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Crítica de Hasta el fin del mundo (2024), western con otra mirada, la de Viggo Mortensen.

No hay películas como los westerns. Sobre ese lienzo en blanco que es el lejano Oeste americano, ese territorio salvaje en el que la barbarie y la libertad libran una batalla perdida de antemano contra la civilización y el encorsetamiento, se puede construir cualquier tipo de historia. Desde las luchas idealizadas contra los indios a las historias de venganza, pasando por las andanzas de los pistoleros o la mirada crepuscular a un tiempo que ya no fue, no hay películas como los westerns porque, con su particular unión entre mitología y realidad, el western siempre es algo más que un western. Prueba de ello es Hasta el fin del mundo, traducción al español del muy superior The dead don’t hurt, segunda película como director de Viggo Mortensen. Al que, por otro lado, ya le vimos con sombrero y botas de cowboy en Appalaosa, subestimado y estupendo western sobre la amistad.

Hasta el fin del mundo se centra en la relación entre Vivienne Le Coudy, una joven independiente, y Holger Olsen, inmigrante danés, cuya unión les lleva al rancho del segundo, donde Vivienne permanecerá esperando a su pareja, alistado para la Guerra Civil Americana. Ella quedará a merced del hijo desalmado de uno de los terratenientes del pueblo vecino.

Es imposible abordar Hasta el fin del mundo sin hablar de Viggo Mortensen. Uno de los actores más excepcionales del siglo XXI, no tanto por su capacidad interpretativa como por las elecciones que ha tomado a lo largo de su carrera. Hablamos de un actor que, después de ser el rostro de Aragorn en la inmortal trilogía de El señor de los anillos, se marchó a España a rodar Alatriste, se convirtió en el actor fetiche de David Cronenberg o protagonizó Captain Fantastic. Y no solo debemos hablar de su faceta como actor, sino como escritor de poesía, compositor o pintor.

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Su primera película, Falling (cuya crítica tenéis en esta sacrosanta web), se benefició de una distribución en plena pandemia (tuve la oportunidad de verla en el cine) y ya daba pistas de su visión tan realista como humanista de las relaciones humanas. Es decir, que el hecho de que la vida te exponga a continuos golpes (que lo hace) no quita que tengamos la capacidad de reponernos a estos. Por tanto, una visión tanto dura como dignificadora del ser humano.

En Hasta el fin del mundo, Mortensen dirige, protagoniza, escribe y compone la música de un western clásico en forma aunque atípico en contenido. De hecho, uno de los errores de marketing del cartel de la película es una cita que más o menos viene a decir que a John Ford y Howard Hawks les encantaría esta película. Cosa que dudo, sobre todo a Hawks.

¿Por qué digo esto?

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En primer lugar, por lo atípico de sus personajes protagonistas. Por supuesto, hablo de Vicky Krieps, magnífica en su papel de mujer independiente contra todo y todos. Una joven que de pequeña soñaba con un encuentro con un caballero andante que la protegiera y que, ya adulta, su sueño es bien distinto. Pero también de Viggo Mortensen, como un hombre que también va a lo suyo y que, tras una dura pérdida, busca una vida sosegada y, lo que es una rara avis en el western, se puede hablar con él. Porque, por encima de todo, Holger Olsen es un hombre que escucha.

En segundo lugar, porque Hasta el fin del mundo, con su saloon, sus tiroteos y sus vándalos, es un western que se centra en los que se quedan. En lugar de contar la odisea de Olsen en la Guerra, la cámara de Mortensen se queda con la dura vida que le espera a Vivienne por el empeño de su pareja en luchar una guerra que no le corresponde. Si es que a alguien le corresponde alguna guerra. Con una mirada sosegada como la del propio protagonista, Mortensen atiende a sus duras condiciones de vida. Condiciones que afronta como puede, dotando de dignidad al personaje y, sobre todo, convirtiendo a la improbable protagonista en la verdadera heroína de la historia.

En tercer lugar, porque con sus continuos (y muy claros) saltos temporales, Mortensen juega un poco con nosotros como espectadores. Donde todos, imbuidos colectivamente de los códigos del western, esperábamos una historia de venganza, Hasta el fin del mundo es una apuesta decidida por el perdón. Incluso cuando no hay nada que perdonar. Así, merced a esa contraposición realista del Oeste americano y humanista de seres excepcionales, Hasta el fin del mundo tiene un final tan triste como bello.

En definitiva, Hasta el fin del mundo continúa con la interesante carrera como director de Viggo Mortensen. Un western típico en forma y atípico en contenido que se beneficia de un guion reflexivo, unos paisajes espectaculares y la caracterización de sus dos protagonistas.  Lástima de que el resto de personajes estén algo desdibujados y de que su ritmo, sobre todo en el nudo de la trama, se resienta algo. Aún así, queda un western notable que dan ganas de acompañar a Viggo Mortensen hasta…pues eso, hasta el fin del mundo.

¡Un saludo y sed felices!

¡Nos leemos en Las cosas que nos hacen felices!

 

 

 

Fernando Vílchez
Fernando Vílchez
Comecocos. Intento aprender como si viviera para siempre y vivir como si hoy fuera mi último día...con las cosas que me hacen feliz.
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