Bienvenidos, auténticos creyentes, a La Tapa del Obseso, la sección de Raúl Sánchez.
En cada nuevo estreno de una película, en cada lanzamiento de un videojuego, en cada tráiler de una nueva serie debemos enfrentarnos, como personas con formación académica elevada y superior inteligencia, a muchos dilemas a considerar con delicadeza. El acto de ver o disfrutar de un producto cultural tiene unos antecedentes, nudo y consecuencias. Más todavía si queremos escribir al respecto, hacer un podcast o compartir nuestras muy originales observaciones por las redes sociales. Querer detallar todos los elementos a considerar puede ser un ejercicio que desborde la racionalidad humana, cierto, pero hemos creído necesario al menos comentar algunos de los puntos a tratar.
I. Buscando mensajes de extraterrestres en billetes usados de metro.
Las películas, los videojuegos y demás los hacen, de momento, personas. Las personas tenemos ciertas ideas sobre cómo es y cómo debería ser el mundo. Es complicado expresarse artísticamente y no dejar caer qué visión ideológica tiene uno. Al fin y al cabo, al crear un mundo o unos personajes estamos hablando de cómo vemos nosotros la vida, el amor y demás. Es adecuado hablar de ello, pero decididamente hay que dar un paso más allá. No es sólo que Clint Eastwood nos cuente una historia más o menos conservadora en más de una película, por buenas que las haga, no: es un sucio bastardo que quiere vendernos ranciedad prehistórica. No es que Mark Millar en The Secret Service transmita de forma poco disimulada una teoría sobre qué es tener orgullo de clase obrera o qué no debería serlo, no: es que nos trata de meter una agenda de marxismo cultural como quien no quiere la cosa.
Todo tiene una intencionalidad totalitaria oculta que sólo nosotros, qué suerte, hemos podido ver venir. Una intencionalidad consciente y malvada cuyo desconocimiento por parte de los inocentes consumidores puede ocasionar literalmente muertes y opresión de todo tipo. Todo ello sin que dichos consumidores fueran conscientes de ese pérfido mensaje, que entra de manera subconsciente en tu cabeza y lo aceptas acríticamente, tal y como desean los reptilianos, los judíos masones y Florentino Pérez.
II. Todo gira en torno a ti, no a la película/videojuego/serie.
Puede que hayas salido de ver la película o de jugar al videojuego y por cosas diversas tengas que escribir de dicho asunto. En ese momento debes tener en cuenta que tu cerebro está aprisionado en tu cráneo y no puedes dar por sentado que hay una realidad externa a él. Eres la primera persona que pasa por eso en toda la historia. Incluso esto que estás leyendo puede ser únicamente fruto de una simulación electrónica y yo ser un robot. Por ello es más que recomendable ser consecuente y escribir estrictamente en términos personales: es muy posible que sólo existas tú como ser humano.
No hablamos aquí de empezar con alguna anécdota personal y luego pasar a hablar del producto en sí, no. Hablamos de poblar un texto con referencias personales, con aventuras propias, con expresiones del tipo “creo que” o “en mi opinión”, no sea que creamos que estás reproduciendo las opiniones de tu tía Chiqui de Ávila. Si hubiera un mundo exterior a tu cerebro o incluso elementos vivientes que no fueran atrezo sería absurdísimo: la gente buscaría información de la película y se encontraría las vivencias personales o sentimientos de alguien que no conoce y que se pone como algo más importante que el producto a criticar.
Por suerte no hay nada más allá de ti y de tu ombligo. Perdón, de tu cerebro.
III. Lo técnico, el contexto o demás no existen.
Reconozcámoslo, leer es aburrido. Tienes que concentrarte, leer las letras, entender qué dicen, que están queriendo decir. Es cansadísimo. Y requiere mucho tiempo. Pudiera parecer que esto es un problema: al fin y al cabo muchas historias sobre la evolución de las cámaras en el cine o las técnicas de dibujo o coloreado en cómic están fundamentalmente por escrito. También libros o revistas sobre rodajes de películas o las dificultades técnicas de los videojuegos de los años 80. Ya no hablamos de los libros en los que puede uno ver desarrollados los contextos culturales en los que explota el videojuego como ocio generalizado con la primera PlayStation o el cambio del modelo económico de hacer cine con los Spielberg, Lucas y demás. Sólo la idea de las horas que puede uno estar con todo eso leyendo debería disuadir a casi cualquier posible flipao.
Pero afortunadamente nada de eso es ya necesario. Al encontrarnos con un mundo que puede que ni exista fuera de nuestro cráneo no es necesario realmente dedicar tanto tiempo a él: es perder el tiempo con fantasmas. Es mucho mejor tomar cualquier cómic al azar, cualquier película, lo que sea, y prescindir de cualquier idea de contexto histórico, técnicas de la época, corrientes del momento o demás. La obra existe así en un paréntesis histórico y cultural, permitiéndonos leerla y sacar conclusiones que en otro tiempo pudieron considerarse disparates fruto de una atrevida ignorancia, pero hoy son perfectamente válidos.

Pero ojo: el cómic o videojuego sólo existen en el vacío histórico y cultural de cara a esforzarnos poco para leer lo mínimo posible. De cara al punto I (Buscando mensajes de extraterrestres en billetes perdidos de metro) es absolutamente necesario tirar piedras lo más ostentosamente posible a dicho entorno histórico y cultural (opresivo, se sobreentiende).
IV. No digo que haya una conspiración, pero hay una conspiración.
Es conveniente asumir alguna teoría que culpe de todos los males de la Humanidad a un único factor fácilmente entendible por todo el mundo. No se trata exactamente de creernos como tal todo el cuento, pero sí al menos que seamos capaces de argumentar en relación a ello. En base a ese factor único en el que reside aproximadamente el 84,56% de las cosas malas de la Tierra podemos apoyarnos para escribir sin parar sobre los variados productos sin tener realmente un conocimiento profundo de cómo se realizan o su contexto histórico (ver punto anterior). Se trata de tener una teoría omniexplicativa y omnicomprensiva que lo mismo nos valga para analizar la última película de Spider-Man que de videojuegos de rol táctico japonés que de la última cosa que ha hecho Explosions in the Sky.

Nuestra causa es la única importante, o casi la única (se aceptan otras mientras queden subordinadas a ésta). De ahí que todo deba ser visto sobre todo bajo su prisma o nos enfadaremos muchísimo con los creadores hideputas que se han creído que pueden arriesgar su dinero y su carrera en cosas que no tienen el enfoque de nuestra cruzada particular. No está de más recordar que en nuestro caso es casi todo pose: recordemos que el camello auténticamente profesional no se droga con su propia mercancía. Pero eso no tienen porque saberlo de nuestro cráneo/ombligo para afuera, ya que de hecho puede que nada exista más allá.
V. Sólo existe la carne argentina y los vómitos de perro.
La acumulación de lecturas, momentos de juego y demás puede llevarnos a la gris conclusión de la enorme variedad que hay en las cosas que disfrutas en tu escaso tiempo libre. Hay desde cosas olvidables que te cuesta acabar a cosas que tienen su parte divertida por más que lo demás sea malo. Tenemos cosas muy buenas con graves fallos y cosas normalitas que destacan mucho en alguna cosa. Hay incluso cosas universalmente tenidas por fantásticas que no lo son tanto y cosas infravaloradas en su momento. Y, claro, una cantidad desproporcionada de cosas que son pasables y poco más.
Desde la elegancia que queremos transmitir podríamos recomendar no dar notas numéricas o incluso hablar de los productos culturales con sus cosas destacables, para bien o para mal. Matizar más allá de “esto es bueno o malo”. Remarcar lo meritorio de tal recurso técnico o lo acertado en su época de tal fragmento. Pero eso implicaría un trabajo de elaboración cognitiva que es absolutamente incompatible con la bella agonía por ser el primero de estos actuales tiempos. Es por ello que debemos posicionarnos (¡otra vez!) en el bando de A favor o el bando de En contra. O es algo que hace llorar a los ángeles de maravilloso que es o es el peor de los desastres por el que los autores deberían ingresar automáticamente en el módulo de presos ultrapeligrosos de la peor cárcel posible (ver vídeo de este punto para ver con gran gloria cómo hacerlo). Ni que decir tiene que esto debe tenerse en cuenta a la vez que nuestra conspiración favorita. Somos contrarios a todo proceso de matización y elaboración mental: apenas nos da para dar a Me gusta en Facebook sin equivocarnos mucho. De ahí que una vez adoptemos la conspiración como eje de nuestro comentario el resto debería ir consonancia.
VI. Todo es un campeonato de sentimientos y percepciones.
No debemos, en ningún momento, salirnos de nuestro cráneo/ombligo. Todo debe ser totalmente subjetivo y debemos utilizar nuestra opinión como escudo ante cualquier intento patético de criticar lo que hemos dicho. Cosas tales como que hayamos confundido los años de creación, no nos hayamos leído el cómic y nos inventemos qué pasa dentro por la portada, nos hayamos jugado sólo el tutorial de videojuego deben ser saltadas siempre con el más útil de los argumentos: “Es mi opinión”. La opinión (la tuya) es sagrada y está por encima de cualquier posible realidad contrastable con el exterior a tu cráneo/ombligo.
Aquí debemos jugar la estrategia definitiva: la de los sentimientos. Ya que todo el mundo está esperando en sus casas sentado a ello, debemos hacer llegar nuestros sentimientos muy en serio, sin ningún pretensión irónica o grandilocuente. Es decir, en serio. Contamos lo enfadados que nos pone la actuación de Ben Affleck protagonizando la película de Pac-Man y cómo debería haberse dado ese papel a Antonio Resines, por ejemplo. Lo mucho que nos hiere porque hemos sido fans de Pac-Man toda la vida, cómo su abrir y cerrar la boca para comerse puntos de la pantalla representaba para nosotros el triste día a día de los repartidores de pizza, tal y como fuimos nosotros hace 15 años. Nos hiere y están en deuda con nosotros y con toda la comunidad benévola que comparte nuestros sentimientos, que, al final, es lo único que existe. Los nuestros, ojo, que no hay más.
Sed felices.