Lo hemos visto en los medios tradicionales, en Internet, en los chats de amigos: 2020 se ha convertido en uno de los años más catastróficos de los últimos tiempos, al menos desde nuestra cómoda perspectiva del Primer Mundo. Una pandemia global, tensiones políticas que nos recuerdan a la Guerra Fría, incendios forestales… evidentemente, a muchas desgracias que habrían pasado desapercibidas en otro año se les ha prestado una atención desproporcionada hasta convertirlas en tragedias, a veces desde el humor, pero convengamos que no ha sido el mejor año.
Sin embargo, El hundimiento de Japón: 2020 nos recuerda que podría ser aún peor, mostrándonos una catástrofe que, de momento, no hemos tenido que soportar en estas fatídicas fechas: un terremoto que hunde el archipiélago de Japón y que nos pone en la piel de una familia de supervivientes que… a decir verdad, se han beneficiado mucho del zeitgeist actual, porque sus aventuras no resultan tan fascinantes por sí mismas. Sin embargo, hay mucho que rescatar en este anime, como comprobaremos a continuación.
La odisea de los Mutō
En el 2020, después de los Juegos Olímpicos celebrados en Japón (no, si la serie va a ser optimista después de todo…), este país sufre uno de los males endémicos que afectan a su población: los terremotos. Lo que al principio parece una ocurrencia anecdótica se convierte en una potencial catástrofe sin precedentes en este siglo cuando un experto advierte sobre un movimiento de placas tectónicas que podría acabar por completo con el país del sol naciente. Aunque muchos ridiculizan sus afirmaciones al principio, tachándolo de apocalíptico (¿de qué me sonará eso?), pronto comprobamos que podría hasta quedarse corto en cuanto contemplamos la magnitud del desastre.
La familia Mutō, que recibe a su madre después de un viaje, tendrá que sobrevivir no solo a los efectos desastrosos de este fenómeno natural, sino a los otros supervivientes que se encuentran en el camino a la salvación. El núcleo familiar irá perdiendo acompañantes y encontrando otros nuevos, formando un extraño grupo en el que hay lugar para elementos tan dispares como un youtuber extranjero, un turista británico y un viejo cascarrabias adicto a la morfina. El desastre no solo hará peligrar la integridad física de nuestros protagonistas, sino que pondrá a prueba su aguante como familia.
A ratos sí, a ratos no
Este producto, avalado por la experiencia de su prestigioso director Masaaki Yuasa y por la exitosa novela original en la que se basa su historia, llegó a Netflix con cierta expectación por comprobar cómo esta obra tristemente profética había reflejado la reacción de la sociedad a una tragedia como ésta. Sorprende y agrada descubrir que prefiere centrarse en un solo grupo de supervivientes antes que en la miseria gratuita de todo un país, con algunas escenas más pausadas y agradables que las que solemos ver en películas y series de este estilo. Más que en la violencia, que aparece reflejada muy de vez en cuando de forma muy realista y nada glamurosa, El hundimiento de Japón: 2020 prefiere concentrar sus esfuerzos en relatar los esfuerzos por sobrevivir de una adorable familia de padre japonés y madre filipina. En este sentido, destaca sobre otras superproducciones en el uso racional de las nuevas tecnologías y de los escasos recursos a su alcance para establecer una ruta y un plan, lo que distingue a los personajes principales de los típicos preparacionistas estadounidenses preocupados únicamente por acaparar munición y latas de atún.
Sin embargo, hay que decir que sus encuentros con los distintos grupos de supervivientes no comparten esta originalidad, sino que son repetitivos y tediosos hasta el hartazgo: esta serie de diez episodios habría funcionado mucho mejor como una película de una hora y media o de dos horas que recortara sin piedad los pasajes más innecesarios y que, sencillamente, mostrara a esta familia tratando de sobrevivir en la naturaleza. El grupo al que seguimos se encuentra con tantos secundarios que recordaremos a pocos de ellos, y algunos como el chistoso Daniel se nos hacen tan cargantes que lamentaremos no verles morir de las maneras más horribles. Además, este anime parece seguir a regañadientes las convenciones de las historias post-apocalípticas mostrando, por ejemplo, la aparición de una secta que parece formar parte de esta historia por simple compromiso, por la necesidad artificial de un antagonista. La serie se habría beneficiado si sus creadores se hubieran limitado a explorar su tema central en vez de incluir subtramas que no llegan a ningún lado.
Pero, a pesar de estos defectos, hay que reconocer que El hundimiento de Japón: 2020 sabe cómo crear personajes con los que empatizar, como demuestran las pinceladas con las que se caracteriza a sus protagonistas: la afición de Go a los videojuegos, el sueño de convertirse en atleta de Ayumu, la destreza culinaria de su padre… todas estas peculiaridades nos permiten encariñarnos con los miembros de esta familia y hacen que las escenas realmente emotivas tengan el efecto que buscan sus creadores. La lección final que nos da el precioso epílogo de esta obra es tan aplicable a nuestra situación actual que parece rodado por un adivino. Nos enseña o nos recuerda que, pese a los problemas, siempre hay una razón para resistirse a desaparecer. Que un desastre no es el final y que, a pesar de los mensajes apocalípticos, siempre habrá alguien dispuesto a ayudar.
Conclusión
Hay algunos logros y problemas que nos dejamos en el tintero, como su estudio algo irregular de la identidad personal y nacional, preguntándose cuál es la esencia de un país y ofreciendo una respuesta más o menos satisfactoria. El hundimiento de Japón: 2020 es muy imperfecta, y seguramente no habría acaparado tanta atención de haberse estrenado en otras circunstancias… pero, cuando se aleja de los clichés de las historias post-apocalípticas y del cinismo que suele acompañarlas, ofrece una ficción con unos mensajes positivos que necesitamos más que nunca en 2020.
Me quedan un par de capítulos para terminarla, pero lo que más gracia me ha hecho es ver a los japoneses posando y haciéndose fotos por muy mala que sea la circunstancia. ¿No queríamos realismo? Pues, toma dos tazas.
Sí, eso refleja muy bien lo poco que se toman en serio el problema al comienzo, aunque es cierto que se va volviendo más inverosímil (o no, teniendo en cuenta la estupidez de la que somos capaces como especie) conforme las cosas van empeorando.
Los dos últimos capítulos, por cierto, son de los mejores. Muy disfrutables y emotivos.
A mi me gusta, la estoy viendo y me parece distinto a otras series apocalípticas. La recomiendo. Un abrazao y sed felices!
Sí, la serie consigue mantener su identidad a pesar de los fallos y se cierra de manera bastante digna.
Muchas gracias por el comentario.