Hay obras que hablan por sí mismas. Hoy en día abundan trabajos buenos, incluso muy buenos, pero no nos damos cuenta de la magia del arte hasta que nos topamos con algo que respira a su propia cadencia, que se mueve a otro ritmo y que te habla con una voz sincera y honesta. Siempre habrá grandes músicos que beban de David Bowie, que produzcan buena música y contribuyan a enriquecer el panorama musical, pero cuando canta Bowie, otro mundo se abre. Este (probablemente) cutre ejemplo, creo que ilustra el poder de esa rara avis que son las voces que necesitan del arte como vehículo para expresar un pensamiento, una vivencia o tan solo un sentimiento, pero siempre con autenticidad. Moonshadow, salvando las distancias, creo que es para los cómics lo que Bowie fue para la música: una nota disonante pero cautivadora.
Viaje hacia el despertar
J.M. DeMatteis, como muchos otros en el noveno arte, se inició e instauró trabajando con superhéroes. Una temática que encontró en la viñeta el escaparate para demostrar el potencial atractivo y comunicativo que albergaban, pero que, a su vez, también limitaba en gran medida las posibilidades narrativas a la hora de contar historias –a pesar de que siempre existen maneras de innovar, todo género acarrea ciertas convenciones y expectativas difíciles de subvertir con éxito–. A pesar de su pasión por los héroes de los cómics, que le brindaron experiencia y confianza, DeMatteis no tardó en sentir el desgaste y estancamiento en sus trabajos, por lo que decidió embarcarse en un proyecto más personal y alejado del panorama medio del noveno arte. De todo este proceso, relatado en el prólogo de esta edición definitiva, surgió pues Moonshadow.
En una fantasía no tan lejana, un niño llamado Moonshadow experimenta las crudezas de una extraña realidad que darán inicio hacia su viaje al despertar. Es complejo definir la historia de este cómic, pues es una extraña amalgama de conceptos y obras que confluyen, contra todo pronóstico, armoniosamente. Pero, más allá de cualquier argumento, Moonshadow es una oda a la literatura, a la fantasía, a la ficción, al ser humano. Quizás pueda parecer algo pretencioso pero nada más lejos de la realidad. Aunque no nos guste siempre reconocerlo, somos tan solo animales perdidos en un vasto universo en busca de sentido, y de esa búsqueda trata el cómic, ese es el viaje hacia el despertar.
Fantasía existencial
En el particular universo en el que habita Moonshadow, lugar en el que planetas y formas de vida surrealistas dan pie a toda clase de sinsentidos, hay una fuerza que reina por encima del resto: Los G’L-Doses. Pero, separándose de la interpretación clásica y religiosa, esta suerte de dioses solo se caracterizan por la arbitrariedad. Tanto pueden provocar masacres a gran escala, como curar enfermedades. Esta graciosa y aparentemente banal decisión, es la encarnación del principal conflicto en Moonshadow: La falta de sentido.
¿Qué mejor representación de la angustia existencial que vivir en un mundo en el que las fuerzas más poderosas obran por puro capricho, ajenos a patrones y motivaciones? Nuestro protagonista, de madre humana hippie con tendencias depresivas y padre ausente al ser éste uno de los G’L-Doses, es el epicentro y catalizador de esta angustia existencial. Habiéndose criado entre los clásicos de la literatura, el pequeño Moonshadow tan solo conoce los ideales literarios de ficción y fantasía, lo que le someterá a toda una serie de choques con la realidad, creando una de las principales características que hacen de este cómic especial: La subversión de las expectativas.
Siendo Muth y DeMatteis conscientes de las claves de género que lleva consigo la fantasía, los autores instauran toda una serie de elementos familiares como grandes tiranos, épicas batallas por la libertad, romances imposibles, aliados desagradables con el héroe pero de los que se espera una eterna amistad… y la lista sigue, pero aquí su rol no es el de siempre. Nosotros, al igual que Moonshadow, somos conscientes de cómo funcionan estas cosas en los libros y esperamos determinadas moralejas, pero rara vez funciona así en la realidad. Lejos de los ideales tradicionales, nuestro mundo es uno corrupto, egoísta y, en última instancia, caprichoso. Por mucho que aquí estemos en un rocambolesco universo, estos patrones se repiten, haciendo que el pequeño Moonshadow –una suerte de Don Quijote– no pare de chocarse contra el infranqueable muro de la decepción y la indiferencia, encontrándose a cada paso un nuevo abismo que cuestiona ya no solo el código moral vigente, sino su propósito en esta vida.
Más allá del cómic
En varias ocasiones he mencionado ya que Moonshadow va más allá del cómic, y en parte esto se debe a la historia narrada y a las numerosas rupturas con las expectativas –que no per se con las convenciones de género– pero quizás la mayor evidencia de esto se pueda encontrar en el mismo estilo visual desarrollado por Jon J. Muth, haciendo de este cómic el primero de Estados Unidos en estar pintado íntegramente como pequeños cuadros en lugar de la imperante cuatricromía. Una técnica única en el momento, que complementó a la perfección la melancólica pero surrealista trama de Moonshadow, empleando siempre fríos colores que otorgan a un universo lleno de vida extravagante, un cariz inexplicablemente triste.
Temiendo repetirme más de lo que ya he hecho, me limitaré a decir que Moonshadow merece ser clasificado como un clásico del cómic con todas las de la ley. Aunque pueda pecar de melodramática en algún pasaje o –como dentro de la misma obra adelanta su autor– pretenciosa, la voz en la que flota la historia es honesta, fantástica pero real, cálida pero sumamente deprimente. Como Bowie hizo a su manera, Moonshadow nos habla entre notas disonantes. Son notas que conocemos y con las que creemos estar familiarizados o saber hacia dónde van, pero la manera en la que se entonan es… distinta.
Si os pica la curiosidad y os apetece descubrir el viaje hacia el despertar del pequeño Moonshadow, Panini sacó una preciosa edición definitiva con comentarios de los autores y la obra de Moonshadow al completo.