En nuestro retro-análisis de hoy, revisionamos Christine, filme de 1983 que representó la única oportunidad en que un maestro del terror indiscutido como Stephen King fue llevado a la pantalla por otro como John Carpenter.
Que lo que nos aterra nos fascina es una verdad más vieja que el psicoanálisis y si no fuera así, no existirían las montañas rusas, el sadomasoquismo o el género de terror. Christine, película de 1983 dirigida por John Carpenter y basada en una novela para ese entonces recién salida del horno de Stephen King es una cabal demostración de ello: celebra el amor y culto por los autos antiguos a la vez que los muestra, particularmente a uno, tan aterrador como el peor espectro o demonio.
Esa mezcla de devoción y terror por los autos tiene muchos ejemplos en la literatura de King e incluso alguno en su propia vida. En sus historias son frecuentes los accidentes de tránsito y basta con recordar La Zona Muerta, Cementerio de Animales o Misery, por nombrar algunas. Y en su vida personal, el propio escritor fue en 1999 víctima de uno del que se salvó por milagro e incluso después compró el vehículo que lo había atropellado solo para hacerlo compactar, final muy parecido al del filme que hoy nos ocupa.
Una Dupla Poderosa
Aunque parezca mentira, Christine fue la única adaptación de King dirigida por Carpenter: cuesta creer que tamaños maestros del terror no se hubieran encontrado antes ni lo hayan vuelto a hacer después. Si están pensando en La Niebla (1980), conviene aclarar que esa película de Carpenter no guarda relación alguna con la novela de King que conocemos en español con idéntico título (en inglés original son respectivamente The Fog y The Mist) y que ha tenido sus propias adaptaciones al cine y al medio televisivo, pero ninguna a cargo de Carpenter.
También es bueno recordar que el director estuvo al principio involucrado en la adaptación de Ojos de Fuego que, con Drew Barrymore como protagonista, vería la luz en 1984, pero problemas financieros de la productora hicieron imposible pagarle y se acabó optando por Mark L. Lester, quien finalmente la dirigió. Ello hizo que Carpenter estuviera disponible al momento de ser convocado por el productor Richard Kobritz, quien sí tenía experiencia con King por haber dirigido El Misterio de Salem´s Lot, miniserie televisiva de 1979 que adaptaba la novela publicada en España con idéntico título.
De hecho y a pesar de que luego valoró tanto la experiencia como la película, Carpenter ha destacado en más de una oportunidad que Christine fue más un trabajo que tomó que un proyecto propio, algo muy semejante a lo que ese mismo año hizo David Cronenberg con La Zona Muerta (aquí retro-análisis).
En realidad fue Kobritz quien quedó encantado con el manuscrito que King le hiciera llegar incluso antes de su publicación (la cual, por cierto, acabaría teniendo lugar solo ocho meses antes del estreno del filme). Lo paradójico fue que, de igual modo que Cronenberg con la suya, Carpenter dotó a su película de un tono claramente propio, siendo su sello personal altamente reconocible tanto en la narrativa como en la estética y en la música.
La Historia
La película comienza en una fábrica de autos de los años cincuenta en donde se está ensamblando un Plymouth Fury último modelo (King no pudo haber elegido un modelo con mejor nombre). Pero ya se advierte que hay algo extraño con el auto: daña con el capó la mano de un operario y asesina a otro asfixiándolo con monóxido de carbono en el interior del habitáculo.
De allí nos trasladamos a fines de lo setenta y conocemos a Arnie (Keith Gordon), un clásico loser de colegio secundario al que nada le sale bien: tiene una complicada relación con sus padres, es ignorado por las chicas y sufre permanente bullying de parte de los matones de la escuela.
Su vida cambia cuando en una vivienda de las afueras ve un maltrecho auto en venta y no es otro que el Plymouth Fury 1958 que nos mostraran al principio. A pesar de que su amigo Dennis (John Stockwell) intente disuadirlo, Arnie acaba comprándolo por doscientos cincuenta dólares a un hombre al cual el vehículo le había quedado de su hermano fallecido y que, al parecer, siente alivio de sacárselo de encima.
Los padres no le permiten a Arnie tener el auto en casa, por lo que termina negociando con el propietario de una chatarrerra local ofreciéndole a cambio su trabajo. Una vez allí, se dedica a restaurar el auto hasta ponerlo a nuevo y de pronto su personalidad es otra. Ahora, Arnie es exitoso y seguro; hasta consigue cita con Leigh (Alexandra Paul), la chica nueva que anda rompiendo corazones en el colegio.
Pero el auto se comporta de modo extraño. La radio se enciende sola y únicamente reproduce música de rock n´roll o rhythm and blues de los años cincuenta, pero además el vehículo parece tener vida propia y actuar, según las circunstancias, de modo celoso, posesivo o vengativo. Si con eso no bastara, también es capaz de repararse a sí mismo cuando con mala intención alguien lo daña y, haciendo honor a su nombre, puede mostrar mucha, pero mucha furia en la venganza…
Además, se advierte una simbiosis cada vez más fuerte con su dueño Arnie, lo cual hace que el auto acabe siendo un peligro no solo para sus enemigos sino también para sus amigos, sobre todo en la medida en que estos pretendan hacerle entender que el auto lo está dominando y consumiendo…
El Verdadero Protagonista
Aun cuando, como dijimos al principio, Carpenter haya tomado esta película por encargo, durante su hora y cincuenta minutos de metraje demuestra claramente por qué es Carpenter.
No es que no hubiera antes películas de autos poseídos o con vida propia, siendo el antecedente más cercano The Car (Elliot Silverstein, 1977), destrozada por la crítica pero exitosa en taquilla y en la cual un Lincoln Continental andaba asesinando gente sin nadie al volante. También recuerdo un episodio de esa gloriosa serie que fue The Twilight Zone, en el cual un Ford Fairlane cobraba vida y se volvía contra un empresario que se había dado a a la huida tras atropellar a un niño.
Pero lo que Carpenter consigue es otra cosa: logra que veamos al auto como una criatura que nos aterra pero de la cual no podemos apartar la vista. Las tomas que hace del mismo, sublimadas por la fotografía de Donald Morgan, son casi el equivalente de las que Roger Vadim hiciera de Brigitte Bardot o David Lynch de Laura Dern: enamoramiento puro. Y no es tan delirante la analogía femenina: su comportamiento, por momentos, hace acordar a una adolescente caprichosa teniendo una rabieta de celos y no en vano Leigh dice sentir que “es una chica…”
Pero además, representa para Arnie todo lo que él no puede ser. No olvidemos que los autos han sido asociados muchas veces a una sensación de “falsa libertad” al crearnos la idea (ilusoria por cierto) de que, a diferencia de los trenes, pueden ir por donde les plazca.
También han sido vistos como signos de poder (Roland Barthes los consideraba el equivalente de las catedrales góticas) y expresión de individualismo ya que (una vez más a diferencia del tren) permiten incluso viajar en soledad y, si se quiere, con vidrios polarizados y música a todo volumen para perder todo contacto con el mundo circundante. Para Arnie, un perdedor nato, Christine es exactamente eso: sensación de libertad, símbolo de poder y afirmación individual.
Pero cuando uno piensa en una película de terror basada en un auto, lo primero que a priori nos viene a la cabeza es que el margen para el susto es muy acotado. El propio Carpenter declaró que en un primer momento no había encontrado a la novela demasiado aterradora y la verdad es que no se nos ocurren muchos modos en que un auto pueda matar a alguien más que atropellando o embistiendo. Sin embargo, hay que ver el filme para comprobar cuántas formas diferentes puede haber de hacerlo.
Las escenas en las que Christine acecha a sus víctimas, sobre todo hacia la segunda mitad del filme, son verdaderamente antológicas y hay dos que se destacan: una es cuando persigue a uno de los matones del colegio en un callejón más estrecho que el auto, pero aun así se las arregla para abrirse camino, y la otra es el duelo final contra una topadora, de algún modo premonitorio de Maximum Overdrive (1986), fallida experiencia de Stephen King como director algunos años después.
Además, y como ocurre con el personaje de Carrie, Christine nos despierta en algún punto empatía y hasta simpatía cuando se ensaña con los imbéciles que hacen la vida imposible a Arnie, pero no tanto cuando se lo toma con Dennis o Leigh, de quienes interpreta que quieren apartarlo de “ella”.
Un Sólido y Juvenil Elenco
Aun cuando el Plymouth Fury sea el verdadero protagonista, las actuaciones ayudan mucho al resultado final y, como tantas veces suele ocurrir, la mayor parte del elenco no formaba parte de los nombres que se barajaron en primer lugar…
En Columbia Pictures querían para el papel de Arnie a Kevin Bacon y para el de Leigh a Brooke Shields, que venía de un exitazo en taquilla con El Lago Azul (1980), pero él decidió firmar para hacer Footloose y ella Aventuras en el Sahara. La decisión de él no puede cuestionarse porque el filme de Herbert Ross significaría el despegue absoluto de su carrera; la de ella fue más bien desafortunada porque su película fue un estrepitoso fracaso en taquilla.
De todas formas, también es cierto que el propio Carpenter nunca gustó demasiado de la idea de convocarlos: prefería actores más desconocidos para que no quitaran protagonismo al auto que era, de hecho, la gran estrella del filme. Y esa sí que fue una acertada decisión, además de que Keith Gordon está magnífico en un papel que requiere cambios en su carácter a medida que aumenta la simbiosis con el auto y lo mismo John Stockwell en el de ese amigo que quiere salvar a Arnie de la debacle. Alexandra Paul, por su parte, cumple bien y con el tiempo se convertirá en chica Baywatch.
Y no hay que olvidar que por detrás había algunos secundarios dignos de destacar (o terciarios si nos atenemos a eso de que el principal protagonista es el auto). Es el caso del siempre formidable Harry Dean Stanton encarnando al detective Jenkins y de una Kelly Preston que recién empezaba a despuntar, pero sería pronto parte del llamado “brat pack” de los ochenta (irónicamente, venía de perder años atrás ante Brooke Shields en el casting de El Lago Azul).
“Amo a mi elenco en esa película – ha dicho Carpenter -. Keith Gordon era fabuloso y Alexandra Paul… simplemente es una actriz estupenda. Y el gran Harry Dean Stanton estuvo allí… todo un personaje, realmente lo amaba…”
La Música
Párrafo aparte merece la banda sonora, que fue editada en doble formato: una con la música instrumental e incidental y otra con las canciones incluidas. La primera corría por cuenta del propio director en colaboración con Alan Howarth y hay que decir que, por mucho que se haya reconocido a Carpenter como director, nunca lo ha sido suficientemente como músico y es una gran injusticia, pues ha influido de manera decisiva sobre muchas de las posteriores bandas sonoras de terror o de suspenso.
Las partituras minimalistas de Carpenter son parte inseparable de filmes como Halloween (1978) o 1997: Rescate en Nueva York (1981). Christine (más cerca de la primera que de la segunda) no es por cierto la excepción, con sus secuencias rítmicas que, hipnóticas y machacantes, suenan como mezcla de acería, latido y metrónomo mientras los sintetizadores dibujan por encima sugerentes climas con unas pocas y repetitivas notas. Es increíble lo que logra con tan poco…
En cuanto a las canciones, el álbum que las contenía incluyó solo las que suenan en la radio del auto que, obviamente, responden a estrellas de los cincuenta como Buddy Holly, Little Richard o Larry Williams, aunque el tema principal, a cargo de George Thorogood, es mucho más reciente, ya que Bad to the Bone (para esta altura clásico indiscutido con su estribillo maravillosamente tartamudeado) acababa de ser lanzado en 1982, más allá de que suene blusero, retro y alejado del mainstream de la década.
El álbum no incluye, en cambio, algunas canciones que en el filme suenan en radios de otros autos y que están a cargo de Rolling Stones, ABBA o Bonnie Raitt por ejemplo.
Balance Final
He visto Christine poco después de su estreno y lo he vuelto a hacer hace muy poco. Mientras que aquella vez la vi como una simple película pasatista que se olvidaba pronto, esta vez le he encontrado montones de lecturas que a mis dieciocho años se me escapaban. Toda la cuestión en cuanto a la simbiosis “auto-Arnie” está muy bien llevada, lo mismo que la analogía “auto-chica”. Y no importa demasiado, porque no hace a la sustancia de la película, que el origen de la maldición o la posesión del auto quede algo difuso (increíble que a nadie se le haya ocurrido aprovechar eso para rodar Christine: El Origen o algo por el estilo).
Hemos dicho antes que Carpenter la valoró con el tiempo, pero no ocurrió lo mismo con King, quien todavía en 2003 la definía como “aburrida”, aclarando que para él eso es peor que decir mala. Ojo: el genio de Maine dijo prácticamente lo mismo de una joya cinematográfica como El Resplandor y en parte se entiende. En toda adaptación, el escritor va ser siempre quien la afronte con su idea original en mente y, como tal, difícilmente salga complacido si ha sufrido un proceso de transformación hasta llegar a la pantalla.
De todas formas, que quede claro: Christine no es El Resplandor. Tampoco es la mejor película de terror que se haya hecho ni tan siquiera la mejor de Carpenter o la mejor adaptación de Stephen King. Y, sin embargo, sale bien parada en los tres ítems y ello ha ayudado a que al día de hoy sea vista como clásico de culto. Es un filme que se disfruta y más aún si eres amante de los autos antiguos, pues las tomas son las que precisamente haría un fan de los mismos (aunque también te va doler la cantidad de Plymouth destruidos durante el rodaje).
Por cierto, se está preparando por estos días una nueva adaptación (soy de los que se niegan a decir “remake” cuando se trata de reversionar una misma novela), la cual está producida por Blumhouse y dirigida por Bryan Fuller (Hannibal). Lejos de mostrarse recelosos ante ello, tanto John Carpenter como Keith Gordon se manifestaron optimistas. “Probablemente será mejor”, expresó el director, mientras que el actor, en consonancia con sus palabras, dijo no hallar problema alguno en que la historia sea versionada nuevamente: “podría contarse de otra manera y no ser un insulto a la original”.
En fin, veremos qué tal sale cuando llegue la hora del estreno. De momento, Christine, la de 1983, es una película que ha ganado puntos con los años y que si bien no caben dudas de que, como hemos dicho, no es la mejor adaptación de Stephen King, tampoco las caben de que integra la lista de las buenas que, por cierto, no han sido mayoría.
Hasta la próxima y sean felices…