Hace apenas unos días finalizó a través de Hulu en América y HBO en España la segunda y última temporada hasta la fecha (a falta del estreno de una tercera temporada ya confirmada) de El cuento de la criada, ficción basada en el libro homónimo de Margaret Atwood. Son varios los problemas que acusa esta segunda temporada de una de las series más populares del momento: desde un descarrile argumental hasta una pérdida de algunos de los valores de producción que la habían convertido en una propuesta a seguir en su primera parte. ¿Queda algo que rescatar?
Ahora, por libre
La primera temporada terminaba –con perdón de alguna licencia por y para el cliffhanger– donde lo hace el libro de Atwood. La serie se desenganchaba así definitivamente de una base literaria y pasaba a depender totalmente de sus guiones televisivos. Hemos visto casos similares en otras grandes (y hablo de tamaño más que de calidad) adaptaciones literarias a seriales modernos, siendo quizás el caso más reconocible el de Juego de Tronos. En la serie de HBO, George RR Martin abandonó a su suerte –como consecuencia de su lenta y dedicada escritura– a los guionistas de la serie, la cual sufrió un considerable bajón en la complejidad estructural de las tramas y desarrollo de personajes a la vez que mejoraba considerablemente la calidad cinematográfica de su narración (tendiendo su pico en la sexta temporada). El cuento de la criada reacciona de forma similar con un pronunciado retroceso en cuanto a fondo se refiere, solo que en este caso viene acompañado de una ralentización progresiva (en el mal sentido de la palabra) de la narrativa visual, redundante y creativamente más vaga, en lo que parece convertirse en un concurso de recursos medianamente funcionales para estirar a lo largo de 13 episodios una serie de ideas de poco alcance que sirvan como nexo a algo mayor que, se intuye, quieren contar. Solo que más adelante.
Cabe preguntarse por qué no han dado el salto a lo que quiera que sea que venga después –tampoco excesivamente difícil de adivinar, visto lo que se deja planteado en esta temporada– en vez de agotarse caminando en círculos a lo largo de toda una temporada. La expedición a la vida en las colonias acaba siendo una propuesta descartada una vez los creadores de la serie parecen asumir la incapacidad de afrontar sus peculiaridades de forma satisfactoria o novedosa, y convierten el destino en un punto de tránsito en el que mantener a ciertos personajes en espera mientras son requeridos por tramas coexistentes. La recreación en el flashback reiterado, sirva o no a los propósitos de lo que se cuenta, es una constante en una temporada que deambula por los mismos recursos de su predecesora intentando cimentar un estilo con las herramientas que lo sobresaturan: ya conocemos el pasado, perspectiva emocional y recuerdos de su protagonista. No es necesaria una reiteración constante, indicada para el espectador menos atento, que subraye cada uno de los planteamientos de la primera temporada. Donde en una primera entrega la dirección de la serie apuntaba a dilatar ciertos momentos (e incluso planos) para subrayar las ideas antes de dar paso a la siguiente, este temporada opta por la reiteración constante pero breve de los mismos conceptos una y otra vez. El resultado es que ni la serie se dinamiza (de hecho, ralentiza hasta lo innecesario el avance) ni las ideas se cimentan mejor (la reiteración acaba por agotar, restando importancia a los conceptos).
El mismo mecanismo de reiteración se sigue a partes iguales en el guion y la narrativa visual. La dirección abusa de mantener la cámara en máster pegada a la protagonista, subrayando de forma prolongada sus emociones a través de la expresión facial de casi primeros planos desasosegantes. Pierde el sentido ocasional y de choque que producía en la primera temporada porque todas y cada una de las acciones son rematadas con la reacción de la protagonista por este medio, convirtiéndolo en una rutina que estructuraliza la acción-reacción emocional (siempre idéntica) de la que no es capaz de sacarnos ni la propia actriz, aquí sin recursos. Esta rutina se complementa con una misma estructura repetida ya tres veces a lo largo de la temporada: intento de huída, estancia y dudas en un punto intermedio y eventual regreso. Como no podía ser de otra manera, el intento es el de remarcar una idea –en este caso, la ya obvia dificultad para escapar de Gilead. Y a medida que los episodios se suceden, la serie se queda sin balas y empieza a tirar de la metralla: confrontaciones verbales entre personajes clave que expliciten los conflictos que ya eran bastante evidentes, largas miradas que concluyen eventos irrelevantes y olvidos momentáneos de tramas que tienen importancia emocional pero no tiene suficientes recursos narrativos como para coexistir siquiera en la serie. El resultado es caótico, repetitivo y contraproducente, perdiendo la emoción y la sorpresa.
Nexo a la tercera
Los elementos más interesantes de esta temporada se concentran en episodios puntuales justo al comienzo y el final de la serie: las primeras muestras de evolución real hacia una mayor toma de consciencia (condicionada por el ambiente) por parte de Serena, si bien predecible y lógico desde la primera temporada, acaban por desarrollarse en esta. Las consecuencias que afrontan ciertos personajes por acciones dilatadas en el tiempo con el solo propósito de darles mayor trascendencia a su cierre tienen al fin su broche. Sin la frescura o inventiva de la primera temporada, esta segunda sirve de transición a una tercera ya confirmada (gracias en gran medida al aumento exponencial de espectadores durante esta segunda), haciendo a la vez limpieza y base de ideas agotadas y futuras, respectivamente. Tendremos que esperar un año para saber si El cuento de la criada recupera fuelle o se instala en la comodidad de forma definitiva.