El Amor después del Amor es la serie de Netflix que recrea parte importante de la vida y carrera de Fito Páez. Con algunos puntos positivos y, por supuesto, mucha música, no llega sin embargo a dar una imagen creíble del cantautor rosarino que es ícono del rock argentino y latinoamericano.
Desde hace algunas semanas Netflix ha incorporado a su plataforma El Amor después del Amor, serie que, como su nombre delata, está dedicada al músico y cantautor argentino Fito Páez, por cierto uno de los más reconocidos no solo del rock en su país sino también en España y gran parte de Latinoamérica.
Creada por Juan Pablo Kolodziek y con aporte del propio Páez en la producción (basada incluso en sus memorias), recrea su vida y carrera desde los inicios en la escena musical rosarina hasta tocar el cielo con las manos al dar a luz el disco más vendido de la historia del rock argentino que, precisamente, da título a la serie. Además, los flashbacks alternan pinceladas de su infancia, siendo interpretado de niño por Gaspar Offenhenden y de adulto por Iván Hochman.
La serie consta de ocho episodios de aproximadamente cuarenta minutos cada uno cuyos títulos hacen siempre referencia a frases que aparecen en canciones de Fito y lo primero para destacar es el fino trabajo de recreación en cuanto a casa y ambientes de infancia del músico, realizado sobre la base de fotos familiares que él mismo aportó.
No solo eso: también aportó los instrumentos musicales que se usaron originalmente en ensayos, grabaciones o conciertos, lo cual da a suponer un gran esfuerzo de producción, pues es de creer que no todos estarían para esta altura en posesión suya y habrá habido que salir a rescatarlos.
La mayoría de las localizaciones fueron realizadas en la ciudad de Buenos Aires, incluso las de escenas correspondientes a Rosario, lo cual ha despertado quejas de los rosarinos por la contradicción de que una serie que versa sobre uno de sus músicos más célebres no tenga una sola escena rodada en la ciudad: más aún si se considera que el propio Páez ha estado detrás del proyecto y dado aval a todas las decisiones. El resto de las localizaciones fueron hechas en Santa Marta, Colombia, que se alterna haciendo las veces de La Habana, Río o Punta del Este.
Rosario siempre estuvo Cerca
La serie comienza por el final, es decir con los conciertos de presentación de El Amor después del Amor ante un colmado estadio de Vélez Sarsfield allá por abril de 1993. De inmediato viajamos al pasado y, particularmente, a la adolescencia del músico en los duros tiempos de dictadura militar hacia finales de los setenta y de allí a sus inicios como tecladista en la banda de Juan Carlos Baglietto (otro rosarino), ya en los primeros ochenta.
Después, el gran salto a Buenos Aires, con todo lo que ello implica en cuanto a conflicto familiar (a su padre no le gustaba la idea y le había hecho prometer que nunca iría) y el cumplido sueño de conocer a su ídolo Charly García para terminar incluso sumándose a su banda, más el despegue de una carrera solista que iría en ascenso a través de álbumes como Del 63, Giros, Ciudad de Pobres Corazones o Tercer Mundo (omitido por alguna razón Ey!, que va entre medio de estos dos últimos) hasta llegar a la cima del éxito con el consagrado El Amor después del Amor.
A la par de todo ello, una traumática historia familiar: una madre a la que prácticamente no llegó a conocer por su temprana muerte, un padre con el cual, como dijimos, sostuvo una relación conflictiva y su abuela Belia, con quien tuvo un vínculo muy fuerte y que en confuso episodio terminaría siendo asesinada por alguien que había sido compañero suyo en la escuela primaria.
También tienen un rol central, desde ya, los vínculos amorosos, sobre todo con la cantante y corista Fabiana Cantilo, así como posteriormente con la actriz Cecilia Roth, quien vendría a representar justamente “el amor después del amor”.
Luces y Sombras
Primero, los méritos: la serie muestra una adecuada recreación de los sesenta, setenta y ochenta, así como una buena fotografía e iluminación, que se lucen particularmente en escenas de exteriores, nocturnas y con planos amplios. Constituye, además, un gran llamado a la nostalgia para quienes se hayan criado con la música argentina de la época o bien una oportunidad para quienes no lo hayan hecho.
El gran problema es que habiendo visto al completo la serie (siempre suponiendo, como creo, que no habrá otra temporada), siento que no he terminado de ver a Fito Páez. Es cierto que Fito es un personaje en sí mismo y, como tal, difícil de recrear, pero dista de ser lo que aquí vemos, que es prácticamente un “emo” retraído, tímido, depresivo, inseguro, de bajo perfil y de pocas palabras.
No es que Iván Hochman haga un mal trabajo: cumple correctamente con el personaje que le han dado, pero cualquiera que conozca la personalidad de Fito, sabe que es histriónico, hipergestual, verborrágico y exagerado, todos rasgos aquí por completo ausentes o que, en todo caso y como si se tratase de una bipolaridad, solo aparecen cuando se lo muestra actuando en vivo.
Ni siquiera se advierten los efectos que sobre él pudiera haber tenido el peso de la fama, pues pareciera que su vida privada se mantuviese exactamente igual a pesar de los miles de discos vendidos o de haber colmado estadios emblemáticos como Obras o el Luna Park. Nadie le reconoce por la calle cuando camina y le preguntan su nombre cuando se presenta a la guardia de un hospital.
Por el contrario, Micaela Riera está fantástica en el rol de Fabiana Cantilo: me creí el personaje en todo momento y hasta me hizo olvidar que no es ella. Reproduce perfectamente a la cantante en cada gesto, tip, modismo y hasta incluso cantando, lo cual hace muy dignamente y ha recibido la aprobación de la propia Cantilo, a pesar de no haber quedado esta conforme con el tratamiento que le da la serie, como si no tuviera una vida por fuera de Fito. Cuesta creer que, como se dice, hayan tardado en darle el papel a Riera por no estar convencidos.
Luego están quienes interpretan a los músicos que han sido referentes para Fito. Andy Chango, particularmente, no la tiene fácil encarnando a Charly García, pues al igual que Páez e incluso más, es otro personaje en sí mismo y ello hace casi inevitable que cualquier interpretación caiga en la caricatura, precisamente lo que aquí ocurre. Hay que sumarle que, a diferencia de lo que ocurre con Riera y Cantilo, su registro vocal no es mínimamente parecido al de Charly, a quien en ningún momento creemos estar oyendo.
El otro gran referente es, sin duda, Luis Alberto Spinetta, interpretado por Julián Kartun, que logra algo muy difícil al imitar a la perfección la cadencia del “flaco” al hablar, pero no se parece en nada físicamente. Y una vez más resulta poco creíble, por más que la escena tenga alguna base cierta, que él y Páez puedan encontrarse en la principal calle peatonal de Buenos Aires sin que nadie alrededor les reconozca ni pida autógrafos.
En el entorno familiar, hay un buen trabajo de Martín Campilongo interpretando a un padre que, sin ser músico, introduce en la música a su hijo, pero que a la vez queda atrapado entre el amor y la sobreprotección hacia el niño a partir de que este pierda a su madre. El hecho de que además compartan nombre (Rodolfo Páez) es otro detalle que, bien utilizado, ayuda a entender los problemas de Fito para desligarse de la imagen paterna.
En cuanto a Cecilia Roth, interpretada por Daryna Butryk, no llega nunca a hacer creer que es ella y su personaje pasa por la serie con un tratamiento bastante más superficial que el de Cantilo, a todas luces uno de los más interesantes.
Cabotaje
Otro de los problemas de la serie es que no está pensada con proyección internacional, gran falencia si se considera que Fito ha sido y es exitoso fuera de Argentina: por momentos, pareciera un producto “de cabotaje”, estando la mayor parte de los guiños y referencias dirigidos a un público que creció en esa escena política y musical entre los setenta y ochenta.
No sé, por ejemplo, si pueda entenderse en España el real significado de decir con emoción “¡Vamos a tocar en Obras!”, pues a menos que se haya profundizado en el tema, no hay forma de saber que ese estadio cerrado de Buenos Aires es históricamente el “templo del rock”.
Otro tanto ocurre con los músicos referentes de Fito, en definitiva fundadores del rock argentino. Charly García y el “flaco” Spinetta han claramente influido sobre el rosarino, pero no son conocidos en el ámbito internacional y se hace difícil para el público más global reconocer frases, gestos o actitudes que están puestos como referencias obvias. Y lo mismo ocurre con el valor visual de ciertos símbolos como cuando, hurgando entre los discos de Fito, Spinetta deja el álbum debut de este junto al de Almendra, banda seminal de la cual él fuera parte y cerebro.
La serie también muestra ciertos problemas de consistencia a la hora de seguir un eje. Y aunque nunca deja de ser entretenida, cuesta determinar qué aspecto de la vida de Fito se pretende seguir: se nos muestran su ascenso, sus problemas de pareja y sus conflictos familiares sin verse claro lo que vertebra todo ello. Y una de las cuestiones fundamentales en toda biopic es, a mi juicio, que diga algo en particular más allá de contar la vida de la persona retratada: las películas que se han rodado sobre las vidas de Jerry Lee Lewis o de la recientemente fallecida Tina Turner son excelente ejemplo; biografías, pero también alegatos.
Hay además subtramas que no se cierran. Fito se obsesiona con la base y armonía de la canción Tres Agujas, pero todo se resuelve de manera abrupta y sin que se entienda a qué iba tanto suspenso.
Mucho más importante y central es el asesinato de sus abuelas: el responsable es apresado, pero no acaba de quedar claro el móvil del delito. Ya sé que así fue en la realidad, pero cuando se hace una ficción basada en una historia real, no está mal ofrecer alguna hipótesis o bien más de una para que el espectador decida por cuenta propia.
Un Póster y una Gibson Les Paul
Desde luego que para quienes gusten de la música de Fito, la serie es una inmejorable oportunidad de disfrutarla. Por nombrar solo algunos, están presentes sus clásicos inoxidables: Tres Agujas, Yo vengo a ofrecer mi Corazón, Ciudad de Pobres Corazones, Dos Días en la Vida, La Rueda Mágica, Brillante sobre el Mic, Tumbas de la Gloria, La Rumba del Piano y Dale Alegría a mi Corazón, que es el que oficia como tema de presentación al inicio de cada episodio. Pero hay muchos más…
Por cierto, Iván Hochman es el único de los “actores-músicos” que hace mímica al cantar, pues quien interpreta la voz de Fito (con sorprendente similitud) es el uruguayo Agustín Britos. Supongo que la voz del actor no debe tener un timbre cercano al de Fito y, siendo una serie de vida, ello podría molestar a los fans, pero también se me ocurre que la producción no tendría los derechos de las grabaciones originales y que el registro vocal de Fito, aunque aún digno, difícilmente esté hoy para reproducir los tonos altos de aquellos días. Para muestra, decía mi abuela, basta un botón…
Además de la música de Páez, se dejan oír las partituras clásicas que le formaron en su infancia con compositores como Chopin, Brahms, Debussy o Gershwin, pero también suenan y se recrean actuaciones de bandas emblemáticas del rock argentino de los ochenta, algunas de las cuales fueron muy rupturistas pero no trascendieron fuera del país, como los casos de Don Cornelio y la Zona, Virus o Los Twist, de los cuales justamente Fabiana Cantilo formaba parte.
Y hay chapuzas imperdonables, como que en el camarín de Juan Carlos Baglietto (por cierto, interpretado por su propio hijo Joaquín) haya en 1981 un póster de Soda Stereo, exitosísima e icónica banda argentina de trascendencia latinoamericana, pero que recién se formaría al año siguiente.
Y errores geográficos: la imagen de Punta del Este al principio del último episodio no se corresponde mínimamente con la ciudad balnearia uruguaya; es posible que ello tenga que ver con la cuestión de las localizaciones, pero no costaba tanto conseguir alguna de archivo en la que, por lo menos, no hubiera paisaje montañoso.
Balance Final
La pregunta de muchos: ¿habrá segunda temporada? Personalmente no lo creo. A pesar de que las leyendas del final digan lo contrario, no hay mucho artísticamente interesante en la carrera de Fito después de El Amor después del Amor más que un par de buenos discos (Circo Beat, Abre) y, ya en el plano íntimo y personal, su relación con la actriz Romina Ricci: no parece sustancia suficiente para sostener una temporada completa.
Como biopic, El Amor después del Amor me termina dejando sabor a poco. Es entretenida y tiene algunas virtudes que he ido destacando a lo largo del artículo: quiero insistir, una vez más, en el increíble trabajo de Micaela Riera como Fabiana Cantilo y en la gran caracterización de Martín Campilongo como Rodofo, padre de Fito. Pero no se termina de reconocer a Fito en una serie que, paradójicamente, gira sobre su vida y obra.
Más aún: al estar basada en las memorias del propio Páez y hecha bajo su asesoramiento, es casi lógico que él siempre salga bien parado, lo cual redunda en que el personaje carezca de matices y contradicciones que podrían haberlo hecho interesante. A todo ello, como he dicho, hay que sumar la poca proyección internacional que se ha dado a la historia y que, de haberse tenido en cuenta, podría haber acarreado para la serie un éxito aun mayor que el que ya de por sí tuvo.
El Amor después del Amor es además una buena oportunidad para la nostalgia y para disfrutar de los clásicos del rock argentino de décadas pasadas, pero no consigue transmitir un mensaje claro que funcione como eje vertebrador y no estoy pidiendo moralejas cursis, sino que nos mueva a reflexionar sobre alguna cuestión en particular.
Por lo menos, así lo veo yo, como a modo de muletilla solía justamente repetir un ex árbitro de fútbol argentino (o algo así) después devenido en periodista deportivo (o algo así). Hasta la próxima y sean felices…