Apple TV+ ha estrenado hace algunos días la miniserie Franklin que, creada por Kirk Ellis y dirigida en sus ocho episodios por Tim Van Patten, recrea con un magnífico Michael Douglas los años en que Benjamin Franklin ofició en Francia como mediador diplomático a los fines de conseguir apoyo para la revolución americana. Vista ya la primera mitad de temporada, estas son nuestras impresiones…
A diferencia de lo que a primera vista podría parecer por el título, Franklin no es una biopic sobre la vida en sí de quien fuera uno de los padres fundadores de los Estados Unidos, sino sobre un segmento particular de la misma que se corresponde con los ocho años en que Benjamin Franklin ejerciera sus habilidades diplomáticas en Francia a la búsqueda de entablar alianza con la vetusta monarquía de Luis XVI. Ello queda bastante más claro en el título del libro original de Stacy Schiff en que se basa: “Una Gran Improvisación: Franklin, Francia y el Nacimiento de América”. Pero claro: demasiado descriptivo y largo para una miniserie…
En el abordaje de esa temática histórica se puede encontrar antecedente directo en John Adams, la serie de HBO que, emitida en 2008 y también creada por Kirk Ellis, abordara casi el mismo período y personajes con la salvedad de los roles cambiados, siendo en aquella oportunidad Adams (Paul Giamatti) el principal y Franklin (Tom Wilkinson) secundario.
Habiendo visto los cuatro primeros episodios de Franklin, podemos decir que esta miniserie de Apple tiene una enorme actuación de Michael Douglas, unas interesantes textura y fotografía, y un descomunal trabajo de escenografía, ambientación y maquillaje, pero en el resultado, por lo menos hasta aquí, se queda algo por debajo de su antecesora de HBO.
Tiene el indudable mérito de abordar una parte de la historia quizás menos conocida para el gran público, como lo es la de los juegos diplomáticos que se tejen por detrás de las guerras, algo parecido a lo que el filme El Instante más Oscuro (Joe Wright, 2017) hiciera con Winston Churchill y el trasfondo detrás de la batalla de Dunkerque.
Es que cuando uno piensa en el nacimiento de Estados Unidos le serán seguramente más conocidos los hechos de la América continental como el cruce del Delaware, la cabalgata de Paul Revere, la declaración de Filadelfia o la batalla de Saratoga. Pero lo que ocurre en el ámbito de la negociación y la intriga puede llegar a veces a ser igual de interesante aun cuando tenga menos épica.
La primera gran sorpresa que nos da Franklin es la de Michael Douglas en un papel de época, pues el más antiguo en el tiempo que le recuerdo (pido ayuda si hay algún otro que se me escapa) es el del cazador que interpretó en Los Demonios de la Noche (Stephen Hopkins, 1996) y que lo ubicaba en el África colonial de finales del siglo XIX y casi pisando el XX. Pero esta versión dieciochesca es una agradable novedad y hay que ver el magistral acercamiento que hace el veterano actor al personaje histórico no solo desde lo actoral sino también desde lo físico ya que, si el billete de cien dólares no miente, el parecido es realmente notable.
La historia se ubica poco después de la declaración de independencia americana y en un momento en el cual la guerra contra Gran Bretaña se le está complicando por todos lados a los insurgentes, tanto que está instalado el temor tangible a que el esfuerzo revolucionario se vaya al traste y Jorge III acabe recuperando el control sobre sus recientemente perdidas colonias de ultramar.
En ese contexto es que Franklin hace pie en Europa y especialmente en París o sus cercanías (Versalles, Sassy) para reunirse con políticos franceses como el ministro Vergennes (Thibault de Montalembert) o referentes de la alta burguesía comercial como Chaumont (Olivier Claverie) a los fines de convencerles de cuán importante es para Francia que Estados Unidos termine ganando la guerra o, mejor aún, que la odiada Inglaterra sea vencida.
En ese sentido, Franklin despliega una hábil red de conversaciones con la habilidad del estratega y jugador que ajedrez que es, tanto que la serie juega mucho a la analogía entre su accionar político y su desempeño en el tablero. Y ello hace, en la Francia del Ancien Régime, estallar contradicciones y conflictos bien latentes que tienen que ver con el panorama revolucionario que se está preparando en sombras para despojar del poder a la nobleza. A propósito, buen detalle que los franceses hablen entre sí en su idioma, lo cual ocurre bastante seguido y da credibilidad.
Si Francia apoya a los independentistas americanos, por ejemplo, está apoyando a una república en contra de una monarquía, lo cual quita sustento a sus propias bases ideológicas. Y lo mismo se hace extensivo a Estados Unidos, que se ha levantado contra un rey supuestamente tiránico pero a la vez busca apoyo en otro que no le anda muy lejos y quizás aún más recalcitrante. Pero en el terreno de la diplomacia, como sabemos, “el enemigo de mi enemigo es mi amigo” y a veces hay que colocarse una venda sobre los ojos para no ver a quién se le está dando la mano.
Franklin no está solo en esa misión: le secunda su nieto adolescente William Temple (Noah Jupe), siendo los diálogos entre ambos de lo mejor de la serie, tanto o más interesantes que los que se tejen en la diplomacia palaciega, pues aflora un conflicto interno familiar desde el momento en que el padre del muchacho está preso por traición contra la causa americana.
Y hasta el propio Benjamin está bajo la lupa, pues ha sido en su pasado ferviente admirador de Inglaterra y así lo ha expresado en sus escritos, algo recurrentemente sacado a luz a la hora de cuestionar su integridad moral como negociador, inclusive por los propios americanos desde el otro lado del Atlántico.
Las sospechas de traición cruzadas y las acusaciones de espionaje están a la orden del día y por momentos se hace difícil determinar para qué bando juega cada uno. Y en medio de todo eso hay un gran retrato de una sociedad aristocrática decadente y rocambolesca que vive en su mundo y ajena al germen de revolución que por debajo se está engendrando. Una miopía que queda perfectamente graficada con que alguno de sus miembros no sea siquiera capaz de ver que su propia esposa coquetea con Franklin.
Tanto este como su nieto son prácticamente vistos como salvajes de las Américas. Simplones que usan gorros de piel o tienen modales de campesinos e incluso se les canta el “Yankee Doodle”, aquella canción de tono despectivo que los ingleses entonaran a modo de burla contra los milicianos americanos, pero que impensadamente terminarían estos haciendo propia y convirtiendo casi en himno patriótico de batalla.
En cuanto al propio Franklin, el retrato que de él se hace va bastante más allá del mito. No solo se lo muestra como hábil político y negociador, sino también como científico, artista, lutier (inventor de la armónica de cristal) o, como hemos dicho, jugador de ajedrez. De hecho, él mismo usa el mito a su favor, pues los franceses, según dice, “creen que yo descubrí la electricidad”, así que no hay por qué venderles otra cosa. Y puede sonar exagerado, pero Douglas entrega una de las mejores actuaciones de su carrera e imprime un toque de humor a la recreación de un personaje histórico tan relevante.
En ese sentido, siempre me ha admirado la irreverencia que tienen las películas o series americanas para con sus referentes nacionales: solo ellos podrían poner, por ejemplo, a uno de sus presidentes más icónicos como cazador de vampiros. Y esta no es la excepción: estamos ante un Franklin que se tira pedos, lo cual, tengo entendido, ha recibido en Estados Unidos críticas de los sectores más nacionalistas o conservadores, pero la realidad es que el propio Franklin escribió un tratado sobre flatulencias que, por supuesto, no es muy conocido…
Balance de los Cuatro Primeros Episodios
Si algo tengo para objetar de lo que hasta aquí hemos visto es que no se ha avanzado demasiado en la trama principal, que gira en torno a si Francia terminará aceptando o no apoyar con recursos, armas y efectivos a los patriotas americanos. Pero no por ello la serie es aburrida y los diálogos más nimios pueden volverse interesantes, como los que sostiene Franklin con su nieto, aun cuando giren sobre el despertar sexual del muchacho, que poco y nada tendrá que ver con la independencia de Estados Unidos pero que contribuye a un mejor conocimiento de los personajes.
Y la brillante actuación de Douglas, muy bien secundado por el resto y especialmente por Noah Jupe, además de la magnífica recreación histórica, hacen que el balance sea hasta aquí positivo, habiendo incluso momentos en que deja de importar si la trama principal no avanza, ya que otras aparentemente más banales o fugaces terminan por ser igual de interesantes.
Lo que sí se puede decir es que, al menos en estas cuatro entregas, no se vislumbra todavía el gran antagonista para el personaje principal, pues hay varios y ninguno termina de asumir un papel decisivo como tal. El cliffhanger del cuarto episodio, no obstante, parecería quizás sugerir que ese lugar comenzará a ser tomado desde la próxima entrega por John Adams (Eddie Marsan). Veremos si es así cuando nos toque evaluar la segunda mitad de la miniserie. De momento y a la espera de lo que venga, la misma se lleva un aprobado aunque no alcance, insisto, la altura de John Adams.
Hasta la próxima y sean felices…