Bienvenidos a un nuevo análisis de Perry Mason, una de las mejores series de HBO que se acerca ya a la mitad de su segunda temporada. Seguimos investigando el caso del especulador arruinado (¿lo llamamos así?; habrá que ir pensando un título mejor). Os dejo con el enlace a los análisis anteriores y vamos al lío.
Capítulo 11
El episodio empieza con el detective Holcomb (Eric Lange) de regreso a su domicilio tras una dura jornada de trabajo nocturna en el barco casino y prometiéndole a su mujer que la sacará del barrio donde viven. No volveremos a saber de él en todo el episodio pero se establece la hipótesis de que quizás matase a Brooks McCutcheon porque se había convertido en un lastre. Con Brooks muerto, Holcomb se quedaba con todo el negocio y podía rescatarlo.
Averiguamos de quién era el número de teléfono que el padre de Brooks dejó en la cartera del difunto en el episodio anterior. Se trata del Sanatorio San Haven, donde se halla recluida Noreen Lawson en estado catatónico. Quién es Noreen y que relación tiene con Brooks McCutcheon es algo que queda pendiente pero su nombre pone en guardia a todo el mundo, especialmente al padre de Brooks.
En este punto me veo obligado a rectificar. En el análisis del episodio anterior atribuí al padre de Brooks dejar el número de teléfono en la cartera de su hijo. Ahora veo que, tras lo visto en este episodio, eso carece de sentido. Lydell McCutcheon se esfuerza todo lo que puede y más en hacer que su hijo sea olvidado, que sus actos pasen desapercibidos. Buena prueba es cómo trata a quien le viene a reclamar sus deudas en una de las escenas más escalofriantes de la serie. O cómo trata a Perry Mason casi al final del episodio.
Así que una vez revisado el episodio de la semana pasada, el nuevo sospechoso de dejar esa nota y encaminar a Perry Mason hacia San Haven es Melville Phipps, el abogado de Camilla Nygaard interpretado por quien fuera el inolvidable David Hodges del C.S.I. de Las Vegas, el actor Wallace Langham.
Mientras tanto, el resto de personajes de la serie siguen tejiendo poco a poco la trama. Vemos cómo Perry Mason debe cuidar a su hijo y como buen padre divorciado que se siente culpable, opta por pasar de los deberes e ir a ver todo un clásico, King Kong. Eso nos ayuda a cuadrar mejor el marco temporal de la serie ya que la película se estrenó en 1933. O eso espero porque hubo un reestreno en 1938.
Eso sirve de excusa para que volvamos a ver a la señorita Ginny Aimes interpretada por Katherine Waterston y para que le afee a Perry que eso de llevar a ver películas tan fuertes a un pobre niño está feo, qué si no había un cabaret abierto. Aquí hay tema, os lo digo yo.
Perry Mason es una gran serie, una de las mejores de la parrilla actual, pero hay que reconocer que es difícil de seguir. Es verdad que te introducen de forma brillante en la época en la que transcurre pero un poco más de información sobre el año y algunos personajes no estaría de más. Como por ejemplo, el personaje de Camilla Nygaard interpretado por Hope Davis. En este episodio se mencionan sus negocios petroleros. Si en el episodio anterior lo mencioné fue por información externa a la serie, no porque nos lo contasen.
El resto de personajes
También hay algunas situaciones que no quedan demasiado claras: ¿cómo es que Della no conocía del suicidio de Emily Dobson? Cierto que no nos han dicho lo contrario pero ahora entendemos mejor el estado emocional de Perry, que se ha guardado la muerte de Emily para él. Quizás tres episodios para aclararlo son demasiados.
La búsqueda de justicia, de la verdad, llevará a Perry Mason a buscar la ayuda del juez para proteger a los hermanos Gallardo en prisión, que lo de tragarse vidrios está muy bien con tal de que te lleven al hospital pero también es un pelín peligroso. Se pinta en la escena entre Perry y el juez un esbozo de lo que era y de lo que es en la época la ciudad de Los Ángeles, donde el juez le dice que su búsqueda de la justicia acabará por agotarlo mientras Perry hace un alegato de lo que significa esa justicia.
Sin embargo, mucho me temo que el juez tenga razón y que esa sed de justicia le pase factura. Paul Drake ha aprovechado que nadie diría que es un ex-policia de color en la década de los 30 para hacerse con un puñado de armas de alquiler en el poblado chabolista donde viven los Gallardo. En otro ejemplo de antecesor de Hodges (aprovechando la presencia de Langham en la serie), busca la forma de obtener los casquillos de esas pistolas. Lo veíamos mucho en C.S.I. Miami, donde Calleigh Duquesne, especialista en balística, disparaba pistolas en recipientes de agua.
Lo malo es que una de esas pistolas coincide con la que mató a Brooks McCutcheon y la misma fue alquilada por los Gallardo, o al menos por uno de ellos. Para no saber cómo han llegado sus huellas al coche de Brooks, uno de los hermanos dibuja ese coche con mucho detalle. En fin, que pintan bastos en el próximo episodio. Nos leemos. Un saludo y sed felices.
