Ya está en cines La trampa (2024), la nueva película de M. Night Shyamalan que, como todos sus proyectos, está dando mucho que hablar. La cinta del indoestadounidense nos introduce en una original premisa que se va desarrollando sin que podamos prever su próximo bandazo argumental bajo un halo de suspense y desconcierto del que es difícil escapar.
Tráiler de La trampa (2024) de M. Night Shyamalan
Cooper (Josh Harnett) y su hija adolescente (Ariel Joy Donoghue) acuden al masivo concierto en un estadio de una estrella pop, Lady Raven (Saleka Shyamalan). El padre es un asesino en serie y pronto descubre que hay más seguridad de la habitual, y que puede que le estén buscando.
Póster de La trampa (2024) de M. Night Shyamalan
El silencio de los corderos en un concierto de Taylor Swift
Bajo el llamativo eslogan de “El silencio de los corderos en un concierto de Taylor Swift” publicitaba Shyamalan su última película. El estado actual de idolatría por la cantante estadounidense en el contexto de su última gira mundial The Eras Tour era el momento perfecto para impulsar La trampa, pero, además de un movimiento en tal sentido muy inteligente por parte del director, el tagline por sí solo tiene la fuerza suficiente para alentar a su visionado.
Es de sobra conocido el talento de Shyamalan a lo largo de las últimas décadas para construir argumentos originales y descabellados con giros de guion sorprendentes. Películas como El sexto sentido (1999), que sigue siendo su más recordada, El bosque (2004) o La visita (2015), sin tener nada que ver entre sí, tienen una capacidad de impresionar y atrapar al espectador que es difícil de conseguir.
Su inspirado cine suele proponer algo que a priori llama la atención (incluso sin ser guiones originales). Sin ir más lejos, su última película antes de La trampa trata sobre un grupo de personas que secuestra a una familia en su retiro vacacional en el bosque para obligarla a tomar una decisión crucial que salvará el mundo de su fin (Llaman a la puerta). O la anterior, Tiempo (2021), en que unas personas quedan atrapadas en una playa paradisíaca y se dan cuenta de que allí envejecen mucho más rápido de lo habitual.
Gusten más o menos sus películas, es innegable el atractivo de sus variopintos argumentos, aunque sus fluctuantes desarrollos narrativos desquicien a buena parte de público y crítica cada vez que estrena un proyecto. La trampa no ha sido una excepción en ninguno de los aspectos: ha desagradado a muchas personas por su alocado guion y ha dado que hablar por su interesante propuesta inicial, es decir las dos constantes del cine de Shyamalan en cuanto a recepción social y mediática respectan.
La trampa, lejos de asemejarse a la película de Jonathan Demme, crea algo propio y tremendamente llamativo. Sitúa al asesino en serie y antagonista del filme en el rol protagonista de una forma muy inteligente para incrementar el sufrimiento desde la butaca.
La astucia de Shyamalan no tiene techo y la arriesgada pero interesante decisión de subvertir el papel del villano de la narración habitual consigue establecer cierta relación ineludible de empatía entre espectador y asesino serial, logrando así un significado más completo del título de la película: el espectador también forma parte, en otro sentido, de una trampa. Además, el perfil de asesino padre de familia estructurada y la elección de determinados planos en la multitud del concierto, forman la idea de que el mal puede residir en las personas menos esperadas.
La recreación del concierto de estrella del pop y esa representación del fenómeno fan (relacionable con Taylor Swift, Billie Eilish u otras cantantes de su talla) son muy certeras y sirven, fuera de la propia película, como un gran regalo de Shyamalan a su hija Saleka, Lady Raven en La trampa y cantautora fuera de la ficción.
Esta primera y diferenciada mitad de La trampa es un juego constante, una mascarada en que Cooper no puede perder las formas y huir del estadio es su máxima prioridad. El planteamiento resulta algo repetitivo, pero es fácil entrar en sus mecanismos por el ingenio en la puesta en escena de Shyamalan y la notable interpretación de Harnett, cuya inteligencia lucha por vencer los obstáculos de su aparentemente imposible objetivo de fuga.
Transcurrida la mitad de la película la focalización cambia durante varias escenas para golpearnos de una manera distinta: ahora observamos la acción desde el papel de la víctima. Un giro muy interesante, con el que Shyamalan vuelve a jugar a su antojo con el espectador. Tras una tensa y muy bien dirigida escena en un cuarto de baño, la cinta cae en picado. Si en la primera mitad no había profundización en el personaje protagónico, la segunda parte arroja algunas explicaciones no muy convincentes e incluso ridículas sobre su persona.
Como suele ocurrir en las películas con dos partes muy diferenciadas, el ritmo decae mucho y los acontecimientos pierden interés una vez sucede el punto de giro que abre paso al segundo bloque. La trampa no se recupera de la estocada narrativa tras su primer clímax y termina resolviéndose con menor brillantez de la que comenzó.
Empleo del humor e inverosimilitud
La peculiaridad de la nueva película de Shyamalan es su punto de vista y, al contemplar el desarrollo narrativo desde los ojos del asesino en serie y antagonista, el humor brota casi por sí solo. Desde la butaca conocemos el rostro del delincuente en búsqueda y captura, pero ninguno de los personajes en pantalla lo hace en un principio, por lo que algunas situaciones se vuelven ridículas (en el buen sentido) y dan pie a la comedia.
Cooper goza de la superioridad de que se desconozca su identidad: se busca un asesino, pero sus descripciones son muy genéricas. Por eso pasa desapercibido y Shyamalan emplea esta circunstancia de paridad de información entre protagonista y espectador para introducir algunos gags divertidos. En ocasiones da la sensación de que el personaje de Harnett juguetea con su posición elevada burlándose del entorno para complacer al espectador y hacerlo partícipe de su dantesco espectáculo.
Esta forma de humor sirve en parte para camuflar la inverosimilitud del guion de La trampa. Este aspecto es uno de los más criticados, pues es cierto que, si se analiza fría y detalladamente el desarrollo argumental de la película, casi nada tiene mucho sentido.
Las explicaciones sobre la investigación y elaboración de “la trampa”, las reacciones de algunos personajes o las parcas aclaraciones sobre el avieso personaje de Cooper en sí. Pero, sobre todo, lo más surrealista de la película es la capacidad de escapismo de su protagonista. Los trucos de guion tan evidentes de Shyamalan para poder construir la insostenible idea de la película. No importa la situación a la que el personaje se enfrente que siempre consigue huir de alguna forma, alcanzando un punto incluso hilarante por lo irreverente.
No es necesario un análisis muy minucioso para encontrar estas cuestiones que, de tomarse en consideración seriamente, hacen de la de Shyamalan una película ridícula. Sin embargo, considero La trampa una cinta para dejarse llevar, sobre todo en su primera parte, sin juzgar demasiado nada de lo que sucede, pues de conseguir entrar en ella el divertimento es asegurado.
Conclusión
La nueva película de M. Night Shyamalan es la constatación del talento del director para crear historias atractivas y originales. La trampa es irregular; casi todo cae por su propio peso si se analiza de forma objetiva. No obstante, sirve como interesante y entretenido ejercicio de punto de vista y juego con el espectador si se practica una profunda abstracción de todo sentido de lógica.
No es una de las mejores películas del cineasta, ni siquiera entre sus últimos trabajos, pero, como siempre, en La trampa Shyamalan nos ofrece algo distinto, propio y agradable de ver teniendo en cuenta los aspectos mencionados.
Muchas gracias por leerme e ¡id al cine!