Perry Mason ha vuelto. La estupenda serie de HBO protagonizada por Matthew Rhys arranca su segunda temporada y nosotros estaremos aquí para analizarla. Si os perdisteis nuestros análisis de la primera temporada, ahí tenéis el enlace. La serie tiene, en cuanto a producción, una calidad estratosférica, la propia de HBO, por lo que no vamos a detenernos en esos aspectos y si más en la trama. Vamos al lío.
Decíamos ayer
En el último episodio de la primera temporada, Perry Mason recibe en su despacho a una nueva clienta, Eva Griffin, protagonista de El caso de las garras de terciopelo, el primer libro protagonizado por el abogado creado por Erle Stanley Gardner. Pues si alguien creía que estaríamos ante la adaptación de la novela que se vaya olvidando.
La segunda temporada de Perry Mason es prácticamente una continuación de la temporada anterior, si bien han pasado algunos meses. Lo dejan claro con ese Capítulo 9 con el que titulan el episodio. De la tal Eva Griffin no sabemos nada pero si sabemos que Emily Dobson, la madre acusada del asesinato de su bebé en la temporada anterior y a la que Mason le consiguió un juicio nulo, se ha suicidado. No es lo mismo ser absuelta que que el juicio sea nulo y eso ha hecho mella en la pobre mujer.
Ni que decir tiene que Perry se siente culpable, o por lo menos en parte responsable. Quizás por eso va mostrando alguna que otra conducta autodestructiva a lo largo del episodio, como la de conducir su moto demasiado deprisa, como llamando al destino. Tampoco ayuda que él y Della (Juliet Rylance) hayan dejado el derecho penal y se hayan pasado al civil. Si, da más pasta pero no es que con eso se ayude a la justicia, precisamente. Más bien al contrario.
Y es que el primer juicio que tenemos en esta nueva temporada es un juicio entre un supermercado y su competencia, una tienda fundada por un ex-empleado que aprovechó las técnicas de marketing (aunque evidentemente en la época en que transcurre la serie no las llaman así) que él mismo había creado para su ex-jefe (un enorme Sean Astin) y las aplicó en su nueva tienda.
El tema recuerda enormemente al tema de los derechos de autor en los cómics, donde profesionales de la talla de Jack Kirby crearon multitud de personajes para Marvel y DC que pasaron a ser propiedad de la editorial, sin que sus creadores vieran ningún redito por ello ni pudieran usarlos fuera de la compañía.
El hecho de que el personaje de Sean Astin sea un empresario sin escrúpulos, sin piedad para con su ex-empleado, al que lleva a un punto de ruina en el que se ve obligado a traspasarle su tienda, no ayuda a que Perry Mason se tome las cosas de forma más moderada. El abogado intentó que ambas partes llegasen a un acuerdo pero su cliente no quiso. Es el capitalismo, amigo.
Más coral, menos Mason
La sensación que nos deja el episodio es que esta segunda temporada será más coral, con un mayor protagonismo de los personajes de Juliet Rylance y Chris Chalk (Paul Drake). De Della vemos como adopta un mayor papel en el bufete, incluso en el juicio, protestando a gritos. Sin embargo su condición de mujer impide que pueda tener mayor relevancia. De Paul vemos como las pasa canutas. Está en el paro y que Mason sea un abogado civil que no necesita un detective, no ayuda nada. Eso le lleva a vivir de la beneficencia de su cuñado hasta que aparece Strickland (Shea Whigham), quien ahora trabaja para el fiscal y necesita a un negro para vigilar a un negro.
Eso si, Perry Mason sigue agobiado por sus fantasmas, más en concreto por el de Emily Dobson, que se le aparece en sueños. Su sentido de la justicia se ve puesto a prueba por el caso en el que trabaja y en este sentido es trascendental la conversación que mantiene con Hamilton Burger (Justin Kirk), en la que vemos que están en lados opuestos de la justicia y que, pese a todo, aun queda esperanza para Mason.
El caso de la temporada
Como ya hemos señalado, la temporada no adaptará El caso de las garras de terciopelo sino que presentará un nuevo caso. A lo largo del episodio (y sin que sepamos que sucederá hasta el final del mismo) se nos presenta a Brooks McCutcheon (Tommy Dewey), el hijo algo tarambana del petrolero Lydell McCutcheon (Paul Raci). Aficionado a las prácticas sexuales extremas, a Brooks lo vemos engañar a su mujer, vacilar a su padre y prometer a la ciudad de Los Ángeles un estadio de béisbol, ese deporte que aquí no entendemos nada pero que nos resulta fascinante.
Al final del episodio, Brooks aparece con un tiro en la cabeza y queda claro que su muerte centrará la trama de la temporada. Según declaraciones del showruner Michael Begler (creador de The Knick junto al otro responsable de la serie), este asesinato se basa en uno real, el de Ned Doheny en 1929 (recordemos que la serie se ambienta algo después, en 1932). Dicho asesinato tuvo lugar después de que su padre se viera implicado en el escándalo del Teapot Dome, que afectó al presidente estadounidense Warren G. Harding.
El plan de Brooks para construir un estadio de béisbol se basa en la historia real del Dodger Stadium de Los Ángeles, que se levantó tras expulsar a más de 1.000 familias de origen mexicano de los vecindarios de una zona conocida como Chavez Ravine. Sabemos por el tráiler que por ahí irán los tiros y que dos hermanos, Mateo y Rafael Gallardo (Peter Mendoza y Fabrizio Guido) serán acusados del asesinato.
Esto parece Gotham
En esta segunda temporada, Perry Mason sigue con ese ambiente noir que nos encandiló en la primera. La corrupción sigue campando a sus anchas en Los Ángeles y parece que no hay ningún policía que se salve, como vemos de la conversación de Brooks con uno de sus socios, un inspector que fue quién se encargó del sabotaje de un baco casino, basado también en dos casos reales, los casos de The Monfalcone y The Johanna Smith, dos embarcaciones que fueron destruidas por el fuego en los años 30.
El personaje de Anita St. Pierre (Jen Tullock), quien le tira los tejos a Della en el restaurante donde ha quedado con una posible clienta, está basado en la escritora y guionista Anita Loos, autora de la novela Los caballeros las prefieren rubias. Es este un punto algo forzado de la trama. No se si resulta muy creíble que Della, quien se mostró profundamente enamorada de su pareja en la temporada anterior, se juegue su futuro de pareja por un calentón. Veremos como evoluciona.
El terror de De Santis
Antes de acabar estamos obligados a tratar un tema. Cuando uno ve esta segunda temporada de Perry Mason no puede evitar pensar que algunos aspectos que ya estaban presentes en la temporada anterior se han acentuado. Y esos aspectos son de lso que provocas pesadillas al gobernador de Florida, Ron de Santis.
Si, por mal que les pese a muchos y por suerte o por desgracia (y eso que sólo es el primer episodio) la segunda temporada de Perry Mason presenta un marcado componente ideológico y político. Eso ya lo vimos la temporada anterior en muchos personajes, radicalmente cambiados respecto a la serie original. Della Street pasó de virginal secretaria enamorada de su jefe a mujer independiente, emponderada y lesbiana, Paul Drake pasó de blanco rubio a negro moreno, Hamilton Burger es gay y Perry Mason tiene una amante latina.
En esta temporada, el primer caso que vemos presenta a un ex-empleado contra su jefe y el discurso del abogado defensor del primero es para no perdérselo, un elogio del capitalismo y del modo de vida americano, de la posibilidad de conseguir tu sueño. Sin embargo, la resolución del caso le da la vuelta y presenta una exacerbación del modo de vida americano aún más exagerada si cabe. El personaje de Sean Astin queda retratado como un empresario sin escrúpulos, un auténtico hijo de p… sin piedad y Mason traga sapos y culebras.
Por si no ha quedado claro en los tráilers, Perry Mason se enfrentará al sistema y lo va a pasar mal, un sistema que es 100 % americano y al que la serie no ha escatimado palos en este primer episodio. Así que agarraos que vienen curvas. Nos leemos la próxima semana. Un saludo, sed felices.
Pedro, me gusta la serie, y también me ha gustao tu reseña. Veremos cómo sigue el estilo noir de este Perry Mason ajustado para los tiempos que corren, lamento decirlo pero demasiado liberal para la década del treinta. Una socia del estudio, que sabe más de leyes que el protagonista, lesbiana, empoderada, muy independiente… no da la sensación de ser un arquetipo habitual de aquellos tiempos, si no más bien de estos. Pero bueno, veremos si la serie levanta vuelo con su trama, que la primera temporada la hemos saboraeado
Gracias por tus palabras, Diego. La verdad es que si, que Della Street es demasiado emponderada para la década de los años 30 o por lo menos para la imagen habitual que tenemos de esos tiempos a través del cine y la televisión. No todas las mujeres eran Della Street pero si quiero pensar que había mujeres como ella, aunque no nos hayan llegado tanto. De todas formas, que se hayan alejado de estereotipos ya vistos en el pasado, como el de secretaria eternamente enamorada de Perry (algo que ya teníamos en la serie de Raymond Burr) se agradece. Piensa que la serie de Burr era más bien un procedimental, con personajes secundarios (Della Street y Paul Drake) más en plan de comparsas. En esta serie hay que darles más chicha, si o si. Además, no me imagino a nadie que no tenga el carácter y la personalidad de Della soportando al Perry Mason de Matthew Rhys, antiguo detective alcoholizado, con demasiados fantasmas a cuestas. Perry necesita a esta Della mucho más de lo que ella lo necesita a él. Un saludo y nos leemos.