Con elenco deslumbrante y gran éxito, Netflix ha estrenado No mires Arriba (Don´t look Up), filme de Adam McKay en el que la ficción apocalíptica sirve de excusa para una descarnada crítica política y social en clave de comedia satírica.
La historia del asteroide o cometa que lleva rumbo de colisión con nuestro planeta ya se ha contado muchas veces, pero tal vez nunca del modo en que lo hace No mires Arriba. A uno le pueden venir a la memoria realizaciones como Armageddon, Deep Impact o, en el terreno de las series, la irregular Salvation (cancelada tras dos temporadas) y también 12 Monos, The Umbrella Academy o The Expanse, que abordaron el tema de manera más tangencial.
A pesar de echar mano de la misma premisa, No mires Arriba (para Latinoamérica No Miren Arriba) no apunta a la épica, a la ciencia ficción dura o al cine catástrofe, sino a la sátira, específicamente a cómo se comportaría la sociedad ante una eventualidad semejante. La dirección corre por cuenta de Adam McKay, quien acredita ya una frondosa carrera tanto de director como de guionista, habiendo sido oscarizado, justamente, por el guion de La Gran Apuesta (2016).
Lo primero que impacta es el elenco, dentro del cual Jennifer Lawrence interpreta a Kate Dibiasky, estudiante avanzada de astronomía que ha logrado descubrir un cometa que no parece haber pasado cerca de la Tierra desde que la civilización existe. Pero al hacer los cálculos de trayectoria, estos arrojan que el mismo se estrellará contra el planeta en poco más de seis meses y no hay margen de error alguno.
Leonardo DiCaprio da vida a Randall Mindy, astrónomo de medio pelo que es profesor de Kate y a quien ella hace partícipe de sus investigaciones. Juntos y sumando a la causa al doctor Clayton Oglethorpe (Rob Morgan), director de la Oficina de Defensa Planetaria de la NASA, se echarán al hombro la tarea de poner al mundo al tanto de que va camino a un evento de extinción si no se toman rápidas decisiones.
Pero ni el gobierno estadounidense, ni los medios masivos ni el poder económico les darán apoyo. En el primer caso, están preocupados por las próximas elecciones legislativas y el impacto que un anuncio semejante podría causar en la opinión pública; en el segundo, por historias del corazón o celebridades mucho más atractivas para la audiencia; en el tercero, porque el cometa está repleto de metales a los que se les pueden sacar pingües beneficios.
Tanto DiCaprio como Lawrence se lucen con solvencia en su infructuosa cruzada, que tiene ribetes de absurdo. Es importante entender que el filme no busca la sutileza sino la caricatura y eso es exactamente lo que vamos a encontrar.
Meryl Streep, por ejemplo, compone de manera soberbia a Janie Orlean, una presidenta de Estados Unidos que luce en su despacho fotos junto a Steven Seagal o Mariah Carey, así como un enorme retrato de Richard Nixon. Repito: nada sutil, pero claro, es la idea y, de hecho, el personaje, gorra incluida, remite bastante a Donald Trump, con quien la propia Streep ha tenido algún entredicho público.
En derredor se mueven la falta de idoneidad (la directora de la NASA es anestesióloga) y la corrupción (el general que los recibe en la Casa Blanca les cobra unos bocadillos que supuestamente son gratis), todo ello en un contexto en el cual no resulta adecuado decirle a la gente que pueden morir.
El tour por los medios no resulta menos desalentador ni absurdo, quedando siempre los científicos relegados detrás de figuras o situaciones frívolas y mediáticas a las que se presenta con idéntico tono jocoso.
La escena con Ariana Grande, en ese sentido, es de lo mejor de la película, ya que la cantante no solo se interpreta a sí misma, sino que además se ridiculiza (y según el director improvisó): enterada de que han descubierto un cometa, les cuenta a los científicos que tiene una estrella fugaz tatuada en la espalda. Gran punto que se sepa reír de sí misma: bien por ella.
Siguiendo con el increíble elenco, tenemos a Cate Blanchett componiendo a una frívola presentadora televisiva que no tiene problemas en querer bajarse a Mindy y este tampoco deja pasar la oportunidad. Situación parecida a la que se da entre Dibiasky y Yule (Timothée Chalamet), un blogger de callejón con formación evangélica y obsesionado por ella.
Ni qué decir de Ron Perlman (qué bueno volver a verlo) encarnando a un rústico ex coronel que exhibe con toda naturalidad un discurso fundamentalista y racista de los años de la guerra fría. Y cuando Mindy pregunta por qué lo necesitan como piloto siendo que una misión espacial puede llevarse a cabo con tecnología remota, se le responde que “la gente necesita un héroe”. Brillante, disparatado y real…
Pero las palmas por excelencia se las lleva en mi opinión el siempre magnífico Mark Rylance dando vida a un genial magnate de la tecnología con inconfundibles reminiscencias de Jeff Bezos y Elon Musk.
Balance Final
Si uno entra a No mires Arriba, debe hacerlo consciente de lo que va a encontrar. Como ya dijimos, las sutilezas quedan afuera y vamos directamente a una parodia que habla del mundo y la sociedad actuales.
El escepticismo barato y sin fundamento, tan común hoy en día (por oposición al escepticismo racional y fundamentado) es fiel reflejo de lo que vivimos y puede aplicarse a cierta respuesta social y política ante la pandemia actual o el calentamiento global: la facilidad con que pasamos de creer todo a decir que todo es mentira sin ninguna estación al medio.
La actitud ante la ciencia, ya sea por parte del poder o de la sociedad en sí, habla mucho de cómo vivimos y es allí donde la película tiene sus mayores aciertos, aunque no sé si hubiera sido del mismo modo sin un elenco tan rutilante (hay allí ocho estatuillas Oscar si no me fallan las cuentas).
Los problemas aparecen cuando, contrariamente, la trama busca ponerse más dramática, cayendo incluso, sobre el final, en algo que detesto: la reflexión explicada. Hay, en ese sentido, unas breves líneas del personaje de DiCaprio que yo las hubiera quitado pero yo no soy director y por algo será.
Lo mismo puede decirse de dos escenas post-créditos, en mi opinión innecesarias, que pecan de lo contrario: regresar al absurdo cuando ya no lo ameritaba, y menos en formato de gag. La duración del filme (dos horas con veinte minutos) es otro punto en contra: a mi juicio le sobra una media hora.
También falta, quizás, alguna visión más crítica con respecto a la ciencia o, por lo menos, a una parte de ella, ya que los bandos están muy lineales: científicos honestos y abnegados de un lado, políticos corruptos del otro.
Señaladas esas cuestiones que no empañan en absoluto el resultado final, No mires Arriba termina siendo una de las grandes películas del año pasado (recordemos que Netflix la estrenó hacia navidad) y, por lo que se ve, también de las más exitosas: según parece, la segunda con más visitas en la plataforma después de Alerta Roja. Dato incomprobable, por supuesto, de la inexpugnable caja negra de Netflix.
Hasta pronto y sean felices…