Un improbable universo televisivo
Recientemente, se ha sabido que el famoso Rob Liefeld, fundador de Image Comics y un polémico dibujante que ha pasado por las grandes editoriales dejando su característica impronta, ha vendido los derechos de exploración de parte de sus personajes a Netflix. Este acuerdo, que contempla a las propiedades englobadas bajo el “Extreme Universe” del autor, tiene ciertos paralelismos con otro trato similar alcanzado por la estrella del medio Mark Millar. Sin embargo, esto ha suscitado preguntas sobre la calidad de estas adaptaciones, cuyas bases en el cómic no cuentan con el apoyo de la crítica ni del público.
Esta noticia nos permite comprobar la realidad de estos nuevos productos audiovisuales basados en cómics: en la actualidad, todos quieren tener su universo superheroico… incluso basado en personajes como estos, que en muchas ocasiones están excesivamente “inspirados” por otros trabajos anteriores. Esta tendencia, negativa en este caso, resulta tremendamente beneficiosa para los autores de cómic que quieran desarrollar sus propios proyectos al margen de las dos grandes. ¿Serán el cine y la televisión los que, irónicamente, acaben definitivamente con su desmedido poder? Quizás, pero cabe destacar que este proceso de emancipación ya llevaba dándose desde mucho antes de esta reciente ola de adaptaciones.
El cómic underground
Antes de este repaso, hay que dejar clara una cosa: antes de los años cincuenta, o quizás sesenta, no existía la situación de duopolio entre las dos grandes. Precisamente por eso, no tiene sentido hablar de tebeo independiente americano antes de esa época, en la que simplemente competían empresas como Marvel, DC, Fawcett, EC… en relativa igualdad de condiciones. Pasado un tiempo, los dos enormes competidores que hoy conocemos se fueron imponiendo al resto, con unos personajes que fidelizaron al público y, por qué no decirlo, con alguna jugarreta poco limpia hacia otras casas editoriales. Cuando esto sucedió, parecía que el mercado acababa de ser acaparado por estas dos grandes compañías y por otras menos afortunadas que trataban de remedar su éxito.
Esto cambió con la llegada de las librerías especializadas a finales de los años sesenta, lo que permitió que se vendieran ciertos cómics que nunca se habrían expuesto en un quiosco. Autores como Robert Crumb o Richard Corben empezaron a desarrollar sus historias y experimentos creativos a través de obras como El gato Fritz o Den, en las que trataron temas más adultos que no tenían cabida de momento en los cómics de superhéroes, a pesar de los esfuerzos de guionistas como Jim Starlin. Estas revistas underground, si bien no llegaron a alcanzar a Marvel o a DC en popularidad, lograron consagrar a estos valientes creadores como pilares del medio. A lo largo de los años, otros autores como Dave Sim se irían sumando a esta tendencia, que tuvo su punto álgido en la publicación de Maus. Este tebeo de Art Spiegelman tuvo un éxito arrollador que le valió un premio Pulitzer y constató que se podía escapar de la alargada sombra de las grandes editoriales.
Sin embargo, seguía faltando algo: el reconocimiento del gran público, y no solo de los lectores de esta clase de historietas. Además, el entramado editorial de estas nuevas empresas era algo endeble, lo que provocó que solo los grandes nombres de este movimiento lograran vivir holgadamente con este negocio sin recurrir a las dos grandes. Eso cambiaría un año después de que Maus llegara a su fin.
Surge Image Comics
En 1992, varias de las grandes estrellas de Marvel como Erik Larsen, Jim Lee o Rob Liefeld, se sentían estafados por la editorial. Aunque su estilo no se parecía nada al que había venido antes, y se podría decir con retrospectiva que los dos últimos carecían de algunas nociones básicas de anatomía, la gente les compraba. Estos dibujantes y ocasionales guionistas lograron atraer a una cantidad de público antes insospechada a los tebeos, lo que en el caso de Jim Lee supuso que su primer número de la serie X-Men se convirtiera en el cómic más vendido de la historia. Esto se debió en parte al mercado especulativo por el que muchos pensaron que estos números se revalorizarían… pero seamos sinceros. Un chaval de trece años no piensa en ello, ni gran parte de las millones de personas que lo compraron. Esta gente vendía de verdad.
Esto hizo que se dieran cuenta del valor que tenía un autor, no una casa editorial, a la hora de vender un tebeo incluso en el mainstream. Se les ocurrió una idea: crear su propia empresa, aprovechando su popularidad, en la que tuvieran los derechos de todos los personajes que crearan. Esto suponía royalties por las series, las películas, los muñecos… y, por supuesto, libertad creativa. Los primeros personajes de Image, en parte por esta burbuja especulativa y en parte por los atractivos diseños de algunos de ellos, triunfaron durante esta época, con cientos de miles de ejemplares vendidos. Esto provocó una serie de adaptaciones, con mayor o menor fortuna, a la animación y a los videojuegos. El más afortunado fue, sin duda, Spawn.
Pero todo lo bueno tiene un final. Esta editorial sufriría una decadencia por el pinchazo de la burbuja especulativa y la calidad decreciente de sus historias, lo que arrastraría a buena parte del cómic americano junto a la crisis de Marvel y DC. Esto tuvo un impacto tremendo en el éxito del cómic americano, que nunca se recuperaría, y que desde entonces está supeditado a las adaptaciones audiovisuales. Sin embargo, esta editorial también tendría efectos positivos: demostró que se podía ganar muchísimo dinero prescindiendo del favor de las dos grandes, sin ser necesariamente un autor underground, sino contando historias atractivas para el gran público. Con esta filosofía surgieron casas editoriales como Dark Horse, con mayor acierto que esta irregular predecesora.
El factor audiovisual
Preguntemos a una persona por la calle si conoce la Saga del Proyecto Pegaso, Vengadores Desunidos o los Nuevos 52. Pero, si hablamos de The Walking Dead o Hellboy, la cosa cambia. En los últimos años, la creciente necesidad de ideas dentro de un género fantástico cada vez más popular ha provocado que los estudios de cine y televisión busquen fuentes en tebeos más allá de las historias más populares de superhéroes, acaparadas por unas pocas compañías. Esto ha permitido que autores como Robert Kirkman, de Image, se enriquezcan con sus propias creaciones sin depender de Marvel o DC.
Muchas veces, estos productos acaban incorporándose a la cultura popular de tal forma que un porcentaje muy pequeño de su público sabe que están basados en cómics. No importa: al contrario que en las dos grandes, eso no altera el producto original. El tebeo se sigue publicando para su audiencia original, y un nuevo público tiene acceso a una versión del mismo, sin necesidad de adecuar la fuente original a su adaptación. Mark Millar ha sido un maestro en este aspecto, vendiendo propiedades como Wanted, que probablemente le proporcionen más beneficios en el futuro. En cualquier caso, la nueva hornada de productos no se detiene. ¿Estamos ante una nueva burbuja? Ya veremos, pero resulta cuanto menos emocionante.
Además, editoriales como IDW están siguiendo la senda marcada por Dark Horse en los 90 y distinguiéndose de las dos mastodónticas competidoras al adaptar al cómic distintos productos cinematográficos, y al explotar de forma más que decente estas propiedades. Es otra forma de encontrar un nicho de mercado.
Conclusión
Actualmente, el mercado independiente cuenta con un importante número de series, muchas de ellas de una gran calidad, y las adaptaciones han permitido a muchos de sus autores emanciparse de Marvel y DC. Editoriales como Image ahora publican unos trabajos mucho más arriesgados y, por qué no decirlo, mejores. Quizás por el declive de las dos grandes, cómics como Saga o Invencible han alcanzado este merecido éxito.
Sin embargo, el mercado del cómic no debe depender de lo audiovisual. Para innovar, necesita triunfar por sí mismo a través de series revolucionarias como las historietas del underground, y atraer a un público mayoritario. Si los profesionales no consiguen esto, podrían pasar a depender no ya de otras editoriales sino de los grandes estudios cinematográficos. Y no sé qué es peor…