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Crítica de Emily en París, Temporada 1, en Netflix

De la mano de Darren Star (Sex and the City) llegó hace escasos días a Netflix Emily en París, comedia romántica en plan de postal turística con una Lily Collins eficiente y una historia llevadera, pero no demasiada sustancia. 

Darren Star es un showrunner que sabe de éxitos: probablemente el más resonante haya sido Sex and the City (Sexo en Nueva York en España), pero también cuenta en su haber con Beverly Hills 90210, Melrose Place o la más reciente Younger, aún en emisión. Con Emily en París (Emily in Paris), por primera vez y como ya su título lo indica, se sale de los clásicos ambientes neoyorquinos y californianos característicos de producciones anteriores.

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Esta serie original de Netflix, aunque también con producción de MTV (una cadena que en un tiempo lejano pasaba música, ¿la recuerdan?), tiene como protagonista a Lily Collins, quizás conocida para muchos por ser hija del músico Phil Collins, pero que ya ha acumulado suficientes méritos propios y hasta un premio Globo de Oro.

Siempre tendremos París

Emily Cooper es una muchacha de Chicago que se desempeña como empleada en una firma de marketing mayormente especializada en promocionar productos farmacéuticos, la cual, en plan de expandirse, acaba de adquirir la agencia Savoir en París. Con objeto de aportar a la misma un punto de vista americano, la compañía decide enviar a alguien y tal responsabilidad, de manera inesperada, recae en Emily (su jefa, quien iba a viajar originalmente, ha quedado embarazada). Ello abre a la joven la posibilidad de cumplir un sueño de vida aun cuando la noticia poco agrade a su novio Doug.

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Una vez en París, debe enfrentar un clima laboral adverso al ser vista como una norteamericana sin clase ni modales refinados a la que, inclusive, le ponen por apodo la plouc (algo así como un rústico campesino del sur de Francia). El principal choque lo tiene con su jefa Sylvie, quien no hace concesión alguna para aceptarla.

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Emily, sin embargo, va logrando imponer sus nuevas ideas, a veces con mejor o peor suerte pero sobre todo a través de un hábil manejo de las redes sociales. Poco a poco y entre tropiezos se va labrando su propio prestigio al entrar en contacto con grandes popes del diseño o de la industria de perfumes, a cuyos productos se dedica mayormente Savoir.

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También va logrando una mayor confianza con sus compañeros de trabajo, especialmente Julien y Luc, pero su jefa se mantiene siempre intransigente y no la acepta. Lo interesante de ese personaje es que lo suyo no es el celo propio de la clásica villana de oficina, sino más bien convicción pura: Sylvie es fiel a sus ideales de estética, estilo y sofisticación, todos elementos de los que Emily, a sus ojos, carece; por ende y por muchos que sean los vanos intentos de la joven por acortar distancias, le cae igual de poco simpática cuando “acierta” (a sus ojos ni siquiera lo hace) como cuando se equivoca.

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La Vie Parisienne

Desde lo visual, la serie tiene mucho de postal parisina, lo cual puede, en estos días, ser atrayente para turistas frustrados del apocalipsis pandémico. Cada lugar común de París está allí: omelette, baguette y croissant; boina y champaña, farol, puesto florista y café con mesas en la calle; Champs – Élysées y Arco del Triunfo.

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Creo que no vi acordeón o bien se me perdió, pero mil veces pasaremos en lancha por debajo de algún puente del Sena o veremos la famosa torre desde todo ángulo posible mientras, en cámara acelerada y casi como separadores entre una escena y otra, se repiten las secuencias del movimiento diario de la ciudad y Emily no para de tomarse selfies en todo lugar por el que pasa. En algún momento, parece que solo faltara escuchar La Vie en Rose: paciencia, que termina sonando…

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Lo paradójico es que, entre tanto lugar común de corte turístico, los diálogos tienen sus mejores momentos cuando, justamente, se ríen de los estereotipos nacionales o locales y nos dejan frases como:

“¿Qué seríamos los franceses sin placer? ¿Alemanes?”

“No intentes controlar el pensamiento. En China ya lo hicimos”

“París es el único lugar en el cual no sientes culpa por no hacer nada. Es una forma de arte.”

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En un momento, incluso, Luc se queja del poco realismo de las comedias románticas americanas, cuyas reglas la serie básicamente respeta. ¿Autoparodia o contradicción?

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Los franceses, de hecho, están bien estereotipados: refinados pero arrogantes y despectivos hacia lo americano, amantes de la moda, la sensualidad y los placeres rápidos, así como de interpretar pinturas que nadie entiende. El choque cultural está presente desde el momento mismo en que Emily pisa París, pero podría haber sido mejor explotado: por el contrario, cada vez que ello parece dar inicio a una subtrama interesante termina, sin embargo, ahogándose y sirviendo meramente de contexto para algún triángulo amoroso o romance cruzado.

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Un solo ejemplo ilustra bien lo que quiero decir: Emily alquila en un viejo edificio en el que se ve obligada a utilizar la escalera debido a la falta de ascensor, pero tiene un gran conflicto con la numeración de los pisos (recordemos que en Estados Unidos el primer piso es lo que en la mayoría de los países latinos solemos llamar “planta baja”), por lo que siempre se equivoca y termina en la puerta equivalente, pero del quinto piso en lugar del sexto. Ello sirve de excusa argumental para que conozca a Gabriel (Lucas Bravo), quien allí vive y que se desempeña como chef en un clásico restaurante de la ciudad, pero lo que parece ser el inicio de un romance se ve alterado después de que Emily traba casual amistad con una joven llamada Camille, de quien más tarde se entera que es novia de Gabriel.

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Eso bien podría ser la base de cualquier comedia romántica sin demasiadas aspiraciones y no está mal para el género, pero hasta esa trama se diluye y pasa a segundo plano. La serie, por lo menos, en esta primera temporada, tiene problemas para transitar un eje. No es que vayamos a pedirle peras al olmo: está claro que no tiene mayor aspiración que la de contar una historia ligera y sin densidad alguna pero, aun así, permanece algo difuso el núcleo principal de la historia.

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No sé cuántas veces llevaré diciendo la palabra estereotipo, pero también está presente el de París como ciudad del amor y del placer sexual, el cual, si no me engaña la memoria, la protagonista ya vivió con tres personajes diferentes más uno muy cerca y otro implícito. Hasta la propia jefa tiene como amante a un hombre casado, lo cual, en su caso, funciona como interesante dualidad pues, siendo tan altanera y avasallante, acepta, sin embargo, ser segunda en una relación, aun cuando ella no lo vea de ese modo.

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Mujeres Interesantes, Hombres Lisos

Y ya que hablamos de personajes femeninos, diría que son, con diferencia, los más interesantes. Lily Collins muestra solvencia y carisma, en tanto que Philippine Leroy Beaulieu se luce como la odiosa Sylvine y otro tanto Camille Razat interpretando a su tocaya Camille. Para destacar, también, Ashley Park en el papel de Mindy Chen, joven inmigrante de Shangai que se las apaña viviendo como niñera, pero que tiene envidiables dotes vocales que, por alguna razón, fracasa al momento de mostrar en público: sus encuentros con Emily son mayormente casuales, en un parque o en la calle, pero se convierte casi en su consejera en las sombras o ángel guardián.

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Por el contrario, los personajes masculinos son llamativamente lisos. Julien y Luc (Samuel Arnold y Bruno Gouery) son dos compañeros de trabajo de Emily a los que comenzamos odiando y terminamos tomando cariño, pero les falta desarrollo y es una pena porque están bien actuados.

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Menos interesantes aun son casi todos los que entran en relación romántica con Emily: o solo piensan en sexo, o son absolutos esnobs, o imbéciles presuntuosos o bien mienten y engañan a sus parejas, cosa que ninguna mujer en esta historia hace. Gabriel, incluso, es capaz de decir “ya que no probaste mi berenjena, al menos prueba mi carne” (no lo he inventado; la frase está).

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Que no se malinterprete: no veo lectura prejuiciosa en ello ni tampoco me quita el sueño, pero la historia ganaría mucho si los personajes masculinos tuvieran más matices, como sí los tienen las mujeres de la serie. Y tampoco es que sea una serie feminista: de hecho, hacia el tercer episodio parece acercarse fugazmente al girar sobre los modismos machistas del idioma francés o la campaña “¿sexy o sexista?”, la cual, propiciada por Emily, da lugar a un debate en redes sociales que termina sirviendo a los fines de marketing. No dejaba de ser un planteo interesante que podría haber profundizado en las vinculaciones entre discurso y moda, pero, como es regla en la serie, también se abandona rápidamente.

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Balance Final de Temporada

Como ya se ha dicho, la serie no parece proponerse más de lo que ofrece. Hay que tomarla como comedia romántica pasatista y sin olvidar que las tramas de antinomia entre empleada y jefe/jefa son, ya para esta altura, un clásico. Es inevitable, por lo tanto, encontrar puntos de contacto con películas como El Diablo viste de Prada (de David Frankel, 2006) o Armas de Mujer (de Mike Nichols, 1988, conocida en Latinoamérica como Secretaria Ejecutiva), con la historia de “muchacha novata que se enfrenta a su jefa”.

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Hay algo de sátira contra el mundo de la moda (“claro que no tiene sentido: es un aviso de perfumes” se dice en un momento) y en un par de oportunidades, la protagonista pisa excremento de perro, lo cual parece ser un homenaje a Prêt à porter (de Robert Altman, 1994), filme en el cual se usaba mucho como recurso ese deliberado choque entre el glamour y lo mundano.

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Si uno no tiene demasiadas exigencias, se puede ver y, probablemente, la serie haga las delicias de quienes gusten ver postales de París o impactantes modelitos y diseños de indumentaria, lo mismo que a quienes gusten del tipo de historia en que la muchacha sostiene relación con el novio de su amiga y después con el hermano. No hay que pedirle mucho más.

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Buenas actuaciones, sobre todo en los interesantes personajes femeninos, pero poca sustancia en el fondo de una historia a la cual, al menos hasta aquí, le cuesta encontrar su eje, así como en los personajes masculinos tan toscamente garabateados. De todos modos, si se le quiere dar una oportunidad, son diez episodios de media hora, así que no va a demandar más de cinco horas de nuestras vidas: no es tanto…

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Si deseas ver otras series y películas que estrena Netflix este mes de octubre pulsa en el siguiente enlace.

Gracias y hasta la próxima. Sean felices…

Rodolfo Del Bene
Rodolfo Del Bene
Soy profesor de historia graduado en la Universidad Nacional de La Plata. Entusiasta del cine, los cómics, la literatura, las series, la ciencia ficción y demás cosas que ayuden a mantener mi cerebro lo suficientemente alienado y trastornado.
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4 COMENTARIOS

  1. A veces apetece ver una serie que no va a cambiar tu vida, ni te va hacer ver las series como obras de arte, como Dark, ni que te haga pensar demasiado… Solo sentarte y disfrutar de un tiempo quizás perdido, pero que te ha servido para relajarte y divertirte. Eso me ha pasado a mi con esta serie. ¿Ha cambiado mi vida?… Nop…. ¿Si no hacen otra temporada me importará?.. Tampoco, pero ¿me arrepiento de haberla visto? En absoluto

    • Hola Rosa:
      Muchas gracias por leer y por comentar. Coincido totalmente en lo que dices y creo que esa cuestión que resumes en esas tres preguntas define bien el espíritu de la serie y podría yo dar las mismas respuestas que has dado a cada una de ellas. Que estés bien! Un saludo y gracias nuevamente!

  2. Hola, es una serie que les puede gustar a las quinceañeras. La protagonista tiene su carisma, por lo demàs, lo dicho, orientado a un perfil joven, preferentemente femenino, en mi humilde opinión.

    Gracias Rodolfo, un saludo y sed felices!

    • Hola Jordi:
      Gracias por leer y por comentar. Sí, puede ser quinceañeras pero también a un público (mayormente aunque no exclusivamente femenino) que transita los veintipico o treinta y pico, pero es verdad que no tiene mayores aspiraciones. Que estés bien y gracias nuevamente! Un saludo

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