¿Y si Alemania y Japón hubiesen ganado la Segunda Guerra Mundial? Esta manida premisa ucrónica es la base de Estados Unidos de Japón, la novela de Peter Tieryas que, aunque parezca El hombre en el Castillo de Philip K. Dick, crea un mundo de ciencia ficción distópico muy elaborado en el que la cultura pop japonesa y los antiguos valores del Bushido rigen la sociedad.
Patrick Rothfuss, el escritor de El Nombre del Viento, afirmó en una entrevista en la Universidad de Wisconsin que mucha de la literatura mainstream es “lectura palomitera”. Hablaba de fantasía en esa ocasión pero se refería al puro entretenimiento que no aporta ningún valor cultural, el mismo que se pone de moda cada poco tiempo con vampiros descamisados que brillan o adolescentes divergentes que liberan mundos distópicos con crueles Juegos del Hambre. Pero esto va más allá. Estados Unidos de Japón bebe de Philip K. Dick, Kurosawa o Yukio Mishima, y se nota. Entretenimiento sí, con una premisa más vista que el tebeo, pero funciona de maravilla gracias a sus personajes y un mundo bien construido.
Una línea temporal diferente bien elaborada
Philip K. Dick se ha vuelto a poner de moda gracias a la serie El Hombre en el Castillo basada en el libro homónimo. El contexto es que la mitad de EEUU está ocupado por los nazis y la otra mitad por el Imperio Japonés, aunque a eso se le suma realidades paralelas y juegos de azar que determinan el destino del mundo. Luego está El Reich Africano de Guy Saville, que también está por ahí entre los más vendidos. Ahora Estados Unidos de Japón vuelve con la misma idea pero desarrollada de una forma muy original: es ciencia ficción. Pese a que son los años ochenta hay internet, videojuegos más desarrollados de lo que tenemos ahora, robots gigantes que vigilan las ciudades –como los de la película Pacific Rim-, un control férreo de la libertad y una cultura japonesa que mezcla lo moderno y popular de hoy con los viejos valores imperiales. Es necesario recordar que los nipones, en la Segunda Guerra Mundial, estaban al mismo nivel que los nazis en cuestión de torturas, ocupar países y de locura en general. El emperador era considerado un dios, dejar las armas era un deshonor y morir en batalla te convertía en un tío guay. Esto tenía la consecuencia directa de que practicar tiro con los prisioneros enemigos tenía hasta sentido, ya que desde sus ojos sesgados (juego de palabras) al haberse rendido eran seres despreciables. Luego, Estados Unidos lanzó un par de petardos bien gordos en Hiroshima y Nagasaki y su emperador dijo que se rendían y que igual eso de ser dios que no era tan así. Eso provocó mucho debate en Japón ya esa actitud era contraria a todo lo que habían hecho, aceptaban la influencia de otras culturas y, bueno, que se sigue hablando de eso… quizás por eso en ese país esta novela de la que hablamos ha sido la más vendida en el 2016. El caso es que aquí cambiamos la línea temporal y no hay bombas atómicas que obligan a replantearse sus valores y sus métodos. Y así están las cosas en esta ucronía.
La trama como método para presentar un mundo
La trama es directa: hay un videojuego muy popular -parecido al Call of Duty, ni aquí nos libramos de eso- que se atreve a plantear la posibilidad de que Japón perdiese la Segunda Guerra Mundial. Se trata de una idea sediciosa que ha de ser perseguida y por tanto requiere de una investigación. Las pistas nos llevarán por un viaje que nos presentará ese mundo alternativo con toda su crudeza y salvajismo: devotos al emperador, ciberyakuza, torturas a prisioneros, torturas a librepensadores, atentados por parte de un grupo terrorista que aún cree en la libertad de Estados Unidos –los George Washingtons, nombre muy gracioso-, y muchas escenas gores donde la muerte descrita con más detalles es lo normal. No hay épica. Uno no fallece, grita entre espasmos de dolor mientras sus tendones se rompen y el miedo le hace irse de vientre. Todo esto nos hace rayar incluso lo ciberpunk. ¿Qué no mola toda la combinación de elementos que ya hemos mencionado?
Un antihéroe tan vago como interesante
Por otra parte la pareja protagonista tiene una fuerza y personalidad a la par del contexto. Todos los personajes principales han perdido algo: familia, ganas de vivir, su honor… y eso les determina. Pero vamos a destacar a los dos que más páginas se llevan: Beniko y Akkiko. La segunda es un arquetipo de fanática que se cuestiona sus ideales. Vive por y para cazar disidentes y lleva el Bushido, el honor, la excelencia y la exigencia al máximo. Su objetivo es servir al emperador, al dios nipón. Pero la vida hace que su fe ciega se tambalee de vez en cuando. Un personaje correcto. Pero el que mola de verdad es Beniko, un perfecto antihéroe. ¿Antihéroe al uso porque no duda en matar o porque ha perdido la esperanza? No, porque es un vago. Vago y absurdamente inútil en muchas facetas de su vida. Y lo mejor de todo: hasta en lo que es bueno… es malo. Imaginad eso en el recto Japón actual. Imaginad eso ahora en el Japón de los valores más tradicionales. La mitad de los que le rodean creen que deberían haberse practicado el seppuku hace años, pero él, a sus cuarenta, sólo aspira a irse de fiesta, emborracharse y jugar a videojuegos. En este último se defiende más o menos por lo que trabaja de eso, y tampoco con muchas ganas. El caso es que se ve envuelto en la investigación con la anteriormente mencionada como compañera y, curiosamente, funcionan ya que comparten los mismos objetivos. Por fin algo original.
Peter Tieryas ya ha anunciado que va a haber una segunda parte en la que profundizará más en esta línea temporal. No es de extrañar teniendo en cuenta que el mundo que se ha montado es muy rico… y que ha sido un éxito de ventas mundial. Pese a unos primeros compases un poco lento que pueden hacer que te bajen las expectativas, y una portada con un robot enorme que poco protagonismo tiene en el libro, se agradece esta frescura en la literatura palomitera. Si habéis leído la genial Ready Player One seguro que esto os va a encantar también.