Cuando se estrenó “El coloso en llamas” en 1974 a su director John Guillermin se le planteó un dilema mayúsculo: ¿cómo iban a organizarse los títulos de crédito de una película plagada de estrellas? ¿Colocaba primero a los ojos azules del atractivo Steve McQueen o a los del bellísimo Paul Newman? Aunque ambos eran amigos en la vida real se podía prever un duelo de agentes por la mejor posición. Eso por no mencionar a los nombres del resto del reparto: William Holden, Faye Dunaway, Fred Astaire…
El problema estaba servido, pero se supo solventar con un poco de imaginación por parte de los creativos: el nombre que apareciera a la izquierda de la pantalla (el lugar de honor) estaría en la parte más baja y el que estuviera a la derecha, en la parte más alta. De un plumazo se solucionaron los problemas de las pelis “corales” con decenas de estrellas que tan de moda estuvieron en los setenta.
Cinco años después, el 1 de octubre de 1979, el mismo dilema cruza el charco y a Mariano Ozores se le planteó una situación similar al estrenar la que sería la película más taquillera del año en España. Y como Steve McQueen y Paul Newman, Esteso y Pajares (o Pajares y Esteso) aparecieron completamente compensados en la gran pantalla. “Los bingueros” era la peli de la que todos hablaban y una de las más lucrativas del cine español.
Porque la pareja cómica por antonomasia del cine español (con perdón de Gracita Morales y José Luis López Vázquez) se forjó para esta película a petición de la coproductora Ízaro Films. Ni Pajares ni Esteso (o Esteso y Pajares) habían trabajado juntos antes, aunque sí se conocían personalmente. Coincidían en los platós de televisión donde paseaban sus números cómicos e incluso se habían ido de vacaciones juntos con “las parientas”, por usar vocabulario de la época. Pero no habían compartido escenario y mucho menos plató cinematográfico. Accedieron encantados y el resto es historia de nuestro cine.
Es cierto que tal vez se trata de una parte de nuestra historia cinematográfica contemporánea con su (buena) dosis de caspa, pero pongámosla en contexto: estamos hablando de un momento de transición (política, vital, moral, artística…) para el país, en el que hacer todo lo que había estado vetado hasta entonces respondía a una legítima necesidad de experimentar y sentirse libres: juego desenfrenado, hartazgo por los trabajos “decentes”, muslos, nalgas, pechos, minifaldas, drogas, chistes facilones y bofetadas a mano abierta.
El argumento es tan simple como representativo de una generación: un parado un poco vivales (Esteso, que vende entierros a plazos y embala pelotas de tenis) sin ganas de sentar cabeza y un agobiado empleadillo de banca, padre de familia y agobiado por las deudas (Pajares),coinciden en un estado vital muy patrio: están “tiesos”. Y con el agua al cuellom sin más soluciones a la vista, deciden que para solucionar sus situaciones económicas (y de autoestima) lo que hay que hacer es esforzarse ganar un premio en el bingo. Y en la cola del bingo los destinos de los personajes (llamados Amadeo y Fermín) se unen en la búsqueda rápida del premio gordo.
Su inmersión en el delirante universo binguero creado por Ozores les lleva a codearse con peligrosos prestamistas con la cara y la voz de Florinda Chico o bellas muchachas surgidas de la revista y llamadas Norma Duval o Roxana Dupré (pionera entre pioneras, protagonista de “Las vírgenes ardientes” en 1977). Antonio Ozores, como hermano del director y actor de comedia de moda, sale haciendo de Antonio Ozores y ofrece escenas descacharrantes imprimiendo su sello personal al personaje de Don Ramón. Básicamente saltarse a la torera el guión (se dice que nunca los memorizaba) y hacer al espectador retorcerse de la risa.
Y por si todo esto fuera poco, era una peli de rabiosa actualidad: el bingo se reguló ese mismo año en España y vivía una época de florecimiento y esplendor. Se crearon miles de puestos de trabajo y se invirtieron millones en bombos, bolas y cartones. Reflejaba el deseo de Ozores de hablar de estos nuevos templos del ocio tan de moda en un guión tan previsible como efectivo. Y la jugada le salió redonda.
Este batiburrillo de gags, ropa interior y libertades inyectaron tal soplo de aire fresco en las retinas de los espectadores que el boca oreja hizo el resto. Y se recaudaron casi doscientos millones de pesetas (cuando rodarla había costado quince) ¡Más de un millón de euros!
¿Es la mejor comedia de Ozores o de la pareja protagonista? Depende, su calidad ha de mirarse con la relatividad del/los género/s que aúna: destape y españolada a partes iguales. Quizá lo mejor sea valorarla poniéndola en perspectiva: hizo reír a más de un millón y medio de espectadores con una fórmula sencilla y sin ínfulas.