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Civil War, cómics y política (III): los años 90 en Marvel

Bienvenidos, auténticos creyentes, a La Tapa del Obseso, la sección de Raúl Sánchez.

En los anteriores artículos de esta serie empezamos hablando de cómo los cómics Marvel empezaron metiendo al gobierno en sus historias o cómo directamente metieron a los superhéroes en el gobierno.

Los años ochenta del siglo pasado ha sido popularmente divinizados para todo lo pop. La música ochentera tenía a Queen, David Bowie, Madonna, Michael Jackson o Bruce Springsteen. El cine ochentero sacaba cosas como Blade Runner, Regreso al Futuro, Indiana Jones, Terminator o Star Wars. Los videojuegos de esa década eran los Super Mario, Tetris, Zelda, el primer Street Fighter…de hecho la “edad dorada de los arcade” suele considerarse hasta la mitad de esta década. Ya se ha hablado aquí mucho del cómic de superhéroes de esa década: es la década de Byrne, Claremont, Frank Miller y Alan Moore.

El debate sobre si los ochenta fueron la última década buena en tantas cosas (¡incluso en cosas como el baloncesto o el fútbol!) o realmente es un peñazo sobrevalorado por demasiados personajes que ya son adultos a los que hay que vender nostalgia va para otros post. Es posible que ambas cosas sean compatibles: realmente David Bowie, Indiana Jones o Street Fighter I eran cosas buenas, pero también es posible que como ahora somos mayorcitos y tenemos más dinero demasiadas veces se haya recurrido a la nostalgia para vendernos cosas horribles…y para brasear a la gente más joven, como diciéndola que deben avergonzarse de la música, videojuegos o películas de su época. Cuando, la verdad, muchas veces han crecido con cosas mucho mejores que las nuestras…por ejemplo, yo diré mil veces que, a pesar de que muchos clásicos del videojuego están en los 80, el nivel medio era espantoso. Un juego cogido al azar hoy es de media mucho mejor. Y no me refiero a los gráficos/lo tecnológico. Otro día hablamos más de ésto.

 

La cuestión es que los ochenta fueron la década final de la Guerra Fría entre los Estados Unidos y la URSS. Del miedo a la guerra nuclear y del enfrentamiento entre bloques surgieron muchos de los mejores productos culturales de la década. Toda la obsesión por el mundo post-apocalíptico no viene de aquí, pero sí su estética y forma general que nos ha llegado hasta hoy. Cosas como Mad Max, los Fallout o Watchmen son incomprensibles sin entender este período. El bloque comunista terminó colapsando. Empezaron los años 90.

En el año 89 el politólogo Francis Fukuyama publicó el ensayo “¿El fin de la Historia?“. En él explicaba qué significaba el triunfo de los EEUU sobre la URSS. No sólo era que el comunismo había perdido la guerra ideológica: el capitalismo y el liberalismo habían salvado el último escollo. El capitalismo había resultado ser el sistema político más perfecto posible, sin posibilidad de ser derrotado en el futuro, el estado final más avanzado posible de organización humano. Seguirían pasando cosas en el mundo, claro, pero el capitalismo como sistema ya no tendría rival. No habría luchas ideológicas cualitativas ni habría evolución ideológica destacable…es decir, que se acabaría la Historia como tal. Lo que le esperaba al mundo tras esto era algo así:

El fin de la historia será un tiempo muy triste. La lucha por el reconocimiento, la voluntad de arriesgar la vida de uno por un fin puramente abstracto, la lucha ideológica mundial que pone de manifiesto bravura, coraje, imaginación e idealismo serán reemplazados por cálculos económicos, la eterna solución de problemas técnicos, las preocupaciones acerca del medio ambiente y la satisfacción de demandas refinadas de los consumidores. En el período post-histórico no habrá arte ni filosofía, simplemente la perpetua vigilancia del museo de la historia humana.Puedo sentir en mí mismo y ver en otros que me rodean una profunda nostalgia por el tiempo en el cual existía la historia. Tal nostalgia de hecho continuará alimentando la competición y el conflicto incluso en el mundo post-histórico por algún tiempo. Aunque reconozco su inevitabilidad, tengo los sentimientos mas ambivalentes para la civilización que ha sido creada en Europa desde 1945 con ramales en el Atlántico Norte y en Asia. Quizás esta misma perspectiva de siglos de aburrimiento en el fin de la historia servirá para hacer que la historia comience una vez más.

Fukuyama recibió muchas críticas, muchas malinterpretaciones y ha sido muchas veces acusado de reaccionario (sobre todo por su papel ideológico apoyando una segunda guerra contra Irak). Yo también creo que pecó de optimista (hay que entenderlo en su contexto), pero no deja de ser divertido cómo, de cara al frikismo, acertó de pleno. Lo que él llamó “el Fin de la Historia” (es decir, lo que vino tras los 80) se parece mucho al párrafo citado: demasiada gente nacida después añorando los tiempos “históricos” que no vivieron (los 80), la sensación de que ya no hay creación sino sólo vigilancia de las esencias que teóricamente aparecieron antes de los 90 (esto es un clásico cuando la gente habla de rock o cómics de superhéroes). Es cierto que el cine friki parecía mucho menos amable que en la década anterior. Incluso los videojuegos se desmadraban con Mortal Kombat (y sus ejecuciones explícitas de los derrotados), sus Carmaggedon (y sus peatones atropellables) y sobre todo el título que marcaría el predominio de los videojuegos de disparos en primera persona: Doom (1993). Hubo una auténtica carrera en los videojuegos de principios de los 90 por ver quién escandalizaba a más asociaciones de padres.

La gente en los 90 (y después) sentía nostalgia de algo que no había vivido. La violencia descarnada, el todo o nada, la amenaza cruda y real de morir en una guerra nuclear, las batallas ideológicas que cambian drásticamente todo (y no siempre a mejor necesariamente). Nadie quería cambiar el mundo, no se podía cambiar a mejor. Las ganas de jarana de la especie humana se canalizaban a través de productos pop porque políticamente no había alternativa superior a lo que había. Cuando no era a través de más violencia visual, los productos culturales directamente reivindicaban la depresión, la inutilidad de hacer nada, la pasividad y el nihilismo, todo ello plasmado en el grupo musical por excelencia del inicio de los 90: Nirvana. Al contrario que el punk, el grunge de Nirvana tenía un nihilismo sin rastro de violencia, ni siquiera de cara a la galería. Todo un canto al sinsentido de las cosas y a la depresión. Su cantante, el mítico Kurt Cobain, terminó suicidándose.

¿Y Marvel? Marvel dominaba el mercado de superhéroes desde su aparición como ese nombre en los 60 hasta mediados de los 80, cuando los gigantes Frank Miller y Alan Moore zarandearon todo para DC. Marvel a finales de los 80 tomó una decisión que cambió todo: DC tendría a los mejores guionistas pero Marvel tendría a los mejores dibujantes…o a los más que vendían. A todos. McFarlane con su Spiderman, Jim Lee con su X-Men, Rob Liefeld con sus X-Force, Marc Silvestri… y vendieron lo que no está escrito. El número 1 de los X-Men de Jim Lee (1991) vendió más de ocho millones de ejemplares. Para hacernos una idea, el cómic más vendido de Civil War (2006) está en torno a 300000 ejemplares, siendo de las dos o tres cosas con más ventas de este siglo. El cómic de The Walking Dead más vendido está por esas cifras, con todo lo que es, con serie y videojuegos. Pues estos dibujantes vendían millones.

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Jim Lee, el más espectacular y copiado dibujante de principios de los 90

El problema venía de su propio éxito: la gente compraba por los espectaculares dibujantes, no por los personajes o las historias. No había más que pararse a leer para comprobarlo. Los propios dibujantes se dieron cuenta de ello y pidieron (y consiguieron) contratos fabulosos por seguir en Marvel.  Los dibujantes-estrella se fueron en 1992 criticando a Marvel por coacción a sus libertades artísticas (y por no llevarse lo suficiente de todos los cómics que vendía Marvel) y fundaron una compañía competidora que marcaría los 90: Image.

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Marvel, compuesta y sin los dibujantes estrella, estuvo como un pollo sin cabeza los siguientes seis años. Antes de eso, en 1990, Estados Unidos declaró a Irak la guerra y Marvel intentó aprovechar esto en una saga que llamó “Operación Tormenta Galáctica” (que publicó Panini no hace tanto). El nombre de la saga era una clara alusión al nombre que puso el ejército estadounidense a la operación militar (“Operación Tormenta del Desierto“). La idea era simple: dos de los imperios galácticos con más poder, los Kree y los Shi´ar, están en guerra y el centro de las operaciones de guerra pasan por el planeta Tierra. Serán Los Vengadores los que viajarán al espacio para evitar que esto pase, diviéndose en tres equipos (uno por bando y otro en la Tierra). Recurrieron para ellos a viejas glorias de la editorial, como los míticos Roy Thomas o Gruenwald. junto con mucha gente de segundo nivel por entonces. La saga en sí no tenía más paralelismo político con la Guerra de Irak y era poca cosa a todos los niveles (además de hacerse larguísima), pero el final de esa saga sí es importante.

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El líder de uno de los dos bandos llega a cometer el equivalente a un genocidio a nivel galáctico y al final de la saga se encuentra a merced de Los Vengadores. Allí dos bandos discuten qué hacer: uno de ellos liderado por Iron Man dice que ese crimen excede cualquier cosa conocida y que deben ejecutar al genocida. El otro bando, liderado por el Capitán América, se opone a que Los Vengadores se tomen la justicia por su mano. Al final Iron Man se sale con la suya y ejecutan al genocida, sin tener del todo claro si el ejecutado es un ser vivo o una máquina. Los Vengadores actuaron en un conflicto entre potencias alienígenas como juez, jurado y verdugo.

El discurso final del Capitán América tras eso es todo un alegato contra la pena de muerte en todas sus circunstancias, un discurso tristísimo, con evidentes aires de derrota ideológica. Tras eso abandonaría Los Vengadores. Toda una síntoma de por donde iban los tiros en el mundo superheróico. El vacío moral, el nihilismo y la necesidad de la violencia por la violencia también estaban presentes en los cómics Marvel en los 90. No había ningún mundo mejor, sólo crueldad y violencia ante la cual sólo cabía más crueldad y más violencia. ¿Os suena Warhammer? Efectivamente, todo esto lo traía de serie Warhammer en la explosión comercial que tuvo a partir de 1991, con toda su obsesión por los dioses del Caos y su corrupción.

Spiderman mientras tanto necesitaba un psicólogo. O psiquiatra. O todo junto. Mis lecturas de los cómics del Spiderman noventero casi me llevan a la depresión. Fue la época de la Segunda Saga del Clon: no estaba claro si Peter Parker era Spiderman o si era un clon del auténtico Spiderman…el cual había vivido como un indigente toda su vida. Malos guionistas, malas decisiones editoriales, dar muchos palos de ciego a ver si sonaba algo, el contagiarse del espíritu noventero nihilista propio de las canciones de Nirvana, la necesidad por parte de Marvel de competir en ventas con el cómic de La Muerte de Superman (1992)…todo confluía para hacer números depresivos y terribles. Peter Parker se olvidaba de hacer chistes, atacaba a los villanos o criminales en silencio, amargado, propenso a la desproporción en el uso de la violencia, atrapado en depresiones y con un discurso interno angustioso. Decenas de páginas atormentándose sobre si toda su vida había sido un fraude, una farsa, un cuento. Existencialismo de garrafón página tras página. Si en condiciones normales Peter Parker estaba obsesionado con la responsabilidad en esta etapa la cosa era abrasiva.

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Hasta tal punto era la cosa que uno de sus mayores enemigos, el Doctor Octopus, intentó por todos los medios devolver a Spiderman la alegría y su caracter chistoso, porque veía que su adversario ya no era tal, que era otra cosa mucho peor. La saga como tal fue un montón de soltar ideas mucha gente a ver qué vendía más, sin saber realmente cómo salir de las ocho millones de sub-argumentos (a cada cual más depresivo) que habían creado. A pesar de ser un embrollo de mucho cuidado y tener dios sabe cuantas incoherencias tuvo momentos brillantes, como la muerte de la Tía May en el número 400, un cómic memorable, de lo mejor nunca escrito para Spiderman. Pero en general era un sindios sin casi precedente, hasta el punto de que el Wall Street Journal criticó la saga. Un cómic criticado por la prensa económica. Marvel llevó a publicar un cómic llamado “101 maneras de acabar la saga del Clon“, riéndose del follón argumental en el que se habían metido y dando una pista al final de lo que iban a hacer. Y lo hicieron. En un cómic dibujado por John Romita Jr resucitaron al mayor enemigo de Spiderman, el que se creía muerto desde hacía más de 20 años: el Duende Verde. Norman Osborn. Fue algo raro: es uno de los retornos mejor llevados a cabo que yo he visto, uno de los cómics más grandes que la vida clásicos de Marvel. Supieron cerrar con dignidad una chapuza que había durado demasiado.

La principal pata, junto con Spiderman, que tenía Marvel eran los mutantes. Fueron posiblemente los que menos se resintieron de toda la editorial, aún con el tono habitual de la década sombrío y tendente a la banalización de la violencia. Pero aún y con todo, son los que seguían tirando del carro de la editorial, los que eran el centro de todo y los que seguían en todo lo alto en ventas. Es la década de Apocalipsis como villano de La Patrulla X por excelencia, con futuros distópicos, chungos, aún más depresivos y opresivos, mil líneas temporales, etcétera. Con todo el progresivo enredo que iba siendo cada vez más leer cosas de mutantes, era lo menos malo e incluso tenía cosas buenas de vez en cuando.

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Los dibujantes estrella que fundaron Image estaban haciéndoles la competencia a Marvel. Crearon Spawn, Youngblood, Wildcats…productos muy espectaculares visualmente pero con guiones horribles: es complicado hacer las dos cosas muy bien a la vez. Especialmente preocupante era Spawn y su nada disimulada demagogia reaccionaria en sus primeros números. Pero daba igual, vendían bien, hacían lo que querían, todo lo generado en los cómics era para ellos, tenían tanta pasta que contrataron al mismísimo Alan Moore para que les hiciera algún guión que no diera cosa leerlo, etc. Marvel, desorientada, intentando repetir la formula de más vísceras, sangre y violencia al tún-tún sin terminarles de salir igual de bien, llamó a los “traidores” y les dio, ni más ni menos, que colecciones pilares de Marvel como Los Cuatro Fantásticos, Los Vengadores o El Capitán América. Para no tener problemas de nuevo, estos morirían en el Universo Marvel en una batalla con un enemigo nuevo (Onslaught) y aparecerían en un universo nuevo, en el que ellos pincharían y cortarían lo que quisiesen. Con un contrato escandalosamente bueno. Es lo que llamarían “Heroes Reborn” (1996).

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El Capitán América con supertetas: uno de los grandes momentos del dibujante Rob Liefeld en Heroes Reborn

 A pesar de que las ventas acompañaron, la cosa no terminaba de ser rentable: los sueldos de los dibujantes-estrella eran tan desproporcionados que era necesario vender todavía más de lo imposible que ya estaban vendiendo para dar auténticos beneficios. Lo del nivel de los guiones era sencillamente deprimente, ya que…daba casi que igual. Todo eran viñetas a toda página, espectacularidad, poses y frases molonas y, en general, cualquier cosa que impactase de forma sencilla al que veía las imágenes. Lo de narrar visualmente, hacer un guión original, no dejar huecos de guión o que los diálogos no te hicieran sentir incómodo era secundario.

Al final tuvieron que acabar con este nuevo universo y traer a Los Vengadores, Los Cuatro Fantásticos y demás al universo de siempre, acabando el contrato con los dibujantes-estrella. Entre otras cosas, porque el mismo año que llevaron cabo esta iniciativa “Heroes Reborn”, 1996, Marvel fue a la bancarrota y casi se va al garete.

El siglo XX acababa con Marvel casi a punto de desaparecer, con malas ventas ya que los fans de siempre huían de todo esto y los nuevos se fueron con los dibujantes-estrella (leed y llorad), malas críticas generalizadas y con todos sus intentos de meter más violencia o acercarse a la política del momento (como con la primera guerra del golfo) mostrándose inútiles a la hora de remontar. Intentaron volver al clasicismo bien entendido una vez dejaron de tener a los dibujantes estrella noventeros, pero la solución a sus problemas sería, entre otros, la política. Pero eso lo veremos en los post siguientes.

Sed felices.

Raúl Sánchez
Raúl Sánchez
Arriba es abajo, y negro es blanco. Respiro regularmente. Mi supervivencia de momento parece relativamente segura, por lo que un sentimiento de considerable satisfacción invade mi cuerpo con sobrepeso. Espero que tal regularidad respiratoria se mantenga cuando duerma esta noche. Si esto no pasa tienen vds. mi permiso para vender mis órganos a carnicerías de Ulan Bator.
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