados como los de una rana o un pato. Fuera de su silueta humanoide, no hay nada de humano en él (otra diferencia con el resto de los monstruos de Universal) y no es capaz de hablar, sino que solo emite agudos y escalofriantes chillidos que ocasionalmente suenan al unísono con los aterrados gritos de Kay.

Allí radica quizás su único rasgo de humanidad compartido con muchos monstruos de la época que pueden tener un aspecto terriblemente horrendo, pero sienten sin embargo atracción por féminas de nuestra especie a las que encuentran insólitamente atractivas: casi como si un hombre se sintiera atraído por una hembra de cocodrilo…

Y al igual que en King Kong, hay una fuerte carga de sexualidad en la relación mujer-monstruo (tanto que en España se decidió mencionar ambos conceptos en el título), lo mismo que la había en el estilo de muchas portadas de las publicaciones pulp de la época. Ello, no obstante, hunde sus orígenes siglos atrás en el cuento tradicional de La Bella y la Bestia o en la novela Nuestra Señora de París, en la cual Victor Hugo presentaba una especial relación entre el “jorobado de Notre Dame” y la gitana Esmeralda, que se convierte en su amiga después de que él intenta raptarla.

Pero tanto la Bestia como Quasimodo eran en definitiva seres humanos y sus rasgos de personalidad los identificaban como tales. El auge de las muchachas raptadas o acosadas por monstruos en los cuarenta y cincuenta adquiere un cariz diferente por la absoluta falta de humanidad de las criaturas involucradas. Tiene mucho de morbo y raya en el fetichismo, por lo que no es extraño que fuera utilizado como recurso para atraer público. Incluso Planeta Prohibido (aquí retro-análisis) fue presentada de esa forma al mostrar en su póster promocional a Robby llevando en brazos a una inconsciente Altaira, situación que jamás ocurre en el filme.

Julie Adams es, por cierto, la damisela en apuros ideal para la ocasión. Se supone que es científica, pero nunca se ve una escena que así lo demuestre. Por momentos se comporta con candidez y como si no fuera consciente del peligro hasta prorrumpir de pronto en algún hiriente alarido que delata la presencia del mismo. Su bello rostro y sus largas piernas eran casi combinación justa entre Liz Taylor y Esther Williams, a quien incluso emula en las escenas en que nada en la laguna (aunque para las acrobacias acuáticas más complejas se recurrió como doble a Ginger Stanley).

Julie Adams, 'Creature from the Black Lagoon' Heroine, Dies @ 92

El momento en que el monstruo nada por debajo de Kay sin que esta lo sepa es uno de los más logrados del filme: una danza subacuática cargada de erotismo en la cual la criatura va replicando los movimientos de la joven. No es difícil reconocer la influencia de escenas como esta sobre Steven Spielberg, que jugó con una idea semejante en Tiburón (1975) y, de hecho, así quedó inmortalizado en el póster de la película.

Ese juego fetichista y algo perverso entre muchacha y monstruo resultó incluso inspirador para Guillermo del Toro, quien manifestó que le hubiera gustado saber qué pasaba en caso de que la relación llegase a buen término y, en buena medida, es eso lo que muestra en la oscarizada La Forma del Agua (2017), con una criatura que remite muy claramente a la del filme que nos ocupa.

Y el contraste entre el bañador blanco de Kay y el tono oscuro de las aguas es suficientemente representativo de la dicotomía entre lo puro y lo salvaje: el cielo arriba y el infierno abajo. El propio Jack Arnold dijo en algún momento que le interesaba especialmente la idea del agua como ámbito desde el cual el terror puede acechar sin que le veamos, una idea que, por cierto, remite bastante a Lovecraft.

El Traje: dos actores y una diseñadora en sombras

Una de las cosas que más impactó al momento de estrenarse la película fue el diseño del traje de la criatura. Estaba hecho de caucho y presentaba piezas articuladas sin que se advirtieran en absoluto las junturas, toda una proeza al contraponerlo con la mayoría de los monstruos de la época. Las branquias se movían hacia adentro y hacia afuera, lo cual se lograba por presión del aire a través de una pera de goma que el actor debía apretar de manera alternada.

Por cierto, no hay un único actor ocupando el traje durante la película. Las escenas en tierra son representadas por Ben Chapman y en el agua por Ricou Browning. Y mientras que el andar de la criatura es lento y torpe en la superficie, sus movimientos son por el contrario ágiles y gráciles cuando se halla en el medio acuático.

Desde el punto de vista argumental tiene lógica, porque se supone que es una criatura del agua en tránsito evolutivo hacia la tierra, pero además hay una cuestión sobre los actores: Chapman era un veterano de la guerra de Corea que había regresado herido y caminaba, por lo tanto, con dificultad, en tanto que Browning era un hábil nadador y especialista en tomas submarinas, que incluso haría después aportes a la serie Flipper y a un par de películas de James Bond, no solo actuando sino también fotografiando o dirigiendo secuencias bajo el agua.

Algo más sobre el traje de la criatura: durante mucho tiempo el diseño del mismo fue adjudicado a Bud Westmore, quien era jefe del departamento de maquillaje de Universal y, de hecho, así es como aparece en los créditos de la película. Investigaciones posteriores, sin embargo, determinaron que la verdadera diseñadora fue Milicent Patrick, quien ya había trabajado con Disney animando a algunos personajes en filmes clásicos como Fantasía (1940) o Dumbo (1941).

Hacia los cincuenta, Patrick ingresó a Universal, convirtiéndose así en la primera mujer en desempeñarse en el departamento de maquillaje y efectos especiales. Para promocionar el próximo estreno de La Mujer y el Monstruo, fue enviada en una gira de prensa por Estados Unidos bajo el título “la bella que creó a la bestia”, pero esto no gustó a Westmore, cuyos celos profesionales hicieron que el mismo fuera cambiado a “la bella que vive con la bestia” e incluso despidiera a Patrick una vez concluida la gira. Westmore quería, obviamente, aparecer como el único creador y lo consiguió, pero el tiempo trajo, por suerte, algo de justicia…

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Valoración y Legado

No es que La Mujer y el Monstruo sea una gran película desde lo argumental: la historia es bastante lineal y simple, presentando muchos de los elementos de cine B o exploitation habituales en la época. Pero está bien contada y presenta la originalidad de un marco exótico, además de una exquisita fotografía que se luce en escenas subacuáticas como nunca se había visto hasta entonces: no solamente la secuencia de Kay y el monstruo, sino también la de David y Mark buceando en las profundidades.

Las actuaciones son decentes y así como hay triángulo siempre latente entre David, Mark y Kay, también hay entre los dos primeros un antagonismo bien clásico de las películas de la época, estando quien quiere terminar la misión a cualquier costo y aun matando a la criatura (Mark), pero también quien, privilegiando el interés científico por sobre el personal, prefiere no hacer daño a la misma por lo que implica a nivel de descubrimiento (David).

Ya hemos hablado de las influencias que la película ha tenido sobre Steven Spielberg o Guillermo del Toro, pero también podemos mencionar la novela La Ofrenda, del escritor español Gustavo Martín Garzo, claramente inspirada en el filme y en la cual una joven enfermera consigue un trabajo bien remunerado para cuidar a una anciana en una isla al sur de Madagascar, encontrándose allí con que en la laguna cercana a la casa habita justamente una criatura anfibia como la de la película.

Y no podemos dejar de obviar, por supuesto, influencias sobre Swamp Thing o La Cosa del Pantano, personaje de cómic con el cual incluso a veces gill-man suele ser confundido y que fuera creado para DC por Len Wein y Bernie Wrightson, teniendo después una reencarnación magnífica en manos de Alan Moore y dando incluso lugar a una película y a una de las series de las que más me dolio su cancelación. A pesar de ciertas similitudes, no obstante, la historia presenta claras diferencias en cuanto al origen de la criatura, además de lucir esta más vegetal que pisciforme.

El filme tuvo además dos secuelas menos logradas: Revenge from the Creature (1955) y The Creature walks among Us (1956), conocidas respectivamente en España como La Venganza del Hombre Monstruo y El Monstruo camina entre Nosotros.  Recuerdo incluso en mi infancia haber visto las tres películas en desorden hasta que logré, de adulto, organizar la franquicia en mi cabeza.

En las últimas décadas se ha hablado mucho de remake, entrando en danza probables directores como John Landis, John Carpenter, Peter Jackson, Ivan Reitman o el propio del Toro, pero lamentablemente el proyecto siempre ha terminado trunco y, de hecho, se dice que eso convenció a del Toro para abrir camino por su cuenta y hacer La Forma del Agua.

El último fracaso en tal sentido fue el de James Gunn, quien manifestó haber presentado a Universal un proyecto que le fue rechazado, en tanto que para la actriz prinicipal circularon los nombres de Scarlett Johansson y Gal Gadot. Pero repito, todo quedó en nada y, de momento, no hay a la vista planes concretos para llevar nuevamente a la pantalla a gill-man que, no obstante, sigue esperando bajo las aguas…

Hasta la próxima y sean felices…

 

Rodolfo Del Bene
Rodolfo Del Bene
Soy profesor de historia graduado en la Universidad Nacional de La Plata. Entusiasta del cine, los cómics, la literatura, las series, la ciencia ficción y demás cosas que ayuden a mantener mi cerebro lo suficientemente alienado y trastornado.
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