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El cómic de la semana: Escuadrón Suicida, de John Ostrander y Luke McDonnell

Bienvenidos un sábado más a la sección de los amantes del cómic. Bienvenidos a El cómic de la semana, y también quiero dar la bienvenida a los auténticos creyentes, a La Tapa del Obseso, la sección de Raúl Sánchez. Otra semana más tenemos un especial de La Tapa del Obseso con el cómic del Escuadrón Suicida, de John Ostrander y Luke McDonnell

Los años ochenta superheroicos suelen pasar, en general, como los mejores popularmente del género. También que los noventa fue un abismo. Si somos sinceros, es cierto que hubo mucho cómic malo en los 80 y también mucho cómic bueno en los 90, por más que el nivel medio de los 80 fuera más alto. También que las bases de los ochenta, sobre todo con sus grandes hitos conocidos por todos (Frank Miller, Alan Moore y Chris Claremont), fueron las seguidas por gran parte de la industria hasta la llegada del siglo XXI para el género con The Authority de Warren Ellis. Unos no pararon de “deconstruir” influenciados por Miller y Moore. Otros intentaron repetir una y otra vez la forma en que Claremont llevó a liderar casi sin descanso durante casi dos décadas a los X-Men. Puede que nada en los 90 fuera ni remotamente parecido en cuanto a imitación y veneración a los grandes éxitos ochenteros. No sólo artísticamente: toda la habitual práctica de los crossover no se inventó en los 80 pero es con las Secret Wars de Marvel o Las Crisis en las Tierras Infinitas de DC cuando se crea el crossover tal y como nos ha llegado hasta hoy. En resumen, podemos decir que los ochenta duran hasta finales de los noventa realmente, hasta la siguiente revolución ya comentada de Warren Ellis y después Mark Millar (que es de donde sigue bebiendo el género a día de hoy).

El problema de las obras que marcan un antes y un después es que muchas veces impulsan tanto su medio que al poco tiempo dan la sensación de quedarse muy atrás. Aunque esto se debe al enorme progreso que generan, por lo que hay que tener mucho cuidado con la expresión “envejecer mal“, que suele usarse mal la mayor parte de las veces. Pero bueno, estas obras revolucionarias  suelen establecer un canon o un tono de contar las cosas que, aunque estupendo, suele apartar de la mirada del gran público otras cosas que son realmente buenas pero no siguen la misma línea. Con el cómic del que hablamos hoy pasa esto último.

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El Escuadrón Suicida era una colección rara, que quedó con el paso de los años como una de esas cosas de culto, de la que los pocos que la habían leído hablaban muy bien. Hace poco la hemos visto editada de nuevo en España gracias a ECC Comics, en un primer tomo que recopila los ocho primeros números más un número en el que se nos habla del origen anterior de este grupo. John Ostrander, el guionista, recupera un grupo perdido del universo de DC para hacer algo más. La idea es simple: un grupo de supervillanos tendrá que hacer trabajos para los Estados Unidos si quiere reducir condena. Estos trabajos suelen ser misiones realmente suicidas, en las que es muy normal que muera alguno de ellos, sean capturado o haya que borrarles la memoria. Una idea más de la época, pero como tantas veces no es tanto qué se cuenta sino cómo se cuenta. Ostrander desde el inicio tiene más un tono de película bélica o de los libros de espías clásicos. La líder, la sra. Waller, es una mujer que viene de sufrir lo que es vivir en un barrio pobre, ser negra y a pesar de ello conseguir ascender en la Administración de los Estados Unidos de los años 80, llegando a tratar directamente con el mismísimo Ronald Reagan. Es un personaje que actúa inteligentemente y con una personalidad fuerte. Da toda la sensación de saber desenvolverse muy bien en los polvorines políticos que hagan falta y analizar fríamente lo que está pasando en su grupo. No es simplemente una portavoz del gobierno ante los supervillanos. Y no es para nada el estereotipo de mujer gorda estadounidense de clase baja mil veces visto.

La caracterización de los personajes de Ostrander es uno de los fuertes de la historia. Enseguida en dos trazos define a uno de los integrantes, y siempre intenta alejarse de los estereotipos sin crear personajes estrafalarios. Es decir, la parte que le toca hace de los personajes algo creíble psicológicamente. Quizás el menos logrado sea el psicópata del grupo, a lo que también contribuye su disfraz y aspecto gráfico, pero quizás hay mucha influencia, ahí sí, de otros personajes graciosillos o centro de los chistes de un grupo de superhéroes.

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¿Qué podemos decir de las historias? Que son vergonzosamente creíbles en un contexto de operaciones secretas, acciones de infiltración y un mundo del espionaje. Aquí hay que aclarar que no, no soy agente secreto ni sé, como la mayoría, cómo funciona ese mundo. De las pocas cosas que de vez en cuando pueden leerse de antiguos espías o de documentos desclasificados podemos ver cosas muy desmitificadoras respecto a tantas películas, novelas o videojuegos: agentes enviados sin apenas información a misiones que son una muerte segura, enormes lagunas en la planificación de las operaciones, imprevistos que tuercen totalmente cualquier intervención y que acaban en desastre, traiciones que nadie supo ver y, general, muchísima chapuza e improvisación. Todo esto está perfectamente reflejado en el cómic del que hablamos. Todo en un tono áspero y sin contemplaciones: no hay un ensañamiento en la violencia como veríamos años después en otros comics. La violencia es seca, rápida, brutal y definitiva. La diferencia de poder se nota rápidamente y nadie juega con nadie: los personajes pelean en serio y sin frenos.

Ostrander nos sorprende. Nunca las misiones son lo que parecen al principio. Siempre hay imprevistos. Puede haber muertos o gente que se queda capturada por el enemigo. Al hacer eso, el autor te pone en tensión, algo raro al hablar de superseres: sabes que Superman no morirá, que si muere resucitará, seguro. Puede morir un secundario, pero que muera una Gwen Stacy es excepcional. Aquí no. Los personajes del grupo cascan dolorosamente. Son don nadies que son sacrificables, y, a su pesar porque no hay mucho heroísmo en ellos, muchas veces son sacrificados. Algo tan tonto y simple como mostrarte muertes de protagonistas desde el principio consigue que estés pensando que pueden morir de verdad en cualquier momento. Va totalmente con el espíritu y el tono de las historias que está contando.

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Luke McDonnell, el dibujante, sin ser un desastre no podemos decir que sea de lo mejor de su generación precisamente. Como decía Adrián, no es una estrella pero es cierto que su dibujo, con pocos trazos y secos en comparación con lo que se hacía en la época, va en sintonía con lo que cuenta la historia. Es muy posible que grandes dibujantes estrella de la época como John Byrne o George Perez no hubieran pegado ni con cola en una historia de este tipo, tan terrenal, tan azarosa y tan poco alejada de las luces de lo luminoso y lo superheroico. ¿Quizás Dave Gibbons, el mismísimo dibujante de Watchmen, hubiera encajado bien? Su paso por la revista 2000 AD yo creo que indica que sí. En fin, sólo son especulaciones.

Por finalizar, ECC Ediciones nos han traído el primer tomo de la colección y sólo con este comienzo de la historia ya valdría la pena comprarlo y leerlo. Las razones de que el cómic fuera de culto, es decir minoritario, ya no se aplican hoy: yo me lo he leído por primera vez no hace ni un mes. Aunque la parte visual aguanta el tiempo es cierto que algunos personajes y sus disfraces no lo hacen tanto, pero son detalles menores, la verdad. El cómic es algo diferente en tono, acercamiento y profundidad psicológica de los personajes, esto último además con muy pocos trazos y en poco tiempo. Además de, claro, lo terriblemente creíble de lo azaroso de las cosas que suceden antes, durante y después de las misiones, convirtiéndolo en uno de los cómics de superhéroes más creíbles políticamente que yo he leído. Es más que recomendable. Desde aquí esperamos el segundo tomo con muchas ganas…y miedo de que nos maten a los personajes del grupo.

Sed felices.

Raúl Sánchez
Raúl Sánchez
Arriba es abajo, y negro es blanco. Respiro regularmente. Mi supervivencia de momento parece relativamente segura, por lo que un sentimiento de considerable satisfacción invade mi cuerpo con sobrepeso. Espero que tal regularidad respiratoria se mantenga cuando duerma esta noche. Si esto no pasa tienen vds. mi permiso para vender mis órganos a carnicerías de Ulan Bator.
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2 COMENTARIOS

  1. Un gran tomó y una gran reseña. Me acerqué al tomó con miedo por si mis recuerdos y la nostalgia me habían nublado el juicio. ¿Es tan bueno como recordaba? Pues si. Ahora, gracias a la experiencia, he podido fijarme en la forma de narrar de Ostrander, adelantada a su tiempo. Sin apenas bocadillos de pensamiento y sin textos de apoyo farragosas. Se que es algo que se dice muchas veces pero aquí si es verdad: leer el Escuadrón Suicida de Ostrander es como ver una película. Además está el tratamiento de los temas y de los personajes, que también son totalmente adultos y sin necesidad de lo que normalmente se entiende en el medio por adulto, es decir sangre, vísceras, violencia gratuita y desnudos. Un saludo.

    • Hola, Pedro.

      Yo en su día no me lo leí, lo tenía como una de esas cosas raras que a saber. Pero oye, que Adrián nos vendió bien la moto, y nos la quedamos bien quedada.

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