A pocos días de cumplirse cuatro décadas de su estreno, revisitamos hoy Pesadilla en Elm Street (A Nightmare on Elm Street, 1984), película que, dirigida por Wes Craven y protagonizada por un inolvidable Robert Englund, dio lugar a una de las principales franquicias del cine de terror y particularmente del subgénero slasher.
Bienvenidos a un nuevo retro-análisis, hoy para hablar de uno de los títulos clave del terror slasher e iniciador de una vasta franquicia como la de Freddy Krueger. Nos referimos a Pesadilla en Elm Street, (también, según países, Pesadilla en la Calle Elm, Pesadilla en la Calle del Infierno o Pesadilla en lo Profundo de la Noche), filme de 1984 dirigido por el maestro Wes Craven de cuyo estreno se cumplen en estos días cuarenta años.
No hace mucho, en esta misma sección, revisitábamos La Matanza de Texas y, al hacer repaso de los asesinos slasher, este redactor aludía a Freddy Krueger como el más original y refinado de entre ellos. Parte de eso es lo que intentaremos explicar hoy…
A pesar de que Wes Craven había ya dado luz a gemas del suspenso y terror como La Última Casa a la Izquierda (1972) o Las Colinas tienen Ojos (1977), no gozaba aún del éxito masivo ni del reconocimiento que tendría después como maestro indiscutido del género.
Comenzó a barajar el guion de Pesadilla en Elm Street hacia 1981, mientras rodaba La Cosa del Pantano (1982). Disney fue el primer sello interesado, pero Craven no aceptó despojar a la película de sus elementos más sangrientos y escabrosos para convertirla, como pretendían, en una de terror preadolescente.
Paramount y Universal rechazaron después sucesivamente el proyecto hasta que terminó cayendo en manos de New Line Cinema, pequeña firma que hasta el momento actuaba básicamente como distribuidora, pero que estaba en plan de expandirse y empezaba tímidamente a dar sus primeros pasos en la producción. De hecho, el sello se terminaría levantando con esta película y no en vano se suele aludir al mismo como “la casa que Freddy construyó”.
La idea le vino a Craven tras leer tres artículos diferentes sobre casos reales de refugiados laosianos que tenían pesadillas y habrían muerto mientras dormían, llamándole la atención que nadie hubiera atado cabos ni analizado los casos bajo un denominador común. La idea de que alguien pudiese ser asesinado en sueños le quedó rondando en la mente…
En cuanto al villano, que acabaría convirtiéndose en uno de los más icónicos del slasher, su nombre estaba inspirado en Fred Kruger, alguien a quien Craven había sufrido en su infancia como clásico matón de colegio afecto al bullying tan frecuente en las historias juveniles norteamericanas. Ya incluso había hecho referencia a él en La Última Casa a la Izquierda, cuyo villano se llamaba Krug.
David Warner fue el actor inicialmente elegido, pero conflictos de agenda le hicieron bajarse. Se pensó entonces en Kane Hodder (quien interpretaría después a Jason Voorhees en varias películas de la franquicia Viernes 13), pero la elección recayó finalmente en Robert Englund, designación que parecía en principio no tener mucho que ver porque el actor venía de un papel muy diferente dando vida al amigable alienígena Willy en la miniserie V.
En cuanto a la “final girl”, tanto Demi Moore como Courteney Cox fueron descartadas para el papel de Nancy Thompson porque Craven no quería a nadie muy “hollywoodense”. Tracey Gold y Jennifer Grey también audicionaron (la segunda sería unos años después estrella de Dirty Dancing), pero el rol recaería finalmente en Heather Langenkamp, una desconocida debutante en cuya experiencia actoral provenía solo de avisos publicitarios y alguna película televisiva (había estado en esas dos joyas en blanco y negro de Francis Ford Coppola que fueron Rebeldes y La Ley de la Calle, pero sus escenas fueron en ambos casos eliminadas).

No fue la única debutante: esta película marca también el inicio de la carrera para Johnny Depp, aparentemente llegado al casting por recomendación del representante de Nicolas Cage y elegido finalmente para interpretar a Glen, el novio de Nancy, tras quedar descartado Charlie Sheen por demasiado costoso. El único actor de cierta trayectoria cinematográfica era John Saxon en el papel de Don Thompson, jefe de policía y padre de Nancy.
La producción corrió por cuenta de Robert Shaye, en tanto que la fotografía quedó en manos de Jacques Haitkin y la música de Charles Bernstein, que venía de componer la de Cujo (Lewis Teague, 1983). Con un exiguo presupuesto inferior a dos millones de dólares, el rodaje llevó poco más de un mes y se realizó en los suburbios de Los Angeles, siendo la calle Elm ficticia, pero no la casa de los Thompson ni su numeración: esa vivienda existe y en efecto tiene en su puerta el 1428, aunque la calle se llama North Genesee Avenue. El colegio es el mismo utilizado en Grease (Randal Kleiser, 1978) y el cementerio es el de Evergreen, al este de Los Angeles.
La película se estrenó de manera limitada el 9 de noviembre de 1984 y una semana después en la mayor parte de los Estados Unidos con éxito inmediato.
La Historia
El filme comienza con una adolescente que sueña que es acechada en una sala de calderas por un sujeto de sombrero con el rostro horriblemente desfigurado y guante con cuchillas a modo de dedos. La joven, cuyo nombre es Tina (Amanda Wyss) despierta con cortes en el camisón y, al hablar el asunto con su mejor amiga Nancy (Heather Langenkamp) y con Glen (Johnny Depp), novio de esta, descubren entre los tres que han tenido pesadillas similares por separado.
Cuando, tras quedarse dormida durante una fiesta, Nina aparece muerta y cubierta de sangre, la policía arresta a su novio Rod (Nick Corri) por ser la última persona con la cual estuvo y con quien, de hecho, había tenido relaciones momentos antes de caer en el sueño.
Nancy y Glen saben que no es así y, en efecto, las muertes siguen ocurriendo. No diré de quiénes para no hacer spoiler, pero el hecho de que Nancy sea la “final girl” y, por definición, la que llegará al final de la película, ya dice bastante…,
Nancy irá enterándose que el misterioso sujeto de jersey a rayas que persigue en sueños a los adolescentes del vecindario es Freddy Krueger, asesino de niños que asoló el barrio años atrás y al que la policía liberó por un tecnicismo, pero los padres se mancomunaron para darle caza y quemarlo en una caldera. Una historia que nunca contaron a sus hijos y de allí que estos lo sueñen…

Él viene por ti…
Decir que Wes Craven fue uno de los máximos referentes del cine de horror parece para esta altura una redundancia, pues comparte ese sitial de privilegio con George Romero, John Carpenter, Sam Raimi, David Cronenberg y Tobe Hooper, más algún no americano como Dario Argento.
Antes del filme que nos ocupa, había sido responsable de las mencionadas La Última Casa a la Izquierda y Las Colinas tienen Ojos (la primera de ambas rodada con apenas ochenta y siete mil dólares), así como de Bendición Mortal (1981) y, ya después, de las interesantes e infravaloradas La Serpiente y el Arco Iris (1988) y El Sótano del Miedo (1991), además de ser quien redescubra y reinvente el slasher en los noventa con la exitosa saga Scream.
Pero no se trata solo de unos cuantos buenos filmes, ya que además puso en cada película un sello propio e innovador. Craven es un especialista en desdibujar límites. Lo hace en La Última Casa a la Izquierda al tornar difusa la línea divisoria entre los asesinos y los padres de las víctimas. Lo vuelve a hacer en Las Colinas tienen Ojos al contraponer una familia tipo americana con una de caníbales que, en definitiva, ha sido engendrada por la misma sociedad. Y lo hará después en Scream (1996), al desdibujar la frontera entre terror y autoparodia.
En Pesadilla en Elm Street, los padres no difieren tanto de Freddy y son igualmente villanos por el hermético pacto de silencio mantenido ante sus hijos. Puede parecer una película de terror pasatista, pero Pesadilla en Elm Street es también una reflexión sobre la falta de comunicación intergeneracional, fenómeno que comenzaba a percibirse en la sociedad norteamericana de los ochenta y se haría aún más notorio en décadas siguientes.
Pero no solo entre personajes se desdibujan los límites, sino también entre lo que es real y lo que no. Cuesta determinar qué de lo que estamos viendo es sueño o verdaderamente está sucediendo. Cuando creemos que es real, es pesadilla, y cuando creemos que es pesadilla, es real, pero hay ocasiones en que la película camina por una línea más ambigua e imprecisa, permitiéndose incluso algún toque surrealista que, al menos en principio, pareciera tener poco que ver con el género.
El terror asume aquí una perspectiva exasperante con una premisa que nos lleva al límite de la impotencia. Podemos ocultarnos de un asesino psicótico, contratar vigilancia o blindar nuestra casa, ¿pero cómo escapar a los sueños? ¿Se puede acaso evitar dormir?
Esa inevitabilidad del sueño que en algún momento llegará a los personajes de la película produce en el espectador un alto grado de angustia y el que alguien pueda matarlos durante una pesadilla convierte a Freddy Krueger, como hemos dicho y por su carácter sobrenatural y onírico, en el más original de los asesinos slasher.
No es lo único original en Freddy: también el arma. Se había pensado en un cuchillo, pero ello lo haría muy parecido a Michael Myers. Se evaluó también una hoz, pero cuadraría poco en un ambiente urbano. La del guante termina siendo una idea genial, pues todos hemos visto guantes y cuchillos, pero no fusionados en uno solo, una mezcla alocada del tipo de las que suelen poblar nuestros sueños.
Pero allí tampoco se agotan las diferencias: Freddy no usa máscara como Leatherface, Michael Myers o Jason Voorhees. No la necesita: el estigma del pasado está en su rostro lo suficientemente impreso a fuego, dándole un carácter aterrador que permite el lucimiento de Robert Englund interpretando a un villano icónico como pocos. Y en otra gran diferencia con los asesinos slasher precedentes, no emite interjecciones o sonidos guturales, sino que habla con una voz ahogada y rasposa pero perfectamente entendible, que amedrenta tanto como su aspecto…
Ella…
Pero no se puede hablar de Freddy sin su antagonista Nancy Thompson. Entendemos por “final girl” a la muchacha que en los filmes slasher llega al final de la historia: Sally Hardesty (Marilyn Burns) en La Matanza de Texas (1974), Laurie Strode (Jamie Lee Curtis) en Halloween (1978) o Sidney Prescott (Neve Campbell) en Scream (1996), por citar algunos de los ejemplos más conocidos.
Quienes acusan al slasher de machista porque las víctimas son mayormente mujeres, olvidan que es también una mujer la que se da cuenta de todo, la que percibe algo que los demás no y también, como hemos dicho, la que va a sobrevivir hasta el final.
Por lo general, es una muchacha observadora, astuta, perceptiva e inteligente, pero no presume de ello y sabe callar cuando la situación lo requiere. Puede ser bonita, pero nunca bomba sexual (esas mueren rápido) y sus atinados consejos son rara vez escuchados por sus amistades, a quienes la despreocupación, los vicios y los placeres mundanos llevan irremisiblemente a morir.
Heather Langenkamp está perfecta en ese personaje que acabamos de describir y si en las películas slasher los adultos suelen ser imbéciles y la policía inoperante, Nancy lo sufre por partida doble al ser hija de policía. Quizás actoralmente esté algo por debajo de las otras mencionadas, pero calza perfecto como final girl y, por más villano icónico que sea Freddy, la cosa no funciona sin ella…
No exagero: Langenkamp actuó en tres películas de la franquicia (en dos como Nancy y en la restante haciendo de sí misma) que, no por casualidad, son las tres mejores. Lo suyo con Freddy se compara a lo de Terminator con Sarah Connor: el personaje de Arnold Schwarzenegger solo funciona cuando confronta con Linda Hamilton y se ve perdido o desdibujado cuando ella no está (si interpretan de mis palabras que me gustó Terminator: Destino Oscuro, están en lo correcto y me hago cargo).
Nancy está presente en dos de las escenas más memorables de la película: una tiene lugar en la tina del baño, cuando se duerme y es arrastrada hacia abajo por Freddy después de que, en escalofriante (y fetichista) escena, el guante emerge de las jabonosas aguas frente a su cuerpo dormido y desnudo…
La otra es cuando tiene la brillante idea de traer a Freddy al mundo real, ya que en los sueños es imposible derrotarlo. La cantidad de trampas que le coloca al paso se convierten para él en una tortura a la que Chris Columbus rendiría homenaje en Solo en Casa (1990), con Kevin (Macaulay Culkin) convirtiendo su casa en calvario para los ladrones: no recuerdo de nadie que lo haya destacado al estrenarse esa película. En ese momento, la víctima desvalida pasa a ser Freddy, dejando en evidencia que las habilidades dependen del contexto: en los sueños es ágil y eficaz, pero en el mundo real se le ve torpe y maltratado…
Es una pena que Langenkamp no haya desarrollado una profusa carrera fuera de la franquicia, quizás por efecto del encasillamiento. Interpretó, no obstante, a la oficial alienígena Moto en Star Trek: En la Oscuridad (J.J. Abrams, 2013) y tuvo papeles en propuestas de televisión o streaming mayormente vinculadas al horror, como la cuarta temporada de American Horror Story o la única de El Club de la Medianoche, serie de Mike Flanagan a la que lamentablemente Netflix guillotinó demasiado pronto.
Pero más allá de esas experiencias actorales y a diferencia de lo que ocurre con Jamie Lee Curtis o Neve Campbell, el público no dice Heather Langenkamp al ver su rostro, sino Nancy, personaje del cual nunca pudo escapar.

En cuanto a Johnny Depp, su papel no le permite mostrar más que de manera incipiente las condiciones que le conoceremos más tarde, pero quién le quita a Wes Craven el haber dado inicio a su carrera o el ser un especialista en lanzar actores nuevos por considerar que el terror funciona mejor con rostros poco conocidos: en Bendición Mortal, por ejemplo, dio a Sharon Stone sus primeras líneas de diálogo para cine.
Estética y Música
La fotografía está muy lograda, consiguiendo con imaginación y un mínimo de recursos escenas ingeniosas e impactantes. Además de las ya mencionadas, hay otras dos que nos quedan particularmente en las retinas. La primera es la de la muerte de Glen, succionado violentamente a través de un agujero en el colchón y escupido hacia el techo como geiser de sangre.
La segunda es la que cierra el filme, con la alcohólica madre de Nancy (Ronee Blakley) aferrada por el brazo de Freddy desde atrás de la puerta y arrastrada en vilo a través de la mirilla como si fuera un almohadón de plumas.
Los efectos, para el bajo presupuesto, están también muy logrados. Para el geiser se utilizó agua teñida en lugar de la clásica sangre artificial, ya que esta no tenía una consistencia lo suficientemente líquida, mientras que el mobiliario y decorados de la habitación fueron montados al revés para generar la idea de que el líquido sube en lugar de caer.

En cuanto a la escena final, es evidente que lo que es arrastrado a través de la puerta es un muñeco, pero la cámara rápida hace que no se advierta a menos que detengamos la imagen (fue lo primero que hice cuando tuve oportunidad de visionar la película en VHS tras verla previamente en cine).
La música de Bernstein no tiene un leit-motiv que quede en la memoria como el de Halloween, pero las atmósferas de sintetizadores, batería y percusión funcionan perfecto, volviéndose particularmente chirriantes y machacantes en los momentos de mayor impacto o nerviosismo, como cuando Nancy es perseguida por las calles o sumergida en la tina. En algún punto hace acordar a los soundtracks de la banda italiana Goblin para las películas de Dario Argento.
El tema musical más identificable, sin embargo, no está compuesto por Bernstein sino que es una tradicional canción infantil arreglada y con letra cambiada por el pianista de jazz Alan Pasqua, por ese entonces novio de Langenkamp y futuro esposo. Una tonada de carácter ominoso que no presagia nada bueno al conjugarse con la imagen de un grupo de niñas que saltan la cuerda en cámara lenta. Esa mezcla entre lo infantil y lo escabroso dejará marcada influencia sobre mucho del cine de terror que vendrá después.
El Misterio del Jersey
No he escuchado a nadie decirlo, pero en lo personal he advertido un gran misterio en torno a Freddy Krueger y es por qué tanta gente recuerda su jersey característico con los colores rojo y negro: un “efecto Mandela” instalado en la opinión pública por razones desconocidas, como el supuesto “Mí Tarzán, tú Jane…” de Johnny Weissmüller (en realidad dice “Tarzán, Jane…”) o la frase “Tócala de nuevo” que tantos dan erróneamente por sentado que se dice en el filme Casablanca (Michael Curtiz, 1942).
El jersey de Freddy es rojo y verde oscuro, tal como pueden comprobar si lo buscan en internet. Y la elección de los colores tuvo que ver con que los asesores estéticos de Wes Craven le dijeron que era la combinación más irritante al ojo humano. Sin embargo, en buena parte del público se han instalado el rojo y el negro, habiendo hasta canciones que lo dicen así. Un misterio…

Final Alternativo
Con respecto al final de la película, el que vimos no es el que estaba pensado originalmente. La idea original era que Nancy subiera al auto con sus amigos y, tras cerrarse automáticamente todas las puertas, vieran a Freddy sentado al volante.
Sin embargo y en una buena decisión, terminó siendo descartado por cliché y quedó el que vimos, mucho más impactante a la vez que ambiguo, pues no sabemos si Freddy mató a la señora Thompson o Nancy lo soñó. Y el convertible con el techo a rayas verdes y rojas aporta un toque de glamour tan siniestro como encantador…
Valoración y Legado
Pesadilla en Elm Street dio lugar a cinco secuelas más una séptima película muy particular de 1994 que no solo tenía otra vez a Craven en la dirección sino además a los propios actores como personajes en un ejercicio de meta-terror. Existen asimismo un crossover con Jason y un innecesario remake de 2010 producido por Michael Bay, (único filme en que Freddy no es interpretado por Englund, sino por Jackie Earle Haley), así como una serie televisiva entre 1988 y 1990.
De todo ello merece destacarse Pesadilla en Elm Street 3: Los Guerreros del Sueño (Chuck Russell, 1987), que exploró de manera interesante el origen de Freddy como “hijo bastardo de mil maníacos”, así como La Nueva Pesadilla de Wes Craven (1994), a la que antes hiciéramos referencia. Pero la primera es la primera y es la que hace historia…
Pesadilla en Elm Street sumó un nuevo asesino al subgénero slasher, pero hizo más que eso: desdibujó los límites, jugó con el surrealismo y contó con uno de los mejores villanos y una de las mejores final girls que hayan dado el cine de terror, además de confirmar a Wes Craven como maestro indiscutido de un género que dominó como pocos hasta su muerte en 2015.
La invitación a verla está hecha y decidirán ustedes si quieren luego continuar la franquicia o no, pero Pesadilla en Elm Street es una película que vale por sí misma y redefine el slasher del mismo modo que en los noventa lo hará Scream, otra vez con Wes Craven como responsable.
Hasta la próxima y sean felices…



