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House of Cards: análisis de las 4 primeras temporadas

House of Cards ha vuelto con su quinta temporada y en Las cosas que nos hacen felices os ofrecemos un análisis de las cuatro temporadas anteriores para poder seguir esta nueva entrega en su estreno recordando los aspectos clave de sus precedentes. También podréis leer pronto nuestro análisis sin spoilers de la quinta temporada. Mientras tanto, hagamos memoria:

Primera y segunda temporada

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House of Cards fue la primera apuesta en firme de Netflix para lanzar su formato de producción: sin piloto, dinero suficiente para filmar del tirón una serie con libertad creativa y aspecto cinematográfico, publicada de una sola vez en la plataforma para que el espectador fuera libre de hacer un maratón frente al ordenador que le dejara ciego y aturdido o para racionarse él mismo los episodios como considerara oportuno. Puede que reduzca el impacto al perder el matiz de dejar posar un capítulo mientras esperamos el siguiente, pero era un modelo que presentaba infinidad de posibilidades a la industria para acabar de convertirse en un modelo de consumo al gusto de los espectadores. El impulso lo daban ser nueva adaptación (la BBC ya había hecho una casi dos décadas antes) de la novela homónima de reconocido prestigio y fichar a talentos creativos de la industria del Cine para dar empaque a la serie.

David Fincher presentaba esta apuesta actuando como productor, pero también marcando el tono y estilo que seguiría sin él dirigiendo los dos primeros episodios, al estilo de muchos directores americanos que deciden impulsar series acordes a su gusto cinematográfico (como fue el caso de Broadwalk Empire con Martin Scorsese al frente). Es evidente que es una serie muy al gusto del director de Se7en y Zodiac, que trata a personajes despiadados y calculadores en un entorno hostil y oscuro, con inspiración real pero convenientemente ficcionado. Así que tiene bastante también de Aaron Sorkin, uno de los mejores guionistas de la actualidad y colaborador de Fincher en La red social. ¿Por qué digo esto?

Obviamente, no es por el tono: Sorkin ya había participado en la escritura de su propia ficción política con la mítica El ala oeste de la Casa Blanca, y el estilo era diametralmente opuesto (políticos bienintencionados y honrados llevando la responsabilidad del timón de Presidencia). Lo digo, entonces, por el uso de la ficción: Sorkin disfruta ficcionando a personajes reales para poder dar una imagen veraz de ellos a través de hechos totalmente inventados. Así, en la citada La red social retrata a Zuckerberg, fundador de Facebook, a través de una historia pseudo biopic que poco tiene de parecido con la realidad. Pero consigue transmitir lo que Sorkin tiene que decir acerca de la paradoja de que el fundador de la mayor red social es una criatura terriblemente asocial; es, por tanto, alegoría perfecta de un mundo conectado que en el fondo está aislado. Una sociedad vacía, tímida y con problemas para relacionarse escondida tras una conexión a internet que falsea su cara real. Y eso es precisamente el Cine: narrar arquetipos humanos muy reales a través de historias ficticias que actúen como vehículo.

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Y eso se proponía —repito, proponía— la primera y segunda temporada del remake/readaptación americana de House of Cards: ser espejo de la despiadada visión de la alta política que tienen sus creadores. A diferencia de la británica, adaptación más fiel de la misma novela de Dobbs (que mencionaré más adelante), la serie protagonizada por Kevin Spacey comenzaba siendo un relato oscuro sobre las cloacas políticas de Washington DC y terminaba a la deriva, cayendo en una fantasía que rompía su propósito de alegoría política veraz para convertirse en un culebrón político interesante pero carente de suficiente fuerza. Fincher había conseguido imprimir carácter y personalidad a los personajes, y hacer del escenario de la serie un entorno que se presentaba peligroso; un mundo con reglas no escritas en las que sus dos protagonistas (aunque al principio relegaban Claire a un papel más pequeño, que ya iría cobrando fuerza después) tenían que sobrevivir a toda costa en su escalada hacia el poder.

Pero la gracia de la escalada estaba en dos factores: la maldad y violencia intrínsecas a la pareja protagonista, y la pseudoveracidad del mundo político que habitaban. ¿Por qué? Porque nos gusta creernos que es real, principalmente porque disfrutamos asustándonos con esa idea. Al igual que los Coen jugueteaban en Fargo con la sensación diferente que creaba en nosotros como audiencia insertar el título de “historia real” en una película totalmente ficticia. Y porque, citando a mi compañero Raúl:

Nos gusta tanto de modo instintivo una buena ficción que podemos confundirla, si está muy bien hecha, con la realidad que vivimos. Así uno se encuentra gente que cree que sabe de política del mundo real poniendo ejemplos de cosas que ha visto en “House of Cards” o gente que sentencia sobre la psicopatía por haberse visto “El silencio de los corderos”.

Nos quedaba un buen apartado visual y sonoro, que irían mejorando aún más en las siguientes temporadas para regalarnos una de las series con mejor factura técnica de la parrilla televisiva. Pero que carecía de imaginación para aprovechar del todo estos recursos: la dirección era a menudo plana, carente de emoción, poco dada a aprovechar situaciones que favorecieran reforzar con la imagen las ideas que se presentaban mayormente verbalizadas, algo profundamente anticinematográfico.

Tercera y cuarta temporada

El punto fuerte de la serie, el guion, acabó de pulirse en estas dos temporadas siguientes. Se dio más importancia a los personajes, dándoles profundidad y arcos amplios de desarrollo. Se dio carpetazo a subtramas innecesarias y que actuaban como relleno efectista (la trama de Barnes y la de la posterior investigación de Goodwin habían sido demasiado extensas para lo repetitivo y poco original que era su propuesta). Claire Underwood cobró más protagonismo y se reforzó por tanto el núcleo duro de la serie: la pareja protagonista. Las interpretaciones de Spacey y Wright, a medio camino entre la teatralización (en el buen sentido de la palabra) y la fuerza gestual y verbal, son parte imprescindible de la calidad de la serie. Así que con guiones más sólidos y manteniendo la buena interpretación, el remate final de dar más profundidad (tímidamente) a la dirección y un mejor uso de la fotografía (menos basado en impresionar con la imagen y aprovechando los matices para crear situación y contexto dramático) hicieron de la tercera y cuarta temporada una apuesta en fuerte de calidad televisiva cada vez más cinematográfica.

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Sin embargo, algunos asuntos daban al traste con la coherencia interna de la ficción. Por una parte, se había pasado de una frenética serie a modo de culebrón político que sucedía inverosímiles planes sin cesar a una serie más calmada, más centrada en sus personajes. En parte, se justifica por la menor movilidad que tenía Frank como presidente (él mismo menciona estar más atado que como líder del grupo en el congreso). En todo caso, este cambio se agradece pero parece girar el tono de la serie. No es un caso extraño al medio, en todo caso: ya la brillante Breaking Bad había mostrado que Gilligan no pudo madurar la idea y consolidar un estilo hasta su segunda temporada. Por otro lado, Wiilimon (que deja el barco para la siguiente temporada, agotado su rol de showrunner) decidía cambiar también rasgos del estilo de la serie. Por ejemplo, la desaprovechadísima ruptura de la cuarta pared con que Underwood se dirigía a nosotros, espectadores. Profundizaré en esto porque es una de las claves de las dos visiones sobre el libro de Dobbs.

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En la serie de la BBC, menos retorcida y más directa, la trama es menos amplia para aumentar su efecto sobre la audiencia. El protagonista, un político británico que al igual que Underwood decide cobrarse venganza por una traición política, juega con nosotros como espectadores. La ruptura de la cuarta pared se usa para establecer un diálogo constante con quien ve la serie, para conectar con nosotros y hacernos partícipes de la trampa. Entramos en el juego de su protagonista, seguimos sus pasos y de alguna manera consigue hacernos cómplices. Y cuando vemos la maldad de todo lo que ha hecho, en cierta medida nos sentimos culpables. Es también una maldad elegante pero menos dura que la americana; al fin y al cabo, hablamos de una serie británica de los 90. Bien, pues la forma de dirigirse al público del personaje de Spacey es mayormente para reforzar la imagen del protagonista. Nos hace alguna que otra confesión, nos explica cosas que no entendemos o que asume que no conocemos, hace alguna broma ácida y ya está. Es un uso intermitente, a menudo olvidado durante muchos episodios, desaprovechado y mal planificado. Olvidable. Aún así, regala buenos momentos por separado.

Así que la tercera y cuarta temporadas mejoraban la propuesta sin acabar de redondearla. Había momentos con más fuerza visual, giros coherentes y menos artificiosos, y momentos brillantes. El atentado contra Underwood y la trama posterior de la donación de órganos permite profundizar en la personalidad fascinante del que personalmente es mi personaje favorito de la serie: Doug Stamper. El parecido fonético de su nombre con la palabra “perro” (en inglés) no es casualidad: es un hombre de personalidad débil, con problemas (alcohólico, asocial) que canaliza toda su frustración en ser servil a Underwood, que actúa como amo despiadado y manipulador por el que Doug valora dar su propia vida. Y todas estas nuevas aperturas dramáticas eran reforzadas por una banda sonora exquisita, una de las mejores composiciones para televisión que hemos tenido la oportunidad de ver recientemente.

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La campaña de las primarias y posteriores elecciones es fascinante, pero para seguimiento realista del proceso electoral estadounidense ya tenemos The Wire (¿qué no nos desgrana esta serie?). La subtrama de la madre de Claire aporta sensibilidad dramática y humana y matices a sus personajes, el personaje de Conway es un adversario político muy bien trazado y carismático y la trama del escritor David Yates es fantástica y conmoved… Vale, no. Lo reconozco. La subtrama de Yates me parece un coñazo prescindible y sensiblero. Pero en conjunto, son dos temporadas sólidas y con buenos momentos, que refuerzan la idea original de la serie asumiendo la condición de ficción no realista pero sin dejar de lado cierto intento de verosimilitud con referencias a la actualidad sociopolítica (el America Works de Obam…digo, de Underwood, o el ICO que es explícita metáfora del Estado Islámico, de la que se hace un uso que Trump aprobaría: es la administración la que crea al engendro). Así que, personalmente, voy cargado de expectativas para la quinta entrega de la serie. Estará a la altura, de eso estoy seguro: House of Cards dista mucho de ser una serie perfecta, pero es una ficción madura, con estilo y con buenas ideas. Mucho tiene que ir mal para que el tren descarrile.

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2 COMENTARIOS

  1. Saludos PGA. No puedo opinar mucho acerca de esta serie, ya que en su dia visione solamente los 2 primeros capítulos y honestamente, me parecio una serie muy pretenciosa,pedante,absurda y sobretodo arrogante. Es una de estas series que pretenden ser o aparentar mas inteligentes de lo que realmente son. Todo me parecio tremendamente artificial y poco creible. Si quieren ver una serie que trata la corrupción política de una forma realmente realista vean 1992 serie italiana del 2015 pero esta House of cards no es mas satira cool y bobalicona. Un abrazo compañero y discúlpame en las formas, se que hay muchos fans de esta serie y me alegro y para ellos van mis respetos pero yo la verdad no la soporte.

  2. Hola, Solidus. Gracias por pasarte a dar tu opinión. Aunque mayormente no esté de acuerdo, porque yo he disfrutado de la serie, tienes razón en varias de las cosas que dices. Efectivamente su tono es artificial, lo comento en el propio análisis; aciertas al llamarla sátira porque a menudo es en lo que se convierte. Por eso es una ficción política que puede agradar según gustos. Arrogante es, como sus protagonistas, así que este apartado me parece acertado aunque sea peligroso si, como dices, no es capaz de estar a la altura y ser menos inteligente de lo que juega a ser.

    En todo caso, debo decirte que la tercera y cuarta temporadas, y la quinta también, merecen más la pena que las dos primeras: saben jugar sus cartas y son conscientes del tipo de serie que es. Me apunto 1992, no la he visto pero suena interesante.

    Saludos.

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