Hay libros que se leen con una copa de vino, y hay libros que te hacen escupir ese vino porque te han reventado la nave con un torpedo de plasma. Bienvenidos a Spacegom, el librojuego más cafre, sucio y brillante que ha salido en los útimos años. Y sí, digo salido, como un alienígena baboso de los que te acechan en el sector Delta-9.
Spacegom, para quien no lo conozca, es el tipo de libro que tu madre jamás querría ver en tu estantería, no porque tenga contenido obsceno (aunque algo hay), sino porque se lo terminaría leyendo entero. Porque engancha. Porque es brutal. Porque es como si alguien hubiera cogido Firefly, Elite: Dangerous, y Elige tu propia aventura, los hubiera metido en una batidora galáctica… y los hubiera aderezado con cinismo, gasolina y humor negro.
La historia arranca con una premisa que ya te hace apretar los dientes: tu madre se muere (sí, así de duro), y en su último suspiro te obliga a hacerte cargo del negocio familiar… una mugrienta empresa de transporte espacial interestelar con más deudas que una peli de Nolan. Tú, que apenas sabes cómo pilotar una bici con ruedas, te ves de pronto con una nave que cruje, una tripulación que parece salida de un manicomio espacial y una galaxia llena de psicópatas armados.

¿Y sabes qué? FUNCIONA. El sistema narrativo es de esos que no te sueltan. Cada página puede ser una trampa, un planeta perdido, una estación de servicio que te estafa o una civilización entera que te confunde con un dios (sí, eso pasa). Cada decisión cuenta. Aquí no hay red de seguridad. Fallas una tirada y se va todo al garete. Y lo amas.
El sistema de juego es más complejo que una relación en Mercurio, pero se deja querer. Se basa en cuatro libros que juntos forman una especie de Biblia galáctica del caos: campaña, mecánicas, eventos especiales e inventario. Y lo que te propone no es una aventura: es una maldita vida alternativa. El universo tiene tanta profundidad que puedes acabar gestionando comercio de minerales, escapando de piratas o montando una rebelión política en un asteroide. Y eso es solo un martes.
Además, el diseño es una maravilla. Ilustraciones que parecen sacadas de una película animada con LSD, mapas estelares que te piden a gritos un póster, y hasta una banda sonora que puedes escuchar mientras decides si vender oxígeno o salvar a tu tripulación. Un juego transmedia en toda regla, sin postureos.
¿Conclusión? Spacegom no es un librojuego. Es un estilo de vida. Te mete en la piel de un antihéroe con mala leche y buen corazón, te hace tomar decisiones imposibles y te lanza al infinito con el motor dañado y el alma en llamas. Y lo mejor: cada partida es única. Aquí no hay caminos marcados, solo caos y estrellas. Y tú, capitán de tu propio destino… y del librojuego más adictivo del año.
Si te gusta el espacio, los libros que no se portan bien y tener el control absoluto (o perderlo todo por una tirada de dados), este es tu billete. Abrocha el cinturón, apaga el miedo… y despega.
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Un saludo y sed felices.



