Sobre la hipocresía de Hollywood

Cada cierto tiempo, Hollywood sufre una crisis en forma de escándalo. Es bien sabido que detrás de ese mundo aparentemente movido por el sueño de contar historias se encuentra todo un engranaje de degeneración cuyo epicentro apenas ha variado desde principios del siglo XX: el poder que ejercen los mandamases de la industria.

Sin embargo, el caso Weinstein promete desatar una caza de brujas como pocas veces hemos visto en la historia del cine. No sólo parece perseguir al pecador de facto, si no a todo aquel testigo que cometió el error de omitir toda la corrupción que había contemplado. El último afectado ha sido, ni más ni menos, que uno de los mejores actores de su generación, el ilustre Kevin Spacey.

Como muchos sabréis, Spacey ha sido acusado por el actor Anthony Trapp de acoso sexual en 1986, durante una fiesta privada en el apartamento del conocido intérprete. A día de hoy, sabemos que House of Cards ha sido cancelada tras la sexta temporada (ya en rodaje) y podemos asegurar que la carrera de Kevin Spacey se ha acabado. Como muchos proyectos de The Weinstein Company y lo que nos queda por ver. Como he dicho antes, una auténtica caza de brujas que suena a una sistemática persecución de chivos expiatorios que refleja la hipocresía de un mundo que está bien podrido.

No me malinterpretéis. No justifico las acciones de Spacey y, ni mucho menos, las de Weinstein. Pero me parece curioso como todo el mundo critica abiertamente el delito de Spacey y, sobre todo, su polémica salida del armario como respuesta, y pocos profundizan en las extrañas circunstancias que rodean los hechos ocurridos en 1986. ¿A nadie le extraña que un chaval, un joven actor, de catorce años acudiera solo a una fiesta de hombres de más de veinte años? ¿A cuántos de nosotros nos hubieran permitido ir en esas circunstancias? Ah, no, no somos actores.

¿No es acaso un reflejo de la impunidad moral que siempre ha caracterizado a la industria del cine?

Insisto, no pretendo justificar nada. Solo enmarcar que la industria de Hollywood, la fábrica de los sueños, esconde una serie de deplorables comportamientos sistemáticos que todos esconden en un corporativismo atroz en la que todos y cada uno de sus miembros se juegan su futuro profesional.

Lo de los encuentros sexuales disfrazados de castings o el acoso a menores es algo similar a la corrupción en nuestro querido país: se sabía, pero no hacía daño. Ya en 2016, Elijah Wood, que antes de ser Frodo fue un exitoso actor infantil, denunció el acoso a menores por parte de miembros de la industria. Otro tanto se marcó Corey Fieldman, protagonista de Los Goonies, cuya vida quedó destrozada tras una infancia muy difícil en la que los abusos eran una tónica. Sin embargo, sus declaraciones fueron silenciadas y no ha sido hasta la condena de uno de los productores más grandes de Hollywood que sus palabras se han recuperado.

En el caso de Weinstein, muchos eran los actores que posaban a su lado en las fotos. ¿Todos lo desconocían? ¿O era un pacto de silencio? ¿Cuántos habrán aceptado proposiciones indecentes a cambio de un futuro en la industria más famosa del mundo? No sabemos hasta donde van a llegar las declaraciones de gente denunciando acosos o silencios culpables pero, como otras veces, parece que Hollywood busca una solución rápida mediante la ejecución pública de unas cuantas cabezas de turco.

¿Acaso Weinstein es el único productor que ha actuado de forma poco honorable con sus empleados? Estamos hablando del Hollywood que amparó el maltrato psicológico de Alfred Hitchcock a Tippi Hedren, la relación de Nicholas Ray, 43 años, con Natalie Wood, 16, durante el rodaje de Rebelde sin causa; la industria que permitió que Tatum O´ Neal coqueteara con el sexo y las drogas desde los diez años o que actrices como Kate Winslet o Jodie Foster hayan accedido a trabajar para Polanski, un director que no puede pisar Estados Unidos por haber abusado de una menor. ¿De verdad no creemos que, como dice Emma Thompson, esto es solo la punta de un iceberg humano en el que todos cierran filas?

No soy un idealista. Sé que es muy difícil acusar a alguien sin pruebas fehacientes. Pero resulta cansino observar como Hollywood se cierra en banda cada vez que se ataca a lo podrido de su ser. Ojalá este escándalo no solo sirviera para finiquitar la carrera de hombres y mujeres que hayan actuado mal, si no también para, ya sea mediante una ley o un mayor control, pudiera cambiar el proceso de elección o de castings. Que no nos engañen. No tiene porqué ser así. Los llamados niños prodigio no tienen porque estar tan desprotegidos, manipulados por impresentables (que se lo digan a Macaulay Culkin). Tampoco los castings, especialmente de mujeres, deben hacerse en habitaciones privadas de hotel. No entiendo de legislación, pero sé que, ahora mismo, la carrera de Spacey y Weinstein está acabada, pero dudo mucho que las mujeres, los niños y todo aquel que quiera cumplir su sueño en el mundo del celuloide esté protegido de todos los Harvey Weinstein que campan por allí. Con el silencio cómplice de la mayoría.

Sed felices.