Akelarre fue la película más premiada en la gala de los Goyas 2021, celebrada el pasado 6 de marzo en el Teatro del Soho de Málaga, propiedad de Antonio Banderas. La película del franco-argentino Pablo Agüero (premio del Jurado 2006 en el festival de Cannes por su corto Primera Nieve), consiguió alzarse con cinco de las nueve nominaciones a las que optaba; convirtiéndose junto con Las niñas y Adú, en las grandes triunfadores de la 35º edición de los premios del cine español.
Sin lugar a dudas, estamos en una etapa en la que el feminismo aparece una y otra vez en multitud de películas y series consiguiendo muy buena audiencia debido al interés que suscita. Akelarre es una de esas películas. En palabras del propio Agüero: quería dar visibilidad a aquellas mujeres que sufrieron y fueron asesinadas en manos del machismo y del clericismo.
Akelarre: dándole color al mundo de las brujas
Lo primero que hay que decir es que no es la típica película donde se muestra a las brujas como mujeres oscuras y tenebrosas, o como desesperadas víctimas de los macabros planes de los inquisidores. Akelarre es alegría y color. Es un película sobre la amistad de estas seis chicas, acusadas erróneamente de brujas. Este lazo que las une, está por encima de todos esos momentos de tristeza. Siempre están pendientes las unas de las otras y se cuidan mientras las mantienen encerradas en su celda.
Eso no quita con que nos encontremos con momentos tensos y de crueldad, que te hacen empatizar con las seis jóvenes deseando que su plan de liberarse resulte positivo, y puedan escapar de esa sucia celda en las que las mantienen presas, a la espera de una muerte casi segura.
Este color que tiene la película viene dado por sus jóvenes protagonistas, encabezado por Amaia Iberasturi en el papel de Ana. Una joven luchadora que no se rinde incluso sabiendo que será condenada a morir en la hoguera, y que siempre se muestra esperanzadora. El resto del reparto femenino lo componen actrices noveles: Garazi Urkola (Katalin), Jones Laspiur (Maider), June Noguerias (María), Irati Saez de Urabain (Olaia), y Lorea Ibarra (Oneka)
La historia
Akelarre nos lleva hasta el año 1609, a la historia de una caza de brujas en el País Vasco, lugar que fue especialmente masacrado por la Inquisición. De hecho el director, se basó en una de las historias que, aún a día de hoy, se cuenta por allí sobre brujas; y que quedó reflejada en el libro Tratado de brujería vasca.
En este libro se mostraban a las brujas vascas, como unas mujeres con unos encantos extraordinarios que serían capaces de controlar a cualquier hombre solo con su mirada. Con una forma de ser alegre y atrevida, muy diferente a lo que era lo normal en aquella época. Una visión poco convencional y muy romántica de ver a las brujas, y eso queda plasmado en Akelarre.
El juez Rostegui, interpretado por Alex Brendemühl es nombrado por el rey como el máximo encargado de limpiar aquella zona aislada de brujas. Totalmente convencido de que las mujeres vascas tienen contacto con el mal y que son adictas a la celebración del Sabatt, el juez emprende su lucha personal contra ellas.
En esa caza de brujas llega a un pueblecito costero donde solo habitan mujeres, debido a que los hombres, marineros todos, se encuentran en alta mar. Llega allí por las denuncias de varios pueblerinos que hablan de seis jóvenes que van al bosque a bailar para Lucifer. Sin verificar nada, cosa muy habitual de la época, las jóvenes son encarceladas y acusadas de brujería.
En ese momento, la amistad de estas seis jóvenes demuestra que unidas son capaces de superar esa situación tan complicada. A pesar de la adversidad, no pierden la esperanza y forjan un plan para intentar escaparse de una condena más que probable de morir en la hoguera.
No solo brujas
Akelarre tiene un marcado tono feminista, pero no es sólo eso. También es una crítica a la ignorancia y al vasallaje. Incluso los propios inquisidores sienten dudas durante el principio de la película, pero una frase del juez los vuelve a llevar hacia ese mundo donde nada se cuestiona y se siguen las órdenes a pies juntillas, por miedo a ser acusados de traición.
El miedo a lo desconocido y sobre todo a lo diferente es lo que lleva al juez y a sus subordinados a esa búsqueda de brujas que ponen en jaque el modo de vida que quieren implantar. Convencidos de poseer la verdad, son capaces de cometer los crímenes más atroces para defenderla.
Ese desespero que sienten los inquisidores por tener razón, les llevará a oír lo que quieren de boca de las jóvenes sin que ellas lo digan, e incluso de ver lo que buscan sin que exista; prueba de ello es su final. Ellas, sabedoras de tener ese poder, seguirán las reglas del juego que ellos mismos han impuesto.