Bienvenidos, auténticos creyentes, a La Tapa del Obseso, la sección Raúl Sánchez.
Una de las cosas que los anglosajones hacen mucho y quizás los demás menos es hacer películas para la televisión, de siempre. Y más cuando tienen que ver con temas de actualidad en el momento de realizarlas. Tienen su curiosidad y, claro, buscan el impacto social del momento para ganar audiencia y dinero. Nada que decir hasta ahí. Otra cosa es que, también, suelen tener fama de ser productos artísticamente menores o directamente pobres. Es cierto que la aparición de Netflix, HBO y demás puede cambiar las cosas sobre esto, como en tantas cosas respecto a lo audiovisual. Creo que el principal problema de estas películas es difícil de salvar, de todos modos: hablar de un fenómeno social mientras está discurriendo en una película es complicadísimo. En muchas ocasiones no somos capaces de tomar la distancia necesaria para poder hacer algo que no parezca improvisado cuando, tiempo después, se tiene toda la foto de lo que más o menos pasó.
En este caso hablamos de “Brexit: the Uncivil War”, película realizada por la televisión pública británica Channel 4 y que protagoniza Benedict Cumberbatch, ya conocido por todos por su Sherlock Holmes, Doctor Extraño, Alan Turing y etcétera. En España podemos verla a través de la HBO. La premisa es simple: retratar la historia del más importante asesor de campaña por la salida de Reino Unido de la Unión Europea. Es decir, su proceso de construcción de la campaña, sus relaciones con otros partidarios de irse, sus premisas ideológicas y demás.
El cine que tiene que ver con elecciones o procesos electorales reales tiene muchos problemas. La política implica, siempre, muchísimos actores. Por poner un ejemplo: una simple rencilla sobre lo mal que funciona la recogida de basuras en una ciudad del sur de Madrid implica al alcalde, sus asesores, miembros de su partido de la localidad, gente del partido a nivel regional, los muy diferentes grupos de la oposición, asociaciones de vecinos, trabajadores del sector, vecinos de las diferentes zonas de la ciudad, periodistas de distinto signo, influencias de qué pasa en ciudades cercanas sobre el mismo tema, legislación autonómica, estatal y europea…y hablamos de algo muy pequeño. Para entender todo ese caos en un producto cinematográfico hay que simplificar mucho, forzosamente. Hay que destilar lo esencial de lo que no lo es, y, de nuevo, lo normal es naufragar y hacer un producto tan simplón y absurdo que cae en la comedia involuntaria.
https://www.youtube.com/watch?v=_nn3ENTY-8Y
En este caso se ha decidido empezar sin flashbacks ni monólogos explicando las razones del protagonista para oponerse a la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea. Los primeros diez minutos son algo confusos, y quizás más para el que todo el tema del Brexit lo conozca más o menos de pasada. Las películas deberían ser un producto en sí mismos sin muletas ni añadidos necesarios para no perderse. Pero tras eso estamos ante una película más o menos convencional de un protagonista teóricamente genial intelectualmente que se enfrenta a un sistema establecido y podrido al que quiere derrotar. Aquí viene otro peligro: en el cine el espectador se pone casi involuntariamente de parte del protagonista, por viles que sean las cosas que hace y por mucha moraleja que queramos meter en la historia. Pasó con Tony Montana, pasó con el Lobo de Wall Street, pasó con Walter White. Vemos el mundo a través de sus ojos, y todo el mundo tiene razones para hacer lo que hace. Quizás salva un poco este peligro el propio personaje. El simple hecho de ser insoportable, arrogante y un listillo que trata a casi todo el mundo como idiota no basta: muchos se pueden sentir identificados ahí. Es la parte final de la película lo que dificulta la elevación popular a los altares del protagonista.
Y es que en parte la película va de eso: de las consecuencias. Nos habla del proceso en el que el teórico genio creó la campaña del Bréxit para ganar un referendum que, visto con perspectiva, debería haberse perdido por goleada. Nos habla de algo muy divertido: el primer paso para toda auténtica revolución empieza con asumir la realidad, por dura que sea ésta ideológicamente. Este primer paso es, otra vez, algo que pocas personas hacen, por lo costosísimo que es mentalmente (no es ninguna casualidad la superpoblación de chalados, locos y fanáticos que hay siempre en los movimientos políticos radicales que tratan de transformar cualquier sistema político). El protagonista asume cosas que son muy reales: los lideres del movimiento por la salida son lunáticos impresentables, los argumentos tradicionales sobre la salida del Reino Unido están más que estudiados por los partidarios de quedarse, los métodos del pasado que nunca han funcionado no van a funcionar ahora. Partiendo de la realidad decide que se servirá de los defectos del sistema para tumbarlo. No puede vencer con las reglas del juego de los otros y tendrá que crear otras. Analiza y asume la realidad pero no la acepta. Todo este proceso sí está perfectamente desarrollado en la película.
El protagonista se basa en cosas que percibe en bares, pero no es suficiente: son demasiadas las demandas, la ira, las frustraciones. Es imposible meter eso en coctelera electoral. Y crea, claro, una nueva realidad. Una en la que cada cual interpretará lo que quiera interpretar, pero que aludirá a la infancia de todos. Tomar el control. Tomar otra vez el control. Abiertamente es consciente de que el uso de la nostalgia es contradictorio con lo que él mismo hace prescindiendo de métodos y lógicas del pasado, pero si sirve para ganar lo hará. Es la realpolitik de siempre. Pero la película pasa en este punto a otro tema: las redes sociales.
La película nos tralada a otro héroe friki, en este caso informático. Habla de una herramienta informática poderosísima a la que no tienen acceso los poderes establecidos, una capaz de analizar a través de anuncios en redes sociales nuestros más íntimos deseos y tendencias políticas. Es más, una que funciona de un modo que parece prácticamente ciencia-ficción. Y lo parece porque lo es. La película contribuye un poco bastante a la conspiranoia al dar un peso desproporcionado a la capacidad predictiva de las herramientas informáticas para predecir la conducta, que es tirando a nula a día de hoy. Es decir, lo que sabe Facebook o Twitter de ti no permite predecir gran cosa. Las razones darían para escribir mucho, pero quien tenga curiosidad puede empezar leyendo este fantástico post al respecto.
¿Y tú me dices que con doscientos tweets de alguien tu puedes construir un modelo psicológico profundo capitalizable publicitariamente?
Show me the model, fucker.
Quiero dos cosas con este post:
A) Formular, de manera intuitiva y no formal, una serie de premisas que yo considero innegociables en términos de como funciona la creación de modelos personotécnicos, sean para usos publicitarios o cualesquiera otros
Cuerpo de la premisa: No se puede generar un espacio vectorial personotécnico complejo partiendo de una serie de vectores simples independientes de orden inferior al del espacio vectorial que se quiere representar o linealmente dependientes.No puedo hacer con un seis y un cuatro el retrato del Conde Duque de Olivares. No puedo hacer con una cuerda y un clip un motor de fusión fría, diga lo que diga McGyver.
Quisiera recordar, a quien haya llegado hasta aquí, que una cosa es dominar el asunto de los unos y los ceros, los bucles y picar código y otra dominar temas psicológicos, sociológicos o antropológicos. No se puede pasar de un campo a otro con cursillos de tres meses o con tres-cuatro libros leídos deprisa creyendo que con eso ya da. Más allá de eso, la película plantea las cosas como si el protagonista usara malas artes y sus adversarios fueran poco más o menos que ovejitas buenas y mansas que intentan sin éxito usar la Verdad para vencer sin conseguirlo. No da la sensación de ser un relato muy honesto y chirría. La obsesión por que quede claro que el protagonista quede como el Malo interviene en este punto.
Y es que, al final, el protagonista admite que se mete en el mismo juego político que ya existe, pero haciendo que todo el sistema juegue para él. La película ahí acierta fantásticamente bien: esa reunión con votantes en la que la mujer rubia estalla a llorar, diciendo que está harta de no saber nada, de no contar nada, de que parezca que su vida da igual. Es esa gente, ignorada por los partidos tradicionales, abandonada a su suerte, despreciada culturalmente, ridiculizada en los medios de comunicación (como podía leerse en el famoso libro de Owen Jones, “Chavs”), la que nunca vota al no creer que valga para algo. Todo ese abandono de cada vez más capas de la población a las que ni se intenta convencer. Toda esa angustia de gente que no sabe qué hacer con sus vidas y que no sabe qué futuro hay, que viven en la permanente ansiedad del que no tiene expectativas. Todo bajo el mismo lema protector, vacío de significado, en el que cada cual de ellos ve lo que quiere ver: tomar el control otra vez. No es un éxito tecnológico, no es un éxito económico. Es un éxito político e ideológico. No habría que quedarse únicamente con la conocida tesis de que esto nos viene por “los perdedores de la globalización”, porque, como en todo, la realidad es más compleja y ninguna realidad social viene de un único factor, pero la película acierta en subrayar que los temas del día a día de demasiada gente se han ignorado durante mucho tiempo. Y que los movimientos parecidos al del Brexit se reivindican como salvadores de estos. Otra cosa es que realmente les voten tanto como se dice o que realmente sus intentos de soluciones puedan arreglar algo a esa misma gente.
Pero, al final, a pesar de las inevitables simplificaciones de las realidades para hablar de algo así en una película, a pesar de los muchos peligros de convertir al asesor en un héroe, el final de la película lo desnuda totalmente. Es muy posible que muchos de la campaña por el Brexit no esperaban que la cosa prosperase. Que lo usaran para trepar políticamente. Otros sí, claro. Pero el propio asesor nos revela, al final, que pretendía luchar con el sistema británico, que quería derruirlo y que luego, atención, surgiera alguien que lo arreglara. Alguien que devolviera las cosas al sitio donde tenían sentido. Todo el prodigio intelectual para crear algo atrayente para tanta gente, la honestidad para no engañarse sobre la realidad necesaria para poder actuar y al final lo que había detrás era inmadurez emocional. Una inmadurez de un adolescente enamorado por primera vez, que no es consciente que en el mundo real la desaparición de algo malvado no implica la aparición de algo mejor. Es más, en el mundo real hay veces que no se puede mejorar, pero siempre se puede ir a peor. Siempre. Siempre.
La película hubiera mejorado si hubiesen pasado más de puntillas por la fantasía tecnologica y se hubieran suprimido personajes o apariciones que tampoco importaban tanto. Quizás si nos hubiesen contado, aunque fuera de pasada, qué motivaba tanto al protagonista. Contiene, aún así, algunas de las cosas fundamentales del fenómeno del Brexit en el mundo real, a saber: que la política basada en puros sentimientos, en percepciones, en el más absoluto desprecio por la idea de lo que es real ya está aquí. No es una cosa de Los Malos, tengamos todos a quien tengamos por esa etiqueta. Es generalizado. Estamos todos ahí. La simple exposición de estadísticas, gráficos o PDF´s no lo está parando en ningún sitio. El clima basado en la histeria permanente, en las exageraciones constantes para recibir aplausos de nuestra tribu política, en que lo único que importa son las emociones, la negación de la idea de que existe una realidad más allá de nuestros sentimientos, el puritanismo, la imposibilidad de dialogar con quien no comparte las nuestras, la idea de la política como una lucha entre buenas personas contra malas personas, todo eso ha salido de la caja. Y no sabemos, a día de hoy, cómo se para. O si se puede. Si sabemos que, como estamos viendo en el mundo real, eso vale para ganar elecciones, pero no para resolver nada medianamente importante de la vida de las personas. La película, en eso, acaba como debe.
Sed felices.