En las profundidades del Sena es la nueva película de la semana en Netflix. ¿Fábula ecologista o un Megadolón de Hacendado? La película dirigida por Xavier Gens y protagonizada por Bérénice Bejo y Nassim Si Ahmed no ha dejado a nadie indiferente, especialmente entre algunos científicos, que se han tomado la premisa de la cinta en serio. Vamos al lío.
Se lo llevó el tiburón, el tiburón (el tiburón)
En el pacífico norte, el equipo de la científica Sophia Assalas (Bérénice Bejo) es masacrado por el ataque de un tiburón de 5 metros, modificado genéticamente por su adaptación al cambio climático.
3 años después, el mismo tiburón (mira que es casualidad) aparece en las aguas del rio Sena, mientras París se prepara para un triatlón que será la avanzadilla de los Juegos Olímpicos. Sophia y un sargento de la patrulla fluvial que parece el modelo de una peluquería árabe (Nassim Si Ahmed), apoyados por un grupo de hackers ecologistas, intentarán evitar una nueva masacre acuática.
En las profundidades del Sena no esconde sin disimulo su vena ecologista: las islas de plástico en el Océano Pacífico, la acción del hombre en la naturaleza, la aparición de nuevas especies que pueden acabar con la vida humana,… Nada que objetar pero si te lo sirven en un paquete made in Netflix (actores justitos, iluminación de tres puntos, presupuesto ajustado, historia rocambolesca) cuesta tomártelo en serio.
Más si los personajes que se suponen positivos, activistas y concienciados rozan la parodia, como esas hackers lesbianas a las que, al poco de conocerlas, deseas que se las coma el tiburón de un bocado por intransigentes, inconscientes e insoportables; al igual que los políticos que permiten el triatlón a sabiendas de que el tiburón pasa por allí, que parecen sacados del manual de tópicos políticos.
Poco que salvar
Otro día igual la machaco pero hoy me siento generoso, que narices! Como fábula ecologista, En las profundidades del Sena naufraga en casi todas las escenas pero como sucedáneo barato de Megadolón para desconectar en el sofá, da el pego. No voy a negar que las escenas en las que el tiburón se zampa a la gente son las que más me despertaron. Es más, estaba deseando que se comiese a todo el reparto.
Algo falla si estás deseando que la fiera se de un festín. Será que los protagonistas están muy lejos de ser Jason Statham y que el argumento no hay por dónde cogerlo y resulta aún más disparatado que las películas de tiburones de nuestro calvo británico favorito. Eso si, el final les ha quedado bonito.
Aún así, llama la atención que algunos científicos se hayan rasgado las vestiduras:
Es una desgracia. Me caí del armario cuando vi el tráiler. Es un apocalipsis cognitivo. Es prácticamente una fake news. Estamos importando un problema que nunca ha existido en Francia. Hasta la última película de ‘Megalodón’ protagonizada por Jason Statham es casi más coherente.
Los tiburones grises se han adaptado al agua salubre, no del todo dulce como en el Ganges. Pero el gran tiburón blanco es una especie extrasensible; no sobreviviría dos días en las aguas del Sena, ni siquiera sin contaminación. Esta película da una imagen catastrofista del orden de la locura. No tiene ninguna credibilidad científica, aunque rodea su tema de un vago mensaje ecológico casi propagandístico
A ver, señor científico indignado: ¡ES UNA PELÍCULA DE NETFLIX!. Que a estas alturas tengamos que señalar lo obvio resulta descorazonador.
En resumen, En las profundidades del Sena tampoco pasará a la historia del cine. No esperábamos menos. Ni siquiera pasará a la historia de Netflix porque ni es una buena película, ni es un desastre total. Es una más de la fábrica de churros de la plataforma, de esas para dejar pasar el tiempo mientras esperas que empiece la F1 en DAZN, como es mi caso. Un saludo, sed felices.