Siempre me acuerdo de la frase que leí en un libro y que se atribuye a Steven Spielberg: “algún día añadiré un musical a mis numerosos crímenes”. Pues ese día ya llegó. Tras algún que otro escarceo con el género – como la secuencia que abre Indiana Jones y el templo maldito – Spielberg ha hecho realidad su sueño, la idea de dirigir un musical y de una nueva versión de West Side Story.
Un peliculón
Eso es lo que es el West Side Story de Steven Spielberg. Los músicales te podrán gustar más o menos, y puede que incluso nada, pero la película que nos ocupa es cine en estado puro, en cada escena, en cada uno de sus fotogramas.
La historia ya la conocíamos: los Jets contra los Sharks, una versión musical de Romeo y Julieta con pandilleros. Hasta ahí nada nuevo. Y las canciones también las conocíamos: Maria, América, Tonight, etc. Lo nuevo, una vez más, es la forma de contarlo y eso es algo difícil de describir en un post. En primer lugar tenemos la producción, mucho más cuidada y con más recursos que la película original de 1961, algo lógico porque a Spielberg el dinero le sale por las orejas. Por lo que se cuenta, se ha gastado unos 100 millones de dólares. Aún así, el dinero hay que saber usarlo.
Luego está el uso de la cámara, que el director domina como nadie apoyado por la fotografía de Janusz Kaminski (este hombre nunca está lo suficientemente valorado). La maestría del realizador se nota nada más empezar, con la presentación de los Jets. También en la puesta en escena de Maria, en la de I like to be in America (una versión mucho más dinámica que la de la película original), en la escena del gimnasio,… West Side Story es un espectáculo visual que hay que ver y disfrutar, y tambien alabar que los números musicales sean eso, números músicales, porque ultimamente hay más de uno y más de dos que nos regatean los pies de los bailarines y donde abundan demasiado los primeros planos y planos medios.
Sí, es inmersiva, inclusiva y política
Spielberg no se corta. Al contrario que en la película original, los intérpretes son latinos y hablan en castellano en algunas escenas a las que el director se ha negado a subtitular en los cines; el racismo está presente en toda su crudeza y hay un fuerte componente político e ideológico en cuento a que denuncia problemas que hoy en día están a la orden del día: la gentrificación de los barrios, la falta de oportunidades, la falta de empleo, el desahucio,… Incluso se atreve a tocar un tema como el de la identidad de género a través del personaje encarnado por el actor de género binario Iris Menas, que en el original era claramente una chica.
¿Pero acaso no está justificado? ¿No lo necesitaba la historia? Es evidente que sí, que contar una historia de pandilleros puertorriqueños con actores blancos anglosajones es una tontería. En 1961 era lo que había pero hoy se pueden hacer otras cosas. Porque si algo ha demostrado Steven Spielberg es que se pueden actualizar los clásicos, que no pasa nada por hacerlo y que se puede hacer bien, con cabeza.
Esta nueva versión de West Side Story supera mucho, muchísimo, a la película original, a la que el paso del tiempo no ha tratado muy bien. Y no deja de ser muy injusto el sonoro batacazo que se ha pegado en taquilla. Puedo asegurar que en el cine éramos unas diez personas y que yo era el único varón, y encima una de las personas más jóvenes de la sala. ¿No es tiempo de musicales? ¿El buen cine está condenado? Por muy fan de Marvel que uno sea, me parece que el hecho de que Spiderman: No Way Home recaude una millonada mientras Spielberg o Guillermo del Toro con El callejón de las almas perdidas se estrellen, es una mala señal. Un signo de los tiempos pandémicos que nos ha tocado sufrir.
El próximo mes de marzo, West Side Story llegará a Disney+. Algo es algo pero no es lo mismo. Esperemos que Spielberg tenga mejor fortuna en los Oscar. Un saludo y sed felices.