Este viernes 8 de marzo se estrena en España Los pequeños amores (2024), la nueva película realizada por Celia Rico Clavellino tras el buen recibimiento que obtuvo con su ópera prima Viaje al cuarto de una madre (2018). La natural de Sevilla escribe y dirige una cinta muy personal, que ella misma dice surgir como una suerte de prolongación de las distendidas conversaciones que tiene con sus amigas, sobre las intimidades de una relación maternofilial y las vicisitudes de una mujer a los cuarenta.
Tráiler de Los pequeños amores (2024) de Celia Rico
En temporada estival, Teresa (María Vázquez) cancela su plan de vacaciones para ir al pueblo a cuidar de su madre (Adriana Ozores), que ha sufrido un accidente cotidiano. En el calor del verano, madre e hija conviven con dificultad al tiempo que comparten momentos de confesión como nunca han hecho.
Poster de Los pequeños amores (2024) de Celia Rico
De madres e hijas
La acción principal de la película sucede alrededor de la relación entre Ani (madre) y Teresa (hija). Esa distancia natural fruto del crecimiento vital que separa a los hijos de sus progenitores, se acorta de forma accidental para dar inicio a la narración, convirtiendo así el verano en una estación de reencuentro; tanto entre ellas como con ellas mismas, pues ambas vuelven en cierta forma a sus raíces y recuperan ese tiempo perdido.
Celia Rico ya plasmaba en su anterior y primer largometraje Viaje al cuarto de una madre (2018) lo complejo de las relaciones maternofiliales, pues su profunda construcción de personajes permitía por momentos contemplar a la madre (Lola Dueñas) como antagonista por sobreprotectora y desconfiada, pero después entenderla. En Los pequeños amores, aunque la acción se diversifica algo más que en su anterior película permitiendo explorar otros terrenos, este planteamiento se manifiesta.
Ani quiere para su hija lo que cree que es mejor para ella, no lo que Teresa quiere: ella menciona a su madre que iba a ir de vacaciones a Massachusetts, pero lo hace con temor y oculta la naturaleza romántica de su viaje (igual que en Viaje al cuarto de una madre Estrella se enfada cuando Leonor menciona que quiere estudiar en Londres). Esta pelea de roles es constante en la película y es que Ani parece no comprender que su hija se ha hecho mayor y Teresa que su madre es su madre y no va a dejar de actuar como tal.
Esta suerte de incomprensión mutua, toma a ratos una deriva humorística muy acertada. Celia Rico hilvana la relación de sus personajes mediante unos toques de comedia cotidiana que contienen el drama y dotan de un realismo casi palpable las interacciones entre ellas. Porque si algo destila por los cuatro costados Los pequeños amores y el cine de Celia Rico es realidad. Es fácil la identificación personal con sus historias por la forma tan pura en que las cuenta. Esas manías y convicciones inapelables de una madre y su dificultad de encajar las réplicas, sin las que la película no sería lo mismo.
El neorrural español y la mirada propia de Celia Rico
La ubicación rural y el tratamiento intimista de la mujer, permiten adscribir la cinta de Rico al conocido popularmente como neorrural español (recurrido generalmente por el sector femenino con excepciones como As bestas o Suro, aunque estas tienen otras pretensiones), una corriente en auge estos últimos años en el cine español, que si bien engendra detractores cuyo argumento alude a la falta de originalidad, creo que sirve a algunas directoras para proyectar unas miradas propias muy distintas entre sí, e igual de interesantes casi todas.
Esta vertiente costumbrista reúne películas tan reivindicables como El agua (2022, Elena López Riera), Un amor (2023, Isabel Coixet) o Els encantats (Los encantados) (2023, Elena Trapé). Cintas en que el pueblo se convierte en un medio catártico para mujeres en crisis: cine de mujeres sobre mujeres en que cada realizadora escoge un camino propio para su narración aún compartiendo unas bases comunes.
En la película de Celia Rico la tranquilidad y desapego social que significa el pueblo, da pie a un acercamiento mucho más puro: es complicado imaginar esta cinta en una ciudad como Madrid; se perdería esa magia y cercanía que transmite el entorno rural, la liberación mental a la que se presta este espacio.
Al tiempo que el lugar une a madre e hija, enciende la reflexión interna de una protagonista en crisis vital: no ha conseguido dar clases en la universidad, tiene una relación amorosa complicada… el personaje de Jonás (Aimar Vega) refleja también esa inseguridad por el incierto devenir y ayuda en parte, y de forma inconsciente, a Teresa y Ani adoptando el rol de hijo/nieto. Aun así, me da la sensación de que la importancia narrativa de este personaje es lo más cuestionable de la película. Siento que no conduce a ningún punto final realmente favorable, por muchos momentos puntuales que sí me convenzan. Prefiero la aportación de Pedro Casablanc en Viaje al cuarto de una madre.
Cine de interiores y la dialéctica del silencio
La escueta obra de Celia Rico se ha caracterizado desde su primer cortometraje Luisa no está en casa (2012) por el uso del hogar para representar las distintas capas de las relaciones afectivas. En Viaje al cuarto de una madre (2018) apenas hay exteriores. Leonor viaja a Londres pero la narración se queda en casa acompañando los sentimientos de Estrella. En Los pequeños amores, aunque hay más escenas de exterior, la figura del hogar es el centro de la acción donde se cuece la relación principal: casi todo sucede entre esas cuatro paredes que, por cierto, envían reparar y pintar con la llegada de Teresa tras mucho tiempo desatendidas. Una posible e inteligente analogía.
Es interesante como la directora planifica el rodaje de la casa y la importancia que da al espacio, pues entiende su peso en la película. Contemplamos en muchas ocasiones a los personajes a través del marco de la puerta o la ventana, casi siempre en cámara fija y, de alguna forma entiendo, que nos convierte en espectadores cercanos y al mismo tiempo conscientes de nuestra distancia con una historia a la que no pertenecemos.
Si la filmografía de Rico comparte unas obsesiones temáticas como las relaciones maternofiliales (e interpersonales en general), la adultez/senectud y la marca personal del paso del tiempo, la crisis vital y el anhelo existencialista, así como su gusto por los interiores; encuentro una particular forma de narración común que dota de aún más realismo sus películas: el uso del diálogo. Me fascina como alterna planos secuencia de conversación sublimes, de confesión y revelación entre sus personajes (pienso en una de las escenas finales de Los pequeños amores, en que Teresa y Ani se sinceran tumbadas en la cama durante varios minutos de plano secuencia fijo) y largos ratos de silencio dialéctico, pues no todo el entendimiento surge de la palabra.
Esta práctica también la lleva a cabo en sus dos trabajos anteriores. En Luisa no está en casa transcurren varios minutos de acciones cotidianas hasta que alguien habla. En Viaje al cuarto de una madre no comprenderíamos la profundidad psicológica de esas mujeres sin el largo silencio de Estrella cuando el personaje de Anna Castillo deja su casa. Esta combinación hace del cine de Celia Rico uno de los que mayor realidad transmite en nuestro país actualmente.
Imagen de Viaje al cuarto de una madre (2018) de Celia Rico
Conclusión
Los pequeños amores es una película hecha con el mimo y la sensibilidad de quien conoce lo que está contando. Una historia intimista sobre lo que significa ser hija y ser madre, con unas María Vázquez y Adriana Ozores descomunales, que comprende también una mirada manifiesta sobre la mujer en la crisis de los cuarenta: la soledad unida a una irremediable sensación de envejecer sin conseguir lo que anhelabas y lo que se espera de ti.
Celia Rico despliega una puesta en escena exquisita de interiores, literales y figurados, que, de forma casi siempre estática, nos hace partícipes de las intimidades de la casa a través de sus puertas y ventanas. Un realismo palpable, construido en parte por ese humor tan cotidiano, vertebra una cinta que funciona tanto en sus largas confesiones habladas como en el uso de la dialéctica del silencio.
Si os gusta esta película, no dudéis en completar su visionado con Matria (2023) de Álvaro Gago, ambas con una María Vázquez protagónica monumental y, por su puesto, con la maravillosa cinta anterior de la directora sevillana Viaje al cuarto de una madre (2018). ¡Necesitamos más cine de Celia Rico!
Muchas gracias por leerme e id al cine.