Ragnarok es una serie de Netflix que, en su intento por traer la mitología nórdica a los tiempos actuales, se pierde entre los estereotipos y se queda a mitad de camino.
¿Qué es lo que sabes de Noruega?
Si a nosotros nos piden que mencionemos algo de Noruega, casi con seguridad hablaremos de Thor, Odin,los vikingos, los fiordos, el bacalao y, desde ya, el ragnarok o fin del mundo. Eso es, obviamente, lo que se suele denominar como estereotipo: una visión construida a partir de la superficialidad y de lo poco que conocemos sobre determinada cultura, creada mayor aunque no exclusivamente, a través de Hollywood.
Es por eso que si, de pronto, nos topamos, como ocurre en este caso, con una serie noruega, lo primero que nos surge es la esperanza de que nos saque un poco del estereotipo: con una óptica anti imperio, quizás digamos”ahora vamos a ver la versión verdadera y no la que nos vendieron los yankees“; en una postura no tan extremista, tendremos, al menos, la esperanza de conocer algo que habitualmente no nos llega tanto.
El Ragnarok, como para esta altura todo el mundo sabe (a menos que nunca hayas leído ningún cómic de Thor, ni visto ninguna de las películas ni tampoco ningún episodio de Vikingos) es, en la tradición escandinava, el fin del mundo. Simple: es el lobo Fenrir comiéndose el Sol. No hace falta ser demasiado intuitivo, por lo tanto, para sospechar que una serie que lleva ese título va a tener una fuerte carga mitológica.
¿En qué consiste la serie?
La historia se ubica en una pequeña localidad llamada Edda, la cual solo existe en la ficción, aunque está inspirada en una población real llamada Odda, que es, precisamente, en donde la serie está mayormente filmada.
A Edda, entonces, llegan una viuda y sus dos hijos para instalarse. El pueblo no les es, de todos modos, desconocido, ya que habían vivido allí en el pasado y está muy relacionado al ya fallecido padre de familia.
En el lugar funciona una corporación llamada Jutul, sobre la cual pesan sospechas de estar contaminando el agua con cadmio; ello es, precisamente, el tema de estudio de una joven estudiante llamada Isolde, la cual, obedeciendo a la corrección de los tiempos que corren, es no sólo activista ecológica sino además lesbiana.
Para terminar de complicar las cosas, está enamorada de Saxa, la hija de los Jutul, es decir los dueños de la empresa contaminante. Ese aspecto, de todas formas, será irrelevante en la historia (salvo, en determinado momento, para revelar una contraseña) ya que Saxa no le da el más mínimo lugar.
Pero volvamos a los recién llegados: dijimos que se trataba de una viuda y de sus dos hijos; el menor de ellos es Laurits, quien exhibe un comportamiento de rebeldía “light” adolescente y despreocupada, en tanto que el mayor y, además, protagonista central en la historia, es Magne, quien, a poco de llegar a Edda, empieza a manifestar extrañas capacidades que no tenía.
Para empezar, ya no tiene necesidad de utilizar sus lentes; en segundo lugar,parece estar dotado súbitamente de una fuerte percepción anticipatoria con respecto al comportamiento climático ; en tercer lugar, tiene una fuerza física desconocida por él mismo, lo cual lo hace capaz, por ejemplo, de enderezarle una torcida rueda de bicicleta a una compañera de colegio; por último, aunque relacionado con lo anterior, parece haber adquirido una inusitada habilidad con el martillo, al cual es capaz de arrojar a medio kilómetro o aún más.
¿Por qué se queda a medio camino?
¿Qué es lo que no termina de funcionar en Ragnarok? Bien, volvamos a lo dicho al principio acerca de los estereotipos: esta serie noruega no se aparta ni un poco de lo que ya conocemos, de la imagen que Hollywood nos ha creado acerca de la cultura nórdica.
Es como que, sabiendo que nosotros vamos a querer ver dioses, gigantes y fin del mundo, nos venden exactamente eso, del mismo modo que los locales de Buenos Aires ofrecen a los turistas imágenes en relieve de parejas bailando tango. O un charro dormitando contra un cactus en México.
Y la analogía no es casual: en algún punto se puede decir que Ragnarok es una serie hecha para turistas, aun cuando solo pueda tratarse de turistas incidentales y virtuales. Sin ir más lejos, hay una insistencia muy fuerte en resaltar la belleza e imponencia de los paisajes de Noruega, a los cuales ayuda a realzar la bella fotografía.
Pero, por debajo de todo ello, lo que hay es una historia que bien nos puede hacer acordar a la saga Crepúsculo o a algún otro producto juvenil parecido como Shadowhunters, ya sea que hablemos de los libros o de las adaptaciones a películas o series. La historia de la familia que, trayendo un “chico raro”, llega a un pueblo en el cual también hay gente rara parece haber sido contada una y mil veces por el cine americano y, me atrevería a decir, con más sagacidad.
No estoy diciendo que Ragnarok sea un producto típicamente americano pero “made in Norway“; hay algunos encuadres o recursos estéticos que son bien europeos y, particularmente, nórdicos: inclusive el manejo del tiempo, sobre todo en los tres primeros episodios. Pero esos elementos tienen sentido cuando caen en un contexto: particularmente, en el clima que las películas o las series de ese origen saben crear habitualmente.
Los países nórdicos son, ni falta que hace decirlo, una de las principales factorías de grandes series en los últimos tiempos. Pero si algo caracteriza a sus productos es la fuerte impronta personal, local o regional que suelen tener y que aquí falta o que, mejor dicho, se ahoga bajo el intento de querer asemejarse a las series juveniles norteamericanas. Y cuando se quieren combinar elementos de diferente origen, el resultado suele no ser del todo bueno ni reflejar lo mejor de ambas fuentes: te queda el físico de Einstein con el cerebro de Rambo.
Para empezar, la historia es terriblemente lineal. Demasiado, diría. No hay aquí lugar para saltos temporales ni sub- tramas y, en cuanto al desarrollo de los personajes, los resultados son dispares. El elenco, en general, está bien y, particularmente, David Stakson se luce en el papel de Magne, ese joven que no termina de comprender qué es lo que le está pasando.
Sin embargo, la parte floja viene por el lado de los villanos y, sobre todo, la familia Jutul, cuyos integrantes han quedado en mano de actores de madera pura y de los cuales sólo podemos decir que se salva Herman Tømmeraas en el papel de Fjor, cuyo personaje está mejor construido y hasta refleja muchos sentimientos encontrados.
El resto en la familia son terriblemente lisos, además de inexpresivos y, por supuesto, muy estereotipados. Aquí los malos son malos, no hay vuelta que darle… y encima te contaminan el agua. Ah, y lo olvidaba: Vidar Jutul escucha Wagner, concesión más que importante a la imagen que, anacrónica por cierto, tenemos en la mayoría del mundo acerca de los mitos escandinavos.
¿Vale la pena?
Aun con todo esto, ¿se puede ver?. A mí jamás me gusta decirle a alguien que no vea algo; después de todo, ¿quién soy para decidir por el otro? Y, más allá de eso, la serie, dentro de todo, entretiene, siempre y cuando no te pongas muy exigente ni esperes demasiadas sorpresas.
El error, quizás, sea esperar, como yo lo hice, que me enseñara algo distinto de lo que ya sabíamos después de ver Thor: Ragnarok. Y, después de todo, la primera temporada consiste sólo en seis episodios, así que tampoco es que te va a quitar demasiado tiempo. El final, eso sí, está lejos de ser un final: queda totalmente colgado mientras Netflix nos anuncia que ya hay una segunda temporada confirmada.
Hay, en los últimos minutos, una sorpresa que tiene que ver con la identidad de Magne, pero… veamos: si has venido leyendo las pistas que he dejado durante toda esta reseña, no es difícil imaginar quién es Magne en realidad y , sin ir más lejos, las imágenes promocionales de la serie son bastante “spoilers”. Así que, de sorpresa, no tanto: no esperes una marca de trineo como revelación en la última escena…
Un cordial saludo para todos y nos volvemos a encontrar por aquí.