Bienvenidos una semana más, la última de este año, a los análisis de la tercera temporada del Ministerio del Tiempo. Para todos aquellos que no han visto el último capítulo, aquí tenéis la puerta a los análisis de todos los capítulos de la serie. En cuanto al resto, dispongámonos a despedir la temporada de una serie diferente en el ámbito español que promete volver en un tiempo, si es que vuelve.
Tras el cierre de todas las tramas transversales de esta temporada, volvemos al ministerio de siempre, en el que el leitmotiv histórico del capítulo no tarda en aparecer: la grabación de una serie titulada El Ministerio del tiempo en la España de 1966.
Si bien a lo largo de dos temporadas he mantenido que lo que hacía flaquear un poco al Ministerio del tiempo eran sus tramas transversales, que siempre perdían en importancia con el argumento episódico, he de decir que la serie pierde mucha frescura sin estas tramas. En esta temporada, los personajes históricos, los seres humanos detrás de los mitos, han sido relegados para fortalecer a los personajes principales. Salvo excepciones como Goya, apenas hemos podido conocer el lado más íntimo de Bolívar, Becquer, Hitchcock o Suárez. Consecuencia de la improvisación que, como su creador Javier Olivares nos ha reflejado en la interesantísima entrevista que ha ofrecido a la web, conllevó la tardía renovación por parte de Televisión Española.
Y no solo me refiero a los personajes históricos, si no a los continuos cambios de reglas a las que nos enfrentábamos en cada capítulo. Ahora un Atrapado en el tiempo ambientado en la España inquisitorial, ahora un asesino en serie intertemporal… Quitando el magnífico homenaje a Hitchcock del primer capítulo, la tercera temporada se ha movido siempre en la misma estructura. A diferencia del final de temporada, el mejor capítulo de esta tercera tanda de capítulos.
La primera parte del capítulo sorprende por lo ingenioso de la propuesta. Si ya estamos acostumbrados a los guiños referenciales de la serie, en Entre dos tiempos hay tres tazas de estos. Con Alonso y Pacino como figurantes y Lola infiltrada en la sede de RTVE, la trama es toda una metaficción acerca de la serie, en la que los actores elegidos para interpretar a los Alonso, Amelia y Julián son, ni más ni menos, que los padres de Cayetana Guillén Cuervo y el mismísimo Jaime Blanch, Salvador, en su juventud. Además, supone todo un homenaje a las series españolas de los 60, a ese triple salto mortal que supuso la mítica Historias para no dormir, de Chicho Ibáñez Serrador (quien no sepa quién es, que se apunte ¿Quién quiere matar a un niño?)
Pero la trama no solo juega con el homenaje y la autorreferencia, si no que también nos expone de la mejor manera posible el mayor mérito de este Ministerio del tiempo: una serie en la que se equilibra perfectamente una historia de España nada condescendiente y los problemas personales de unos agentes de distintas épocas que tienen que hacer frente día sí, día también a diversos problemas éticos como el dejar que muera alguien al que tienen cariño para poder preservar una historia que, ni mucho menos, es perfecta.
A la mitad del capítulo llega el giro perpetrado por el mejor villano de esta tercera temporada. Ureña, interpretado por un gran Luis Larrodera, decide destruir el Ministerio dándolo a conocer al público y entregándolo al turismo. España consigue salvarse de la crisis gracias a un producto monopolizado por el villano y, a lo Westworld, los turistas comienza a realizar barbaridades de todo tipo en cualquier época de la historia. La situación es tan grave que parece que la única solución posible es la destrucción del Ministerio, pero Alonso, el personaje que más ha evolucionado en esta temporada, desobedece por primera vez una orden por amor a Elena.
La solución definitiva al problema es agridulce. Previa aparición de una memorable Irene Larra vestida de cuero, con parche y ametralladora en mano (impresionante Cayetana Guillén Cuervo), Lola decide propagar una gripe intertemporal como chantaje para Ureña. Una jugada que sale bien y que demuestra el partido que se le puede sacar al personaje interpretado por Macarena García.
Finalmente, la tan cacareada puerta del futuro que Pacino guardaba en su móvil es usada para prevenir a Ureña de lo que ocurrirá si el virus se propaga y así convencerle de volver al pasado y restaurar la historia tal y como estaba. La parte agria del asunto es que Salvador destruye el móvil de Pacino, por lo que adiós a la puerta del futuro y a complicaciones para los guionistas, pero también a posibilidades muy interesantes en una hipotética cuarta temporada.
El final del capítulo no huele a despedida, como si lo fue el último capítulo de la cuarta temporada de Sherlock. Parece, más bien, un cambio de ciclo. La cúpula del Ministerio está ahí. Pacino y Lola parecen compenetrarse a la perfección. Sin embargo, Alonso decide marcharse. A diferencia de la muerte de Julián y la marcha obligada por las circunstancias de Amelia, el soldado se ha dado cuenta, con el paso de las temporadas, que no merece la pena pasarse la vida manteniendo la historia tal y como está en lugar de vivir su propia vida, aunque esta no acabe siendo contada en las universidades. Un final perfecto para uno de los protagonistas más carismáticos de la serie.
Tras treinta y cuatro capítulos, toca decir (espero) hasta pronto a la mejor serie española de los últimos años. Siendo notable, la tercera temporada ha sido la menos destacada de la serie, con momentos geniales que reflejan lo que hubiera supuesto mayor tiempo de preparación para esta tanda de capítulos. Creo que pocas series hay en el mundo a las que se le pueda sacar tantas posibilidades como El ministerio del tiempo. Espero poder seguir analizando próximas temporadas. Entre tanto, nos seguimos leyendo en otros artículos de la web.
Sed felices!