“Así trata España a sus héroes” Ambrosio Espínola
Bienvenidos otra semana más al análisis del noveno capítulo de El ministerio del tiempo, el primero de la segunda temporada. Un episodio en el que no sólo se mantienen las virtudes que atesora la serie española, si no que se potencian todavía más.
Por encima de la creación de un universo propio del que han sacado y todavía pueden sacar partido, el gran mérito de la serie es ser una perfecta mezcla entre el género épico, los viajes en el tiempo, el thriller, la aventura, los momentos cómicos y los guiños a los espectadores.
Aquí tenéis el análisis del resto de capítulos:
Capítulos de la primera temporada de El ministerio del tiempo
El capítulo comienza en Valencia, en el año 1079. Dos encapuchados graban con una cámara de vídeo antigua a un soldado cristiano que combate contra los moros. El combate, sangriento y repleto de cámara lenta, termina con el soldado rodeado de cadáveres. Sin embargo, este les descubre grabando, y es en ese momento de distracción cuando un lancero mata al soldado por la espalda. El guerrero era el Cid, y por culpa de aquellos que le estaban grabando, ha muerto veinte años antes de lo que dice la historia.
En el ministerio, Julián ha vuelto tras unos meses de tratamiento psicológico. Velázquez, el principal ejemplo de lo bien que tratan los guionistas a los personajes secundarios, le ha hecho un retrato que reproduce la portada de Terminator con el rostro de Julián. Velázquez y Alonso se van al Prado para escuchar una conferencia sobre el propio pintor.
Entre tanto, Salvador discute con la señora Torres, la misteriosa enlace del Ministerio con el gobierno. Torres le echa en cara todo lo ocurrido en la primera temporada y le amenaza con echarle del puesto si comete algún error más. El jefe del ministerio deduce que hay un topo que le está suministrando la información a Torres.
Amelia y Alonso tienen una misión. Julián todavía sigue apartado del servicio. Han aparecido nuevos huesos del Cid en Valencia. Deben viajar a la Valencia de 1099 para obtener ADN y confirmar si corresponden al héroe castellano. El sustituto de Julián es Ambrosio Espínola, un enorme acierto por la gran interpretación que hace Ramón Langa, más conocido como la voz de Bruce Willis.
Mientras que Alonso y Ambrosio hacen muy buenas migas por pertenecer casi a la misma época y ser soldados, Amelia tiene que aguantar las frases misóginas del segundo, pero no tarda en imponer su autoridad como jefa de la patrulla. A la mañana siguiente son encontrados por el Cid, con el rostro de uno de los que había grabado al verdadero Rodrigo Díaz de Vivar en el prólogo del capítulo. En medio de la reunión son emboscados por los moros.
Durante la cena, Amelia se da cuenta de que todo lo que cuenta el Cid aparece en el Cantar del Mío Cid, obra que apareció siglos después de la muerte de este. ¿Acaso es un impostor? Alonso y Ambrosio, por el contrario, lo admiran profundamente.
Al día siguiente, mientras los dos soldados salen a combatir junto al Cid, Amelia se infiltra en la tienda de este, donde encuentra un bolígrafo, el Cantar y unas fotos. Sin embargo, Jimena, la esposa del Cid, la estaba vigilando. A la vuelta de la batalla, Alonso ha conseguido sangre para obtener el ADN, elemento que, por otra parte, da mucho juego para las bromas durante todo el capítulo. Son apresados y llevados a los calabozos.
El falso Cid es Rogelio Buendía Ortiz, un agente del Ministerio durante los años 60. Por aquel entonces, Charlton Heston iba a ser el protagonista de una superproducción rodada en España sobre su vida. Tras la divertida escena de la conversación entre el actor y Menéndez Pidal, director de la RAE, en la que los guionistas se ríen del desconocimiento de los estadounidenses hacia toda historia que no sea la suya; el jefe del ministerio ordena a Rogelio grabar un documental sobre la vida del Cid, para que el Heston se familiarice con el personaje. Al morir veinte años antes, Rogelio decide ocupar su lugar, alejarse de su familia, y mantener la historia como está. Jimena también lo sabe, pero permanece a su lado porque le ama, a diferencia del verdadero Cid.
Rogelio va a mantenerlos presos hasta su muerte, que ocurrirá dentro de 30 días según la historia. Sin embargo, es herido de muerte el mismo día. Mientras agoniza, Alonso decide salir en su lugar a combatir. Ambrosio le acompaña. Los dos tienen éxito en su misión.
Mientras tanto, Salvador destina a Julián a la enfermería del ministerio. El jefe del ministerio ha cerrado la puerta que lleva a 2012. Sabe todos los secretos personales de otros, tanto los ligues de Irene, la visita de Amelia a su propia tumba o cómo salvó Alonso a su mujer. De hecho, piensa que el único que no se salta las normas es Ernesto. Él también perdió a su esposa. También iba a verla y tuvo la tentación de viajar al pasado para curarla de su enfermedad con medicinas modernas. Pero aprendió a superarlo.
Durante sus consultas conoce a Blas de Lezo, uno de los mejores marinos de la historia de España, conocido por ser tuerto, cojo y manco. También coincide con un agente que trabaja en la época de Viriato. Tiene que volver para no dejar tirados a sus amigos. Julián reflexiona sobre esto y, en el final del capítulo, dedica una carta a todos sus amigos y se marcha por una puerta que no conocemos a donde lleva.
En definitiva, un gran capítulo de introducción, con momentos épicos, cómicos y múltiples referencias históricas y guiños al espectador. La marcha de Julián nos lleva a otra pregunta: ¿Quién sustituirá al enfermero del SAMUR? Por mi parte, no me importaría que Ambrosio Espínola siguiera apareciendo esporádicamente. Un ejemplo más de lo bien tratados que están los personajes episódicos en esta serie, y no me cansaré de repetirlo.