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Adiós a Roger Corman, maestro indiscutido del terror gótico y el cine B

A los 98 años nos dejó Roger Corman, quien tanto en su faceta de director como de productor y con cientos de películas en su haber, ocupa un lugar destacado en la cinematografía mundial como uno de los realizadores más influyentes, además de ser referencia ineludible para el cine de bajo presupuesto.

Cómo hice cien películas en Hollywood y nunca perdí un centavo” es el título de la autobiografía que, publicada en 1990 por Roger Corman, le define en cuerpo y alma en su condición de realizador influyente como pocos. Había nacido en Detroit un 5 de abril de 1926, pero se crió en Beverly Hills, aunque “no en la parte adinerada” como siempre se encargó de aclarar.

La trayectoria de Roger Corman es un inmejorable ejemplo de comenzar desde abajo y vivir con la lógica de un sobreviviente por adverso que sea el contexto y exiguos los presupuestos. Formado en una educación católica, estudió ingeniería industrial en Stanford, carrera que debió interrumpir por su alistamiento en la Marina hacia finales de la Segunda Guerra Mundial, pero que retomaría luego para graduarse en 1947. Su faceta como ingeniero, no obstante, solo duró cuatro días ya que eso fue lo que tardó en darse cuenta que no era lo suyo y decirle a su jefe, según propias palabras, “he cometido un terrible error”.

Es que ya para ese entonces Roger se codeaba con el cine. Desde muy abajo, claro, pues comenzó trabajando en la mensajería de Fox y después como asistente del agente literario de la firma. Al parecer, y según dijo, aportó ideas para el western El Pistolero (Henry King, 1950), pero nunca fue acreditado. Distinto fue el caso del policial negro Highway Dragnet (Nathan Juran, 1954), por cuyo guion cobró doce mil dólares que utilizó para producir su primer largometraje: una monster movie titulada justamente El Monstruo del Océano (Wyott Ordung, 1954).

El éxito de la cinta, mayormente en salas especializadas y autocines, le animó a producir al año siguiente The Fast and the Furious (¿sabían que ese título fue inventado por él?), dirigida por Edward Sampson y John Ireland.

Y de allí a la dirección, pues ese mismo año se sentó a la silla para rodar Cinco Pistolas, western protagonizado por John Lund y Dorothy Malone, género que volvería a transitar en Mujer Apache (con Lloyd Bridges y Joan Taylor) para regresar a los monstruos produciendo La Bestia de un Millón de Ojos y dirigiendo El Día del Fin del Mundo, todo ello en 1955 y sin costar ninguna más de cien mil dólares, lo cual comenzaba a posicionarlo como rey del bajo presupuesto.

Sería no solo engorroso sino imposible hacer un repaso exhaustivo de todo cuanto haya hecho: el título de su autobiografía dice bastante al respecto y además excedería los objetivos de este artículo, pero digamos que en los años siguientes la ciencia ficción y el terror lo tuvieron entre sus realizadores predilectos, llegando su gran despegue en 1960 con La Pequeña Tienda de los Horrores (también conocida como La Tiendita del Horror), comedia de terror que incluía en su elenco a un joven Jack Nicholson que, por cierto y también con producción de Corman, había tenido su debut cinematográfico dos años antes en Grita Asesino (Jus Addiss,1958).

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Rodada con solo veintiocho mil dólares y reutilizando decorados de otra película, La Pequeña Tienda de los Horrores acabó convirtiéndose en clásico de culto con su combinación de comedia negra, parodia y humor judío al punto de dar lugar a una remake teatral en 1982 y posterior adaptación cinematográfica en 1986, ambas en formato musical.

Pero la década de los sesenta quedaría además indisolublemente ligada a sus adaptaciones de Edgar Allan Poe, que fueron ocho, todas en un lapso de cuatro años (1960-1964) y siete de ellas protagonizadas por Vincent Price, quien se convertiría en su actor fetiche y formaría con él un tándem cinematográfico que iba a quedar ligado a Poe de manera casi excluyente.

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De esa etapa gótica, merecen especial atención La Caída de la Casa Usher (1960), Historias de Terror (1962) y El Cuervo (1963), que cuenta con el mérito no solo de adaptar un poema con poco material para desarrollar una historia, sino también el de refundar la comedia de horror al echar mano de actores icónicos del género de miedo como Vincent Price, Boris Karloff o Peter Lorre, pero para hacer reír en lugar de asustar. Si quieren saber más, les remito al retro-análisis de un servidor.

En la segunda mitad de los sesenta se acentuó su tendencia a producir cine chatarra a razón de cinco o seis filmes por año y con mucha tendencia al exploitation e inclusive se dedicó a comprar y estrenar en Estados Unidos películas extranjeras que luego vampirizaba.

El caso más escandaloso posiblemente sea El Planeta de las Tormentas, filme de ciencia ficción soviético que, sin complejo alguno, recicló dos veces, una como Viaje al Planeta Prehistórico (1965) y otra, sumándole obviamente chicas, como Viaje al Planeta de las Mujeres Prehistóricas (1968), un asunto sobre el cual no me extiendo más porque será en algún momento objeto de retro-análisis o quizás reseña basura…

Ese mismo rumbo se mantuvo durante las décadas que siguieron, llegando al paroxismo con Carnosaurio (Adam Simon, 1993), película que salía a explotar el fenómeno Jurassic Park y que, sin vergüenza alguna, fue directamente estrenada en algunos países como Carnosaur Park. Lo curioso del asunto es que Corman siempre se las arregló para que ese descaro rayano en la falta de crepúsculos se convirtiera en una forma de arte con códigos propios y no pocos cultores, como los casos de Robert Rodriguez y Quentin Tarantino.

Y aunque se volvió más esporádico en ese aspecto, tampoco abandonó la dirección siendo una de sus últimas gemas la injustamente infravalorada La Resurrección de Frankenstein  (1990), protagonizada por John Hurt y basada en la excelente novela Frankenstein: Desencadenado de Brian W. Aldiss.

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Pero además fue gran mentor de actores y no solo del mencionado Jack Nicholson, sino que también estrellas como Robert De Niro, Ellen Burstyn, Peter Fonda o Bruce Dern dieron algunos de sus primeros pasos en filmes dirigidos por él. Y también mentor de directores, ya que nada menos que Martin Scorsese, Francis Ford Coppola, Jonathan Demme, Ron Howard o James Cameron hicieron algunas de sus primeras películas con producción suya.

A ello hay que agregar que su faceta de cinéfilo enamorado de las realizaciones europeas le llevó incluso a ser el responsable de que se estrenaran en Estados Unidos títulos como Gritos y Susurros (Ingmar Bergman, 1972), Amarcord (Federico Fellini, 1973) o El Tambor de Hojalata (Volker Schlöndorff, 1979). Casi nada. Muchos de los intelectuales savants que le denostaban por sus películas de bajo presupuesto deberían ser conscientes de que pudieron ver esas joyas en una sala de cine gracias a él.

Fue un acto de justicia, por lo tanto, que muchos de los directores por él promovidos le incluyeran en cameos o pequeños papeles en sus películas, apareciendo así en El Padrino: Parte II, Aullidos, El Silencio de los Corderos, Filadelfia o Apolo 13, entre otras. Como también fue justo que en 2009 recibiera un Oscar Honorífico por su vasta trayectoria y aportes al cine.

A los 98 años, Roger Corman encontró su final el pasado jueves en Santa Monica, California, pero la noticia de su deceso recién fue difundida ayer en un comunicado familiar. Con él se apaga una parte de la historia del cine y quizás de nuestras vidas, ya que, por lo menos en mi caso particular, sus adaptaciones de Poe me acompañaron desde la infancia y las vi una y mil veces en las sucesivas repeticiones televisivas.

Cuando algún tiempo atrás se le preguntó como le gustaría ser recordado, simplemente se limitó a responder: “Yo era un cineasta, solo eso”. Una vez más, casi nada. Y sus películas, que eran cien al momento de publicar su autobiografía, terminaron sumando cerca de trescientas. ¿Acaso habrá muchos que puedan acreditar semejante número?

Gracias por tanto, Roger, y nunca mejor dicho lo de “tanto”. Hasta siempre…

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Rodolfo Del Bene
Rodolfo Del Bene
Soy profesor de historia graduado en la Universidad Nacional de La Plata. Entusiasta del cine, los cómics, la literatura, las series, la ciencia ficción y demás cosas que ayuden a mantener mi cerebro lo suficientemente alienado y trastornado.
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