Hay quien dijo en su momento que, muerto el cine mudo, el Séptimo Arte había perdido su esencia. Más allá de la cantidad de actores defenestrados por esta innovación técnica, parece que no este escándalo no tiene fundamento: el celuloide continúa con vida, y no es probable que vayamos a enterrarlo pronto. Sin embargo, sería injusto no admitir que la ausencia de diálogos en series y películas puede ser un recurso creativo muy interesante cuando se lleva a cabo de forma correcta. El artista, película algo olvidada pero que encandiló a medio mundo cuando se estrenó, adoptó las formas del cine mudo para contar una historia metaficcional que no habría resultado tan destacable de otro modo.
Genndy Tartakovsky, uno de los creadores más prestigiosos en el campo de la animación, ha ido prescindiendo del diálogo conforme avanzaba su carrera. En la nostálgica El laboratorio de Dexter utilizó los intercambios sardónicos de pullas entre el pequeño genio y su hermana para provocar la risa. En Samurai Jack, combinó diálogos impactantes o humorísticos con largas y bellas secuencias mudas que parecían haber sido filmadas para una película japonesa de espadachines. En Star Wars: Las Guerras Clon, predecesora de la serie del mismo nombre, le aportó a las precuelas de la galáctica saga de George Lucas aquella solemnidad que les faltaba, gracias a unas escenas de acción apabullantes y a unos silencios muy bien escogidos.
Ahora, tras darle su epílogo necesario a la cancelada Samurai Jack, vuelve a desatar su energía creativa con Primal, una serie de Adult Swim situada en un período indeterminado y fantástico, mezcolanza fascinante entre la prehistoria y el Jurásico de nuestro mundo, una época ficticia en la que los primeros hombres y los dinosaurios conviven en una batalla constante por encontrar alimento. Al igual que en sus trabajos anteriores, este genio del dibujo animado utiliza la parquedad de diálogos (esta vez, su ausencia completa) para contar una historia frenética de gran impacto visual.
Una alianza necesaria
Los protagonistas de esta aventura son Lanza y Colmillo, pero esos nombres no se pronuncian ni una sola vez a lo largo de los cinco capítulos estrenados hasta el momento. El primero es un homínido cavernícola, mientras que la segunda es una dinosaurio de un tamaño imponente. En principio, deberían haber sido enemigos, pero una desgracia les une: otro gigantesco saurio acaba devorando no solo a las crías de Colmillo, sino a la familia del hombre. Los dos llevan a cabo su venganza contra la bestia, tras lo cual acaban convertidos en compañeros inseparables, que se ayudarán al uno al otro con el objetivo de sobrevivir al peligroso entorno que les rodea.
Durante el resto de la serie, contemplamos cómo surgen las diferencias y las reconciliaciones entre ellos, cómo aprenden a aceptarse el uno al otro y cómo se enfrentan a los peligros que pueblan esta familiar pero extraña Tierra donde suceden sus aventuras. Los capítulos son autoconclusivos: la serie prefiere, de momento, centrarse en sangrientos exponentes de slice of life cargados de acción, en los que aprendemos cuánto vale la vida en este planeta. Por supuesto, no demasiado, y Tartakovsky y su equipo encuentran desagradables formas de recordárnoslo en cada nueva entrega.
Primal
El título lo dice todo: primitivo. Y así es esta serie. Primitiva, primaria, visceral, salvaje, sin relleno innecesario ni líneas de diálogo artificiales. La trama se transmite a través de imágenes y de efectos de sonido muy bien escogidos, de pisadas y de gruñidos y, sobre todo, de esa preciosa animación 2-D que, por desgracia, es cada vez menos frecuente encontrar. Esta decisión artística de renunciar a los efectos generados por ordenador nos traslada a un mundo irreal, por lo que no cabe preguntarse cómo pueden convivir estos gigantescos reptiles y nuestros antepasados más directos. El dinamismo artesanal de la animación tradicional favorece a una acción que quita el aliento, y hace que los momentos de calma antes de la tormenta se degusten con ansiedad, sabiendo que no van a durar mucho. Cuando la inevitable violencia hace acto de presencia, los creadores de esta serie no tienen reparos a la hora de mostrar huesos crujiendo o cadáveres mutilados de maneras horribles. Es la ley de la selva, y no se podría haber reflejado mejor.
A pesar de la escala épica de los combates y de los gigantescos monstruos que aparecen, Primal no es una gran epopeya con un objetivo concreto. No hay un villano, no hay un conflicto moral. Las bestias a las que se enfrentan nuestros protagonistas quieren lo mismo que ellos, comer. Así, Tartakovsky consigue trazar una historia sorprendentemente simple, que plasma sin tapujos ni condenas moralistas el enfrentamiento más anciano de la realidad y de la ficción: el de cazadores y cazados. Y, sin embargo, queda todavía espacio para una madre cuidando de su cría, o para el llanto que sigue a la pérdida.
Conclusión
Primal bebe de clásicos literarios como El libro de la selva y de joyas cinematográficas como Bambi, esta vez desde la perspectiva del cazador. Además, su premisa se asemeja sospechosamente a las aventuras del Dinosaurio Diabólico, una serie de cómics que el genial Jack Kirby realizó para Marvel durante los años setenta. Sin embargo, consigue mantener una identidad propia gracias a su estética salvaje y a una violencia que nunca sobrepasa las fronteras del buen gusto pero que podría resultar desagradable para los amantes de los animales. Se trata de un soberbio cuadro de costumbres de una época que nunca pudo existir, pero que nos recuerda que, pese a la cómoda burbuja en la que vivimos, seguimos siendo solo un animal más. Esperamos con ansiedad los otros cinco capítulos de Primal, que podrían terminar de establecerla como una brutal obra maestra dentro de esta era de oro de la animación.